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En Estados Unidos, hasta principios de los años 70 era común hacer experimentos con humanos como conejillos de Indias. Uno muy conocido, el de la cárcel de Stanford, consistió en encerrar a 24 voluntarios en el sótano de la universidad. A una mitad se le asignó el papel de preso, y a la otra el de carcelero. El objetivo era ver cómo el primer grupo reaccionaba frente a la autoridad y si el segundo abusaba de su poder. El experimento se salió de control. Al segundo día hubo un motín contra el sadismo de los “carceleros”. Fueron 7 días de encierro, ambos grupos acabaron con trastornos emocionales. Vale la pena ver la película alemana intitulada El experimento.

En México hoy llevamos la antorcha de los experimentos científicos. A partir de una simple ocurrencia, nuestros representantes populares legislan con los más nobles objetivos. Al tener, además del gobierno federal, 32 entidades federativas, somos tierra fértil para la ciencia.

El experimento más reciente es del Congreso de Oaxaca, que ha prohibido la venta de refrescos y alimentos chatarra a los niños. Se plantea castigar hasta con cárcel a quien viole la ley.

La hipótesis es que esta prohibición hará de los niños oaxaqueños ejemplo de esbeltez y buena salud. Es típico de nuestros legisladores, buscando justificar su existencia, el pensar que basta aprobar una ley para mejorar al país. Nadie en el mundo ha impuesto una restricción así de extrema, aunque en Tabasco ya están listos para copiarlos y en la CDMX lo están considerando.

Al igual que en la política social del gobierno de AMLO, no se llevó a cabo previamente un plan piloto para ver el impacto del experimento, aunque todos sabemos cuán poco exitosas suelen ser prohibiciones como ésta. Pronto aparece un mercado negro, pues los individuos buscan obtener lo que desean. Veremos a jóvenes de 18 años vendiendo sus servicios de compra a los niños deseosos de un refresco. Proliferará la venta de los alimentos chatarra en el comercio informal, donde nada está regulado. Se harán de la vista gorda comerciantes que no querrán perder a su clientela. No faltará la extorsión de la policía a quienes violen la prohibición o ellos digan que lo hicieron. Veremos mayor consumo de azúcar para elaborar postres caseros y jugos, pues la venta de alimentos altamente calóricos no industrializados está permitida. Sufrirán las ya atareadas madres yendo a comprar los refrescos para sus hijos menores de edad. Nada como prohibir algo para aumentar su deseo. No veremos una disminución en la obesidad. Ojalá fuera tan fácil.

Una prohibición más en un país incapaz de cumplir con otras más importantes. Un menor de edad deseoso de comprar tabaco o alcohol lo consigue sin problemas. En la Ciudad de México está a la vista la compra por parte de menores de edad de cigarrillos individuales, formato que en sí mismo está prohibido.

El subsecretario López-Gatell está feliz. Un distractor más para no enfrentar su fracaso: los más de 52 mil muertos por coronavirus, cuando sus pronósticos en mayo eran que tendríamos en total 6 mil. Mejor hablar de alimentación deficiente, diabetes, obesidad, y de otros temas imposibles de resolver en el corto plazo y muy complicados en el mediano, incluso con las mejores políticas públicas. Así, él no es responsable de nada.

En medio de una crisis de salud y de abasto de medicinas, viene un nuevo experimento de este gobierno fascinado con los experimentos, desde cómo minimizar la violencia con abrazos hasta cómo hacer un aeropuerto sin saber si su ubicación es óptima. A esto le llaman cambio de régimen.

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