Permanece un instante así,
enredada entre las sábanas
y mis brazos,
con el cabello apenas alborotado,
la piel empañada
del rocío que creamos;
aunque el reloj nos apure
y tenga que cruzar
la ciudad para devolverte al templo.
Reposa en mi pecho
en lo que el sol se va,
que tú calor me adormece,
me devuelve a las mañanas
en que el frío no invadía los huesos.
Te ruego te quedes,
que la felicidad existe
en esta habitación,
justo antes de que te vayas.