En el techo
solía haber una mancha,
el tiempo y la humedad
marchitaron
el falso cielo que reposa
sobre mis cabellos.
Allí, un día, apareció
un colibrí;
me hizo compañía
en las lágrimas
y el clímax de
alas abiertas.
Muchas madrugadas
las pasamos conversando,
hasta que un día
no anunció su partida.
La mancha fue solo eso:
humedad vacía y extraña.
Mi fiel colibrí
me dejó a merced
de un sitio en el que soy
solamente un huésped.