Biden vs Trump, la elección que a (casi) nadie le gusta

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Celebrado el supermartes más aburrido de la historia se confirma lo que desde hace por lo menos un año todo el mundo sabía iba pasar: habrá una revancha electoral entre Joe Biden y Donald Trump. Una elección que, pese a la contundencia de los triunfos de ambos personajes en las primarias, a muy pocos satisface. Estados Unidos nunca había tenido unos comicios con dos candidatos tan viejos e impopulares. Un número récord de estadounidenses tiene opiniones desfavorables de los contendientes. Según encuestas recientes, solo el 37 por ciento aprueba la forma como Biden ha manejado su presidencia, mientras apenas el 38 por ciento se dice satisfecho de la forma como gobernó Trump. Poco más de la mitad de los encuestados considera a ambos demasiado viejos para cumplir otro mandato presidencial. Ni Biden ni Trump han tenido nunca un alto índice de aprobación, pero el sentimiento negativo ha crecido en los últimos tiempos. El 65 por ciento no quiere ver a Biden cuatro años más en la Casa Blanca, y el 60 por ciento opina lo mismo de Trump. El número de electores inconformes con la perspectiva de tener a esta pareja otra vez como los principales aspirantes presidenciales ha crecido más de cuatro veces desde las elecciones de 2020. 

¿Cómo dos políticos tan aborrecidos están a punto de convertirse en los candidatos presidenciales de sus partidos sin haber enfrentado un desafío serio en las primarias? Tras las elecciones de término medio de 2022, cuando muchos de los candidatos republicanos respaldados por Trump tuvieron un pésimo desempeño, muchos analistas pensaron en la debacle final del expresidente. El establishment del Partido Republicano, que nunca ha visto con buenos ojos a Trump, empezó a considerarlo como un irremediable “perdedor electoral”. Por eso muchos conservadores se inclinaron por Ron DeSantis, como el probable heredero del expresidente. Por su parte los republicanos más tradicionalistas -el ala “reaganeana” del partido- pusieron sus esperanzas en Nikki Haley. Pero no, ninguno de estos posibles sucesores fue capaz de obtener ni de lejos el apoyo que aun concita el expresidente. De hecho, desde la primera elección de Trump en 2016 hasta hoy su índice de aprobación entre los republicanos rara vez ha caído por debajo del 74 por ciento. 

Desde que Trump fue indiciado por 91 cargos penales sus índices de popularidad han crecido. Escándalos y fechorías que condenarían las carreras políticas de casi cualquier político convencional no han hecho ni la más mínima mella en la adoración que las bases profesan a Donald, su adalid. Por el contrario, los escándalos y las acusaciones penales en muchos sentidos solo han envalentonado a los trumpistas más fervorosos, a los “deplorables”, como acertadamente los calificó en su momento Hillary Clinton. Pero lo cierto es que Trump no se parece a ningún otro político en la historia moderna de Estados Unidos. Su resiliencia política es asombrosa y deja claro que el país se encuentra en medio de un cambio histórico en las alineaciones partidistas, las cuales tienen poco que ver con las ideologías. Los trumpistas quieren un beligerante con el que puedan identificarse y proyectar sus miedos, prejuicios y odios. Y mientras más soez y atrabiliario sea este beligerante. Mucho mejor. Aunque no todo es coser y cantar para el trumpismo. En algunas primarias hasta un 40 por ciento de los republicanos (y los independientes que votaron en las primarias republicanas) rechazaron al magnate. Existe dentro del partido una pequeña pero feroz y significativa oposición al expresidente entre el electorado más urbano y educado.

Joe Biden es terriblemente impopular y ello pese a que la economía no marcha mal. Históricamente, un crecimiento económico sólido lleva a los presidentes a la reelección. Sin embargo, muchos estadounidenses no sienten las buenas noticias en sus bolsillos. El índice de confianza del consumidor ha mejorado en el último año, pero está todavía por debajo de los promedios históricos. Los estadounidenses siguen molestos por el aumento de los precios, en particular de los alimentos y la vivienda. Y mucha gente está enfocada en otros temas, principalmente en la edad del presidente y en la desconfianza que genera su aptitud mental, así como en el caos en la frontera entre Estados Unidos y México y en las llamadas “guerras culturales”. Pero pese a ser impopular, Biden se está imponiendo cómodamente en las primarias, aunque su incondicional apoyo a Israel en la guerra de Gaza ha provocado molestia en los sectores más progresistas. Cualquier posibilidad de un cambio de candidato en el Partido Demócrata esta definitivamente descartada. Pero el escenario para noviembre se presenta muy cuesta arriba. La esperanza del presidente es el tiempo. Todavía faltan ocho meses para las elecciones. Quizá durante este lapso y como producto de las campañas y los debates Biden recupere credibilidad. Los electores pueden llegar a apreciar la fortaleza de la economía. La inflación podría caer aún más. Tal vez las nuevas inversiones federales en chips de computadora, infraestructura y energía limpia fabricados en Estados Unidos comiencen a tener un mayor efecto en la percepción pública. Y también están los independientes y los republicanos inconformes con Trump, relativamente acomodados, moderados y con un alto nivel educativo que apoyan una reforma migratoria y la ayuda a Ucrania y desprecian a Trump. Pero, por otro lado, encuestas también indican que el apoyo a Biden entre los votantes no blancos declina. Su ventaja en ese grupo es actualmente de apenas 49-39 por ciento, los electores no blancos que votaron en las elecciones de 2020 votaron por Biden en una relación de 69-21. 

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