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Los cuentos poseen un carácter más universal que los mitos… es una narración arquetípica y eterna…está fuera del tiempo y fuera del espacio, características ambas del inconsciente colectivo.

Marie Louise Von Franz
Shadow and evil in fairy tales

Los mitos y sus gritos

¿Cuándo comenzamos a contar historias, a propagar ideas en público, a procurar debates en la mesa, a vender experiencias o productos, a querer ser influencers, líderes, políticos?

Tal vez son dinámicas que nacieron con el lenguaje y es probable que los primero hiladores de vocablos se dieran cuenta que, bien articuladas, las piedras semánticas eran brillantes que les procuraban ventajas, dividendos y hasta cariño. El poder humano para conecta con otros se eleva a escalas casi mágicas. Pensemos en términos narrativos:

Érase una vez un grupo de parlantes que caminaban por el bosque en busca de un animal gigante para el que aún no tenían nombre, pero que cuya carne se vislumbraba capaz de alimentar una familia, en su persecución un estruendo irrumpió en el silencio y segundos después una cicatriz de luz partió el cielo, absortos y asustados corrieron a una cueva. Ahí, el de las  barbas ralas que era avispado y parlanchín, articuló el fenómeno, entre los gritos de espanto, con lo primero que encontró para dar sentido en medio de la oscuridad: sus palabras; así inventó una explicación apelativa que hablaba de peligro y de grandeza, una fábula memorable que se pegaba en la mente de los escuchas y que rápidamente se convirtió en “Historia oficial”. El hombre de la barba rala no sólo comenzaba el mundo del entretenimiento, de la historia y hasta de la política, adquiría para siempre un lugar notable,  en lo sucesivo tras cualquier fenómeno incomprensible correrían a él por respuestas.

En la estela de nuestros cuentos se fraguan nuestras verdades, temores, miedo y sin razones, aquellas frases que califican de virales y se propagan en el viento de las redes poseen los elementos que hacen del cuento popular el origen de la cohesión civil y la semilla de cambio social y política. Bruno Bettelheim (Psicoanálisis del cuento de hadas) pensaba que los cuentos eran el lenguaje del destino: “…hablan del destino del hombre, de las pruebas y tribulaciones que hay que afrontar, de sus miedos y esperanzas, de sus relaciones con el prójimo y con lo sobrenatural; todo ello en un lenguaje que permite reflexionar sobre su profundo significado”.  Por su parte y desde la adivinación oracular, se creía que las predicciones emanaban del rumor de las hojas en el viento que la Pitia sabía interpretar, quizás una metáfora de los rumores que se propagaban con la briza y que esta sacerdotisa  aguzada podía articular en predicciones. 

Así, la empatía como la capacidad de comprender el lenguaje y la historia de nuestros semejantes ratifican los hallazgos de la neurociencia acerca de que en nuestro cerebro hay regiones que se “encienden” para poder simular las mentes de los demás; dicho talento está más desarrollada en unos que en otros humanos y, seguramente,  es el arma secreta de los influencers más poderosos. Saber contar una historia es hacer germinar la influencia en una mente ajena. La “inofensiva” narración ha moldeado la cultura y acuñado sociedades. 

La política no es excepción, el rastro del mito hasta el cuento popular  nos habla del papel que la narrativa juega para construir realidades, para acondicionar escenarios, para, en palabras de Alessandro Baricco (Lo que estábamos buscando), dar explicación a la conmoción, según el autor, el mito es  “Una  construcción colectiva en la que diversos saberes e ignorancias han trabajado, productos artificiales con los que los seres humanos se dicen a sí mismos algo urgente y vital”. 

Heredero de los mitos paganos, el cuento folclórico se convirtió en morada de los anhelos de las clases populares, el artesano pobre que gracias a unas habichuelas escalaba hasta los cielos del poderoso terrateniente y le robaba sus huevos de oro; el sastre valiente que logra timar al monarca; el joven humilde que aliado con un gato parlante se convierte en Marqués y se casa con la princesa; La huérfana cuya bondad para con una anciana desconocida (hada encubierta) la saca de su miseria. Así, nos cuenta el experto Jack Zipes (Romper el Hechizo) se fragua la democracia. El hechizo mágico borra los obstáculos y hace del hombre común un gran señor, el lector o escucha se abandona a un reino maravilloso donde el conflicto de clases no existe y siempre es posible un final felices.

¿Pero, y dónde reina la armonía? Entre la bruma de Érase una vez o Había una vez, en las coordenadas de la indefinición: un futuro amueblado por la magia de la nostalgia, es decir un futuro de la memoria que no es amenazante, la dichosa retropía de Nunca jamás. No estamos en el ahora, sino en algún lugar en el pasado que se fue. No es una tierra o un lugar que puedas localizar, sino algún reino, alguna tierra, algún lugar que no se pueda vincular a un mapa. La distancia es una herramienta psicológicamente poderosa. Puede permitirnos procesar cosas con las que de otro modo no podríamos lidiar,  libera nuestra mente de la inmediatez. Somos capaces de ver una realidad que es más amplia y profunda que la que podemos percibir de cerca. Marie Louise Von Franz concluye “Los cuentos de hadas son como el mar, y las sagas y mitos, las olas en su superficie; un relato se elevaría hasta convertirse en un mito y se hundiría de nuevo, convirtiéndose otra vez en un cuento de hadas”. 

Cada grupo en el poder rescata del cuento popular la ilusión por subvertir el orden social, por hacer de la Cenicienta princesa y por alterar que el emperador va desnudo; el problema es que cada cuento lleva su hechizo y usando los pases mágicos no transforman el agua en vino, los besos no despiertan a la princesa o el sapo se queda sapo, y el final feliz es una zanahoria tantálicamente si permitir siquiera un mordisco, el encantamiento se va fracturando.

A lo largo de los siglos, la influencia de los cuentos populares y de hadas no disminuye, ejerce un dominio extraordinario sobre nuestras vidas reales e imaginativas desde la niñez hasta la edad adulta. Hay lectores que comprenden el simulacro y otros que se duermen como la princesa infectados por una historia que aletarga sus razones.

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