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En mi más lejana remembranza mi abuela me explica que a las puertas no se les patea ni para pedir un pan de dulce con urgencia. Si yo no lo sabía, menos iba a saber que los cuplés que ese día escuchaba mi abuela los hizo famosos Emilia Trujillo. Lo que más de 50 años después ya sé es que estoy evocando las corbatas con chocolate que me daba mi abuela en las mañanas, tanto como ella recordaba a su madre al cantar a la tiple.

Nací en un punto situado entre los barrios de Tepito y La Lagunilla de la Ciudad de México. Por eso conocí la Plaza de Santa Catarina, donde casi todos los días mi abuela iba a confirmar su beatitud y por eso también conocí una construcción que, durante medio siglo desde 1900, fue el teatro María Guerrero llamado así en honor de la célebre actriz española. El recinto me daba miedo, era un viejo rectángulo de concreto soportado por bóvedas llenas de miados y basura. Nunca hubiera podido imaginar que ahí surgió el género frívolo que es tan distante, por cierto, de la seriedad histriónica de María Guerrero. Lo que ahora sí puedo entender es que, entre los murmullos del pasado, surja de vez en cuando la figura esbelta y desenfadada de Emilia Trujillo o “La Trujis”, como la anunciaban en las carteleras.

El teatro María Guerrero de Madrid es un edificio imponente, ideado también en 1900 como un local sin lugares baratos. Es decir, sus obras son para gente selecta. En cambio, el teatro María Guerrero de La Lagunilla fue cuna de la revista política mexicana el peladaje lo bautizó como “María Tepache” porque, en la calle República de Brasil, había expendios en fila de ese fermento de maíz y fruta para los desfallecidos desde los tiempos aztecas. El tiempo desguazó la posibilidad de que le platicara a mi abuela que, en la actualidad, el teatro ibérico es referente cultural en el mundo en tanto que el “María Tepache” desapareció en 1951. Más aún, que María Guerrero es una figura de culto mientras nosotros ignoramos la fecha de nacimiento de “La Trujis”, incluso si de verdad se llamó como creemos que se llamó, cuando murió y dónde están sus restos. Para dar idea de la dimensión del olvido, estoy hablando de la primera tiple mexicana que creó tipos nacionales como la borrachita, las peladitas y las indias ladinas. Es la madre artística de Lupe Rivas Cacho y de la Guayaba y la Tostada, estelarizadas por Amelia Wilhelmy y Delia Magaña en las memorables cintas “Nosotros los pobres” y “Ustedes los ricos”, y no podemos entender sin ella a “La tequilera” de Lucha Reyes y tantos personajes de los años 40 y 50 que, a su vez, fueron precursores de otros durante las décadas siguientes. “La Trujis” es el emblema artístico del fin del Porfiriato.

Mi abuela vio a María Elena Velasco en el teatro a mediados de los años 60. Sí, a la Indía María que la televisión descafeinó. En los tablados, los desplantes sardónicos de la indígena tienen el cuchicheo de “La Trujis”, en cambio, sus comentarios anodinos en las pantallas grande y chica obedecieron al poder y provocaron la indiferencia de mi abuela. O qué decir de Delia Magaña, que antes de ser la Guayaba, en 1905 imitó a Emilia Trujillo enfrente de ella y desde entonces, a los seis años, inició su carrera con la réplica de esos personajes. 100 años después, surgió una comediante en la televisión que se inspiró en ese tipo nacional pero lo desgració: se llama “La Chupitos” y es una de las pruebas de porqué a mi abuela no le gustaba que yo viera la tele. No exagero: en 1909, Emilia caracterizó a una borracha en la zarzuela “México nuevo” que las autoridades consideran dañina e inmoral, entre otras razones, por remitir al diario maderista del mismo nombre, dirigido por Juan Sánchez Azcona.

María Ana de Jesús Guerrero Torija fue conocida como María Guerrero; le decían “La brava”, murió a los 60 años por insuficiencia renal y hoy es una leyenda. A Emilia Esperanza Consuelo, si es que así se llamó, le decían “La pompadour de tepaches” en alusión al peinado y quizá a la actitud de la cortesana francesa; murió a los 25 años de tuberculosis pulmonar y se halla en el olvido. Se especula que nació en Jalisco, fue hija de una tal Rita Trujillo y quizá reposa en el panteón Dolores de la ciudad de México. Queda el registro de cinco o seis obras en las que actuó porque muchas otras se representaron en jacalones. Y hay otro dato revelador: Fernando Díaz de Mendoza, el esposo de María Guerrero, compró en Madrid “El teatro de la princesa” y le puso su nombre. En cambio, “La Trujis” fue abandonada por sus compañeros desde que enfermó. Murió sola, en la pobreza, el 15 de enero de 1915 y eso quién sabe, hay quienes registran su deceso en 1917 y en 1919.

Esas remotas evocaciones de mi infancia las veo borrosas, como la pantalla de una televisión en blanco y negro sin antena, como si cogiera recuerdos prestados y viera a “La Trujis” en 1902 tablones de baja calaña de los alrededores de Jalisco y luego, en 1905 en el Distrito Federal, en el Teatro Lelo de Larrea, poco antes de llamarse María Guerrero. Su capacidad histriónica y su risa auténtica. La observo como en las películas silentes, gesticuladora y grácil, cantando algo que no entiendo aunque alguien me dice al oído que se llama “El amigo del alma” que, en ese entonces, lastimó la castidad política y moral de los espíritus píos. Es 1910. Anda en Calzada de Tlalpan a toda velocidad y ¡Pum! Aquí truena un carro desbarrancado por la maniobra malhadada de su chofer que quiso esquivar unas mulas, también truena el brazo derecho de “La Trujis” y su pierna izquierda. Luego enfermó de tuberculosis pero algunas representaciones en su beneficio paliaron la adversidad. Sin embargo, tres años después tuvo su mayor estrépito al comenzar la debacle del usurpador. Era un secreto a voces que mantenía querencias con el hijo de Victoriano Huerta por lo que, al triunfar las huestes de Álvaro Obregón, ella y quienes simpatizaron con el dictador fueron desterrados o aislados. Fue entonces cuando todos, empresarios, amigos y viejos compañeros, ignoraron a “La Dubarry de Petate”, como también motejaban a la actriz comparándola con quien fuera la última amante de Luis XV. La tiple actuó por última vez en la obra “La torre de oro”, en julio de 1914. Los recuerdos comienzan a diluirse con la función que, en su honor, daría María Conesa, la famosa “Gatita blanca”, junto a Joaquín Pardavé.

Los recuerdos ya tienen definido el destino, por esa razón, aunque podamos alterarlos, desembocan en el mismo puerto desde el que partieron. Ese puerto es el olvido, un mar de sensaciones y evocaciones donde quizá alguien volverá a sumergirse. Quizá por eso a veces siento ganas de patear la puerta y pedirle a mi abuela chocolate con pan y platicarle de todo esto que aprendí en su ausencia, pero sobre todo para decirle cuánto me gustaban las galletas de la plaza Santa Catarina

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