Casi nunca se habla en los medios internacionales de los países del África subsahariana, y solo se hace cuando sucede alguna gran desgracia o, como ahora, se verifica una ola de golpes de Estado, y aun así se toca el tema de de forma marginal. El último golpe de Estado se verificó la semana pasada en Gabón, un país de unos 2.5 millones de habitantes, el cual ha sido gobernado por la familia Bongo desde la independencia (1967), primero por Omar Bongo y desde 2009 por su hijo Ali, quien acaba de ser derrocado por las fuerzas armadas acusado de haber perpetrado una serie de atroces delitos. Gabón es rico en petróleo y su PIB per cápita más alto del África subsahariana, pero impera en él la corrupción y abundan desempleo y pobreza. La tragedia de una nación rica en recursos, pero pésimamente gobernada por sátrapas, es muy común en África y otros continentes del planeta. Y eso que ni el dictador gabonés derrocado ni su padre cayeron en los excesos de sanguinaria vesania ni en los escándalos y ridículos de otros tiranos africanos como Idi Amín o el emperador Bokassa, entre otros. Pero todos los líderes que detentan el poder indefinidamente muy menudo establecen cultos a la personalidad para consolidar su poder, exigir lealtad personal y socavar sistemáticamente las instituciones de gobierno independientes y ese sí fue el caso de los Bongo.
Los cultos a la personalidad crean una imagen idealizada y heroica de un líder como una especie de “ser superior” y, en algunos casos, se convierten en la personificación de la ley, el estado y el pueblo. Por lo tanto, el destino de la nación está ligado al del caudillo. El bienestar y la seguridad de la nación dependen del respeto por la sabiduría, el patrocinio y la vigilancia del venerado jefe. Muchos de los líderes actuales con más tiempo en el poder en África como Teodoro Obiang de Guinea Ecuatorial, (quien ha gobernado durante 44 años), Paul Biya de Camerún (41 años), Yoweri Museveni de Uganda (37 años), Isaias Afewerki de Eritrea (30 años) y Denis Sassou Nguesso de la República del Congo (26 años) han fomentado cultos a la personalidad, unos más intensos y ridículos que otros. Lo mismo sucedió con varios de los antiguos gobernantes del continente negro, cuyos cultos a la personalidad continúan proyectando una larga sombra sobre sus países, como sucede en Argelia con el recuerdo de Abdelaziz Bouteflika, en Chad con el de Idriss Déby, en Libia con Muammar Gaddafi y en Zimbabwe con Robert Mugabe. Todos ellos asumieron para sí un estatus “semi-divino” al identificarse con la nación misma y convertirse, por tanto, en los colosos indispensables capaces -solo ellos- de brindar estabilidad, seguridad y desarrollo económico.
La institucionalización de controles y equilibrios democráticos en las democracias, especialmente el establecimiento de los límites de mandato, son barreras contra los períodos presidenciales perpetuos y los consiguientes cultos a la personalidad. Pero en África y en otras regiones prevalece una supuesta asociación entre autocracia y estabilidad. Esto ha sido particularmente cierto en las antiguas colonias francesas, la desdichada FrançeAfrique, hoy tan de capa caída. A París le interesaba mantener en sus ex dominios una aparente estabilidad para la mejor defensa de sus intereses, aunque el precio a pagar fuese tolerar regímenes dictatoriales violentos, incompetentes y corruptos. En Gabón, por ejemplo, en 1964 paracaidistas franceses intervinieron para evitar el triunfo de una revolución y al poco tiempo impulsaron a Bongo papá a la presidencia. Fue un longevo dictador, pero ni de lejos tan sanguinario como muchos de sus colegas. Tenía un estilo de “intercambio de favores por votos”. Aprovechó la riqueza de los miles de millones de petrodólares para engrasar una de las máquinas de patrocinio más efectivas de África e incluso le gustaba “maicear” a la oposición. Muchos observadores de la realidad política africana bromeaban diciendo que la forma más rápida de convertirse en ministro en Gabón era destacar como un político opositor.
Eso sí, el dictador robó hasta el aturdimiento. La riqueza de Omar Bongo era un secreto bien guardado, pero algunos lo ubicaban con buenos argumentos entre los hombres más ricos del mundo. “La mayoría de los Estados francófonos de África están plagados de rivalidades étnicas, clientelismo, corrupción y nepotismo, y sus instituciones públicas parecen irremediablemente contaminadas”, clamó en vano Jacques Attali cuando iniciaba el mandato del socialista Mitterrand, el cual se limitó a continuar las torpezas y arbitrariedades de sus antecesores en lo concerniente a las excolonias. Gabón es un eslabón de la oscura red FrançeAfrique la cual ha encadenado todos estos golpes de Estado que tienen en común ser profundamente antifrancesas y convencidamente prorrusos y que han tenido sus más recientes capítulos en Chad, Malí, Burkina Faso, Níger y, ahora Gabón. ¡Que el camerunés Biya ponga sus barbas a remojar! De acuerdo con una nota de Al Jazeera, al menos 242 golpes militares exitosos que han ocurrido en todo el mundo desde 1950, y África representa el mayor número con 106. De los 486 intentos o éxitos militares llevados a cabo en todo el mundo desde 1950, África cuenta con 214, de los cuales al menos 106 han tenido éxito. Al menos 45 de las 54 naciones de todo el continente africano han experimentado al menos un solo intento de golpe de Estado desde 1950. Dos terceras partes de las excolonias francesas han padecido golpes de Estado desde su independencia.
Apuntando todo este pandemónium se me ocurre pensar: ¿Cuántas veces no hemos escuchado esa expresión de “ya parecemos República bananera” o “nuestro presidente se parece cada vez más a un dictador africano”, eso cuando una corrupción rampante domina en nuestro país, las decisiones del Ejecutivo son cada vez más extravagantes y caprichosas o el poder se personaliza de forma alarmante en la figura de un presidente megalómano e incompetente como… ¡vaya!… ¡Cómo, de hecho, nos está pasando ahora mismo en México!