Desde ahora se puede adelantar el triunfo de Qatar en el mundial de futbol, y no porque su equipo vaya a coronarse en la final del certamen (¡hasta mis pobres pumitas juegan mejor!), sino porque la inopinada celebración de este evento en un pequeño lugar carente de la más mínima tradición futbolística consolida a este país como uno de los campeones del mundo del llamado “poder blando”. En realidad, Qatar es un prodigio. Ubicado en una península del Golfo Pérsico, desde finales del siglo XIX se ha consolidado ahí el poder del taimado clan Al Thani, único mediador capaz de dirimir y solucionar los conflictos tribales, siempre numerosos y no pocas veces intensos pese de ser, en sus inicios, una zona dedicada a las pacíficas actividades de la peca y al pastoreo. Pero en 1940 se descubrió petróleo en su subsuelo y las cosas empezaron a cambiar vertiginosamente. En 1971 el emirato dejó de ser un protectorado británico para convertirse en una nación independiente bajo el control del emir Ahmed bin Ali al Thani (poco tiempo después lo destronó su primo Jalifa, ¡es una familia de rudos procederes!). Mantuvo Qatar un bajo perfil internacional durante sus primeras décadas de existencia, siempre en la sombra de Arabia Saudita, pero en 1995, Hamad bin Jalifa al Thani derrocó a su padre y adoptó una ambiciosa agenda internacional con el objetivo de alejar a su emirato de la influencia saudí.
Hamad echo mano de la diplomacia y el poder blando para lograr sus objetivos. Una de sus primeras decisiones fue la creación de la televisión nacional, Al Jazeera, con el propósito de visibilizar la posición qatarí en el mundo árabe. Asimismo, Qatar comenzó una intensa actividad diplomática para convertirse en un justo mediador en los múltiples conflictos de la zona, como los de Palestina, Yemen, Sudán, Afganistán y Libia. Por otro lado, la decisión (2002) estadounidense de establecer en la península una base militar implicó la consolidación de la alianza entre ambos Estados en detrimento de Arabia Saudita, tradicional principal aliado regional de Washington. Al mismo tiempo, Qatar supo hacer buenos malabares y mejoró sus las relaciones con Irán, algo indispensable para el emirato por compartir ambas naciones el mayor yacimiento de gas natural del mundo.
Todo este nuevo protagonismo despertó las iras de Arabia Saudita y de sus aliados del golfo. Lo más irritante fue la imagen de la cadena Al Jazeera como un medio “promotor de la libertad de expresión” abierto a todos los puntos de vista, incluidos los opositores a los regímenes autoritarios del resto del mundo árabe, a grupos considerados “terroristas” como Hamás, los talibanes o Hezbolá, e incluso a representantes de Israel. Claro, libertad de expresión exclusivamente hacia el exterior. Al interior de Qatar se mantiene la estricta censura característica de los regímenes autoritarios. Al Jazeera fue clave para extender la “Primavera Árabe” de 2011. Ello provocó una respuesta conjunta por parte de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto, quienes en 2017 decretaron un bloqueo político y económico contra Qatar acusándolo de apoyar y financiar a terroristas. El anuncio del boicot se dio un día después del nombramiento del ambicioso y dinámico Mohammed bin Salman (MBS) como príncipe heredero saudita. Se presentó una lista de trece demandas a Tamim al Thani (designado emir por Hamad en 2013), la cual incluía el cierre de Al Jazeera, la reducción al mínimo de las relaciones con Irán y cortar todo vínculo con organizaciones como la Hermandad Musulmana, Hamas, y Hezbollah. Así se pretendió castigar a la “oveja negra” dispuesta a salirse del redil de los países árabes suníes.
Pero Qatar resistió muy bien el embate y acabó por vencer por goleada a MBS. Irán y Turquía ampliaron sus exportaciones de alimentos a la península y Occidente multiplicó sus relaciones económicas. Incluso se hizo de nuevos aliados gracias a la creación de un corredor económico (Iniciativa de la Nueva Franja) con Kuwait, Omán, Turquía, Pakistán y la India. A principios del año pasado MBS dobló las manitas y se vio obligado a firmar la reconciliación con su díscolo vecino.
Qatar también ha expandido su poder blando mediante la realización de múltiples eventos deportivos, el más relevante, desde luego, el mundial de futbol de este año. Pero ha sido una jugada arriesgada, la ciual amenazó con resultar contraproducente. La asignación de la sede se logró a base de conspicuos sobornos a las principales autoridades de la FIFA. Mucho más grave aún ha sido la muerte de unos 6,500 trabajadores en el proceso de construcción de las obras (estadios, hoteles, aeropuertos, carreteras, etc.). ONG’s internacionales han denunciado las condiciones infrahumanas padecidas por la mano de obra procedente de países como India, Bangladesh, Nepal y Sri Lanka. Trabajadores mueren electrocutados porque los sistemas eléctricos de sus casas son defectuosos, se suicidan por desesperación, se caen de andamios desvencijados y son víctimas del calor alucinante. Se labora sin apoyo médico adecuado, sin agua y en horarios inadecuados. Los trabajadores están bajo amenaza, se les golpea, se les confiscan los pasaportes para impedirles salir del país y las detenciones y encarcelamientos arbitrarios están a la orden del día. Qatar, pese a ser uno de los países más ricos del mundo en términos del PIB per Cápita, no reconoce derechos a las mujeres, practica la lapidación, aplica la tortura a los reos, condena a críticos y activistas, impide la libertad de expresión, persigue a los miembros de la comunidad LGBT y un largo etcétera. Pero pese a todo esto, los múltiples llamados internacionales a retirarle al emirato la sede del torneo o, por lo menos, a boicotearlo fracasaron estrepitosamente.
Para colmo, la guerra en Ucrania ha fortalecido la posición de Qatar como uno de los exportadores de gas más importantes del mundo. La cuestión, ahora, es como aprovechará sus imprevistas ganancias. Seguramente hará una mayor inmersión en los mercados bursátiles mundiales, acelerará su apuesta por los valores tecnológicos y fortalecerá sus incursiones en política exterior. Qatar ya es un importante inversor en empresas como Barclays y Volkswagen, así como en sectores inmobiliarios de Nueva York y Londres. Lo será aún más y también en otras grandes ciudades de occidente. También, seguramente, utilizará el fondo para promover sus objetivos regionales. Es así como Qatar 22 será como fueron Italia 34, Berlín 36, Argentina 78, Moscú 80, Pekín 08 o Sochi 14: una perfecta oportunidad propagandística de uso interno y externo para acrecentar el supuesto “prestigio” de una dictadura.