Es claro que hay un sector de la intelectualidad biempensante –nutrido mayoritariamente de obradoristas arrepentidos– que no es crítico de la oposición sino militantemente antiopositor. Son fácilmente distinguibles porque, aunque se dicen jueces severos del gobierno, su vocación no es que la oposición mejore para garantizar la alternancia que saben está en peligro, sino transmitir mecánicamente el mismo discurso moral que se emite desde Palacio Nacional: la oposición no existe, está derrotada de antemano, todos son iguales, son conservadores, y no hay nada que hacer más que resignarse a la corcholata oficial que nos mande el Licenciado porque no hay opciones.
La oposición en efecto tiene muchos vicios y problemas: es parsimoniosa y en ocasiones francamente estúpida y traicionera; tiene a personajes –sobre todo sus dirigencias– deleznables y corruptos, cuya única ambición –a falta de imaginación y convicción– es el poder efímero. También tiene grandes y urgentes desafíos: no sólo democratizarse y renovar sus cuadros, sino estar a la altura de las demandas ciudadanas, buena parte de las cuales vienen de grupos agraviados por el propio gobierno: millones de nuevos pobres, víctimas de violencia, defenestrados del sistema de salud, damnificados del sistema educativo, empresarios quebrados por la pandemia y por las nuevas reglas antiliberales de la economía.
Uno se pregunta por qué esos comentaristas, sabiendo todo lo que sabían de López Obrador cuando era opositor y que ahora los ha decepcionado –que era un personaje autoritario e incendiario, que lo acompañaban los oligarcas y los más grandes dinosaurios de la prehistoria, que era un conservador en lo social, que dio incontables señales de desmesura–, fueron más permisivos e indulgentes con él que con la oposición de ahora. Si fuera una cuestión de señales ominosas, ¿de veras las que tiene hoy la oposición son peores que las que el obradorismo tenía entonces y tiene ahora en mayor grado? ¿Acaso esa doble vara no es una confesión de capricho, arbitrariedad o de franca simpatía?
Por lo demás, la propaganda antiopositora emitida desde el régimen es eso, propaganda. La oposición sí existe y obtuvo 3 millones de votos más que el oficialismo en las elecciones intermedias, quitándole la mayoría calificada en el Congreso, sin la cual, afortunadamente, no ha podido destruir la Constitución. También le arrebató la mitad de la Ciudad de México y las principales urbes del país. Y también ha acompañado –yo soy testigo– con recursos, organización, capital humano y conocimiento a las multitudinarias marchas rosas para defender a las instituciones democráticas. Ahora mismo está poniéndose de acuerdo para en el 2024 formar una amplia coalición con candidato único, algo extraordinariamente complejo.
Nada de eso significa que la victoria de la oposición esté al alcance. Yo soy el primer pesimista. Seguramente también una parte sustancial del electorado ha comprado –en buena medida gracias a aquellos intelectuales– el discurso oficial, resignándose entre el abstencionismo y la inevitable derrota. Pero si algo no podrán decir esta vez ni los intelectuales antiopositores ni los escépticos es que el obradorismo merecía una oportunidad, que no hay opositores o que no había opciones, haciendo pasar su personal repudio opositor y su oculta filia obradorista por una fatalidad de la continuidad ineludible.