Enrique Alfaro, uno de esos iluminados autoritarios

Los iluminados en la política tienen enorme semejanzas con quienes también se creen iluminados desde la religión, por eso en sus discursos siempre hay coincidencias. Consideran que son el epicentro para resolver los problemas porque en sí mismos encarnan la bondad que, al irradiar expande las buenas nuevas en sus seguidores. Desde luego que entre ellos, los iluminados, también hay competencia y a veces se acusan unos a otros como falsos profetas pero digamos que los acerca su rechazo a la crítica: ésta para ellos nunca puede ser genuina sino orientada por fines perversos para atentar contra los destinos que ellos representan, y entonces, los cuestionamientos para los iluminados siempre tendrán fines perversos.

Ayer Enrique Alfaro, se rió del derecho a la protesta en Guadalajara y señaló que la ventaja, en todo caso, es que la gente haga ejercicio. Más allá de que sea notorio que el declarante tenga la misma necesidad de salud, la descalificación de la protesta, de cualquier protesta en su contra, implica que la protesta es él, Enrique Alfaro, vale decir, que es el único que tiene impulsos genuinos y objetivos encomiables para protestar y si se equivoca entonces todo es culpa de una conjura o un complot, como sucede ahora que él exhibió su falta de temple e insultó a un anciano que en efecto, necio, lo increpó.

Como sucede con los personajes públicos que tienen responsabilidades, hay que reiterar, públicas, Alfaro requiere un temple o una serenidad que dista mucho de mostrar. Y eso es lo que sucede con los iluminados, llegan a creer que si su prédica no se entienden ellos mismos pueden encarnar la furia divina. Esos estilos, esas creencias, forman parte de las variables del riesgo de una invitación democrática que también comprenden los rejuegos electorales donde muchas personas sí tienen el anhelo de depositar su futuro en los iluminados.

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