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martes 03 diciembre 2024

Llegamos a creer

por Amado Avendaño

Todo lo que somos, pensamos o tenemos está basado en un sistema de creencias. El mundo se mueve en torno a este tipo de convencionalismos: el Estado, el dinero, la tecnología, las marcas, las ideologías.

El poder de una persona que gobierna o que aspira a gobernar se basa en eso, en que la gente crea en un proyecto, en una ideología, en que algo es posible.

Lo que ha sucedido en los últimos dos meses en este país es algo que nadie pudo imaginar y que ahora nadie puede controlar. La gente llegó a creer en que algo más que un destino fatal es posible.

Esa simple posibilidad ha devuelto la esperanza a millones y ha derrumbado el mito de la inevitabilidad de la perpetuación de un régimen autoritario cruel, cínico, corrupto, traidor y profundamente hipócrita y deshonesto.

Ante esto, aquellas mieles de las cuentas alegres desde el poder en turno, los repartos anticipados de tantos y tamaños, de negocios, de cuotas, de concesiones de pronto se tornaron en un sabor tan profundamente amargo que han exacerbado la ira del principal instigador de la violencia verbal y la polarización en México: el presidente.

A la par, sus corifeos repiten desesperados sus calumnias, sus majaderías, y sus bajezas aún teniendo plena certeza de que lo son.

Pero no les es suficiente, la locomotora de la esperanza que arrancó hace apenas unas semanas, alcanzó vertiginosa el ritmo de las mal logradas corcholatas, que ni con todo el dinero ilegal gastado en espectaculares y publicidad, han logrado despertar interés más allá que el propio del morbo de sus desatinos.

Tampoco, sin embargo, le es suficiente lo conseguido hasta ahora a la oposición para echar las campanas al vuelo, porque una cosa es la participación ciudadana y otra muy distinta la organización.

Es decir, una cosa es que la gente salga espontánea a tomar las calles y a manifestarse y otra muy distinta que sea capaz de organizarse para integrar un padrón, para promover una propuesta, para ir a ratificar su decisión en una urna y para defenderla en los hechos.

La madurez como ciudadanía sólo se demostrará por su capacidad de responder al reto que tiene enfrente y entender que la máxima unidad posible de la oposición es indispensable pero es apenas un primer paso, porque no es suficiente.

Para hacer realidad la esperanza que se ha posicionado en millones de mexicanas y mexicanos de una normalidad democrática hace falta transformar la marea rosa que llenó el zócalo de la ciudad de México y cientos de plazas y calles por todo el país en una marea que inunde las urnas.

Pero no serán los partidos políticos ni los aspirantes quienes han de lograr eso, sino la propia ciudadanía creyendo en sí misma.

El paso de una cosa a otra es lo que hará la diferencia entre decir y hacer, entre querer y poder, entre la esperanza y la certeza.

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