“Una mujer se arriesga a muchas cosas”, es la lección que Catalina quiere dejarles a sus hijas. El riesgo puede venir de diferentes modos: los celos posesivos, la violencia de pareja, la violación dentro del matrimonio o peor: ser víctima de cada una de estas agresiones y además, tener que luchar por la custodia de sus hijas.
Catalina no recuerda bien las fechas pero está plenamente consciente de que por poco más de 11 años vivió con un hombre que luego de golpearla y violarla entabló medidas legales para quitarle a sus hijas por “abandono familiar”.
Ella tenía 16 años cuando conoció al padre de sus tres hijas (hoy su agresor) en un crucero donde ella vendía dulces para sobrevivir (tenía casi siete de haber dejado su casa). Apenas un par de años atrás había terminado la primaria, pues tuvo que suspender sus estudios para atender a su primera hija, que hoy ya tiene 12 años de edad.
Relata que meses después de conocer a este sujeto (que llamaremos Diego) se fue a vivir con él dejándose llevar por el amor que sentía. “Me supo envolver muy bien”, reconoce Catalina mientras trata de contarnos su historia de la forma más detallada posible.
Diego, quien trabaja para una agencia de seguridad privada por las noches, “era lindo, con celos normales”: él decidía qué ropa tenía que ponerse ella, cómo actuar en la calle cuando iban juntos. Las agresiones físicas comenzaron: empujones, bofetadas, acompañado de gritos, reclamos, e insultos.
"Consolation", Edvard Munch.
Pero esto no era nuevo para Catalina. Desde niña vendió dulces en la calle, y creció viendo cómo su padre golpeaba a su madre, mientras sus hermanos observaban, impotentes ante esas agresiones, germinando por años un rencor en contra de la figura paterna.
Y aunque el padre de Catalina nunca la golpeó (su madre sí, cuando regresaba sin dinero) , decidió alejarse de ese ambiente y se fue a vivir a la calle. Encontró refugio en un albergue (la obligaban a hacer labores de limpiezas y también le pegaban) para el que vendía cafés en un carrito mientras sorteaba a sus hermanos, que le ordenaban que regresara con su familia.
Ante el acoso, ella se alejó del hogar que la había acogido y empezó una travesía en la calle donde sobrevivía como podía. En más de una ocasión, más de una persona, la violó.
Esto explicaría por qué cuando conoció a Diego se sintió segura, pues recuerda que él no mostraba signos de violencia ni de tener un carácter temperamental. Pero la primera vez que hubo un episodio de violencia ella sintió como “si se hubiese quitado una máscara”.
Ese desenmascaramiento sería mucho más grave, y eso sería sólo el inicio.
La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia tipifica cinco tipos de violencia (en cinco modalidades). Durante los casi 11 años que ella vivió con Diego, padecería cada uno de estos tipos.
Por ejemplo, al empezar a vivir juntos ella tenía prohibido trabajar y salir a la calle, únicamente iba al mercado a comprar las cosas para la casa con el dinero que le daba Diego porque “para eso están los hombres”.
La violencia económica se define como “toda acción u omisión del agresor que afecta la supervivencia económica de la víctima. Se manifiesta a través de limitaciones encaminadas a controlar el ingreso de sus percepciones económicas”.
Esto, por supuesto, acompañado de violencia física (“cualquier acto que inflige daño no accidental, usando la fuerza física o algún tipo de arma u objeto que pueda provocar o no lesiones ya sean internas, externas, o ambas”), misma que Catalina nunca denunció ante alguna autoridad competente.
El tiempo transcurrió y tuvieron dos hijas, más la que Catalina había tenido, anteriormente, por voluntad, con su pareja anterior (él dijo que se haría responsable pero se desentendió).
Repentinamente, Diego se fue de la casa. No obstante, de manera frecuente iba a visitar a sus hijas y a Catalina al inmueble donde viven (no hay seguridad y las puertas interiores son simples cortinas). En dichas visitas él “exigía su derecho” a acostarse con “su mujer”. Ella se negaba pero la fuerza física de él la superaba y, también reconoce, muy adentro pensaba que quizá sí tenía una responsabilidad para con él porque “estaba manteniendo a sus hijas”, a pesar de que él ya estaba contra viviendo con otra persona.
La evidente violencia sexual que ejercía él sobre ella (“cualquier acto que degrada o daña el cuerpo y/o la sexualidad de la víctima y que por tanto atenta contra su libertad, dignidad e integridad física”) también era acompañada por comentarios que denigraban a Catalina, con comparaciones, y además, la denigraba por no haber completado sus estudios.
Y es que en general, durante 11 años, Catalina sufrió también violencia psicológica que no sólo incluye comentarios ofensivos sino que , según la ley, también puede manifestarse en “cualquier acto u omisión que dañe la estabilidad psicológica, que puede consistir en: negligencia, abandono, descuido reiterado, celotipia, insultos, humillaciones, devaluación, marginación, indiferencia, infidelidad, comparaciones destructivas, rechazo, restricción a la autodeterminación y amenazas, las cuales conllevan a la víctima a la depresión, al aislamiento, a la devaluación de su autoestima e incluso al suicidio”.
Producto de las “visitas” de Diego, Catalina tiene a su cuarta hija, quien la acompaña durante nuestra entrevista. A raíz del nacimiento de su vástago, ella decide perdonarlo y le permite regresar a la casa. Las agresiones, los celos, los gritos, los reclamos, el tormento, continúan.
En alguna ocasión Diego le cerró la puerta a Catalina. Las niñas estaban dentro de la casa, así como sus cosas. Acudió al DIF-Ecatepec para pedir ayuda pero se limitaron a llamar a una conciliación. Para volver a entrar al inmueble, para volver a abrazar a sus hijas, Catalina tuvo que rogarle a Diego que la dejara entrar.
(La violencia patrimonial está tipificada como “cualquier acto u omisión que afecta la supervivencia de la víctima. Se manifiesta en: la transformación, sustracción, destrucción, retención o distracción de objetos, documentos personales, bienes y valores, derechos patrimoniales o recursos económicos destinados a satisfacer sus necesidades y puede abarcar los daños a los bienes comunes o propios de la víctima”).
Otro día, Diego intentó golpear a la primera hija de Catalina, algo que ella no podía soportar. Ante el evidente hartazgo, él sólo optó por decir que no tenía caso denunciar porque a “alguien tan tonta” nunca le harían caso.
Por otra parte, siempre la quiso convencer de que si llevaba el caso a las autoridades le quitarían a sus hijas por falta de solvencia económica (una de las principales razones por las que ella nunca denunció).
A principios de 2015, Catalina salió de su casa, con sus hijas, para acompañar a una amiga al hospital a quien habían golpeado. Dejó sus cosas en la casa, incluido su teléfono y sus llaves. Cuando regresaron, ya en la noche, la puerta estaba cerrada y no pudo entrar (su pareja estaba trabajando).
Diego, a la mañana siguiente, le informa que levantó un acta por “abandono de hogar” y que era mejor que le dejara a las niñas.
Ante este escenario ella se fue con sus hijas a casa de su hermana, en Tecámac. Ahí inicia el largo camino por reconstruir su vida (admite que a pesar de todo extrañaba a Diego). No contaba con que su expareja mandaría a uno de sus amigos a seguirla por todos lados, incluso le tomaba fotos que después presentaría en los juzgados, totalmente fuera de contexto, para argumentar que las niñas corrían peligro con ella.
Cada trabajo que lograba conseguir lo perdía porque Diego se presentaba y hacía un enorme escándalo y escandalosos desmanes que le valían el puesto a Catalina.
Harta de ser acosada, de no poder iniciar una nueva vida, escapa a la Ciudad de México y, a finales de 2015, recibe una notificación: Diego quiere la patria potestad sobre sus vástagos, a pesar del descuido, de la violencia, y de que sus propias hijas le tienen miedo a su padre por la violencia que ejercía en contra de su madre.
Actualmente, el Bufete Jurídico Gratuito Social de la Universidad Panamericana A.C. (que recibe y lleva casos de personas de escasos recursos) tiene a cargo la defensa de Catalina. En entrevista para etcétera, su representante legal nos explica que la sentencia tendría que ser favorable por todos los rasgos de violencia que la víctima presenta.
Para el cierre de esta edición, las niñas ya han sido sometidas a peritajes psicológicos que confirman la versión de Catalina. Diego, en cambio, afirma que la primera vez que la dejó ella era quien lo recibía desnuda para provocarlo y tener relaciones sexuales.
Asimismo, están próximas las audiencias de desahogo de testimoniales (los testigos del agresor, uno de ellos quien siguió a Catalina, no se presentaron en su momento). Posteriormente serán las periciales de los estados psicológicos de los padres. La sentencia podría darse, probablemente a finales de 2016.
Tímida, insegura, preocupada por si nos relató de forma correcta su historia, Catalina nos cuenta que actualmente vive con su madre y que su principal ocupación es sacar adelante a sus hijas. A futuro quiere terminar sus estudios.
“La verdad es que me supo envolver muy bien. Yo estaba muy enamorada y creí que él iba a cambiar, la primera vez. Y a pesar de que él se había ido, me dolía en pensar que yo tenía la culpa de que mis hijas no tenían un padre”, reflexiona tras acudir a terapia a la Unidad de Atención y Prevención para la Violencia Familiar.
“’ ¿Por qué no lo dejaste antes?’, me dicen en la terapia que me están dando. Pero no sé… Ya lo estoy superando, ya no me duele hablar de él. Estoy aprendiendo a que si tan sólo te grita eso ya es violencia. Yo no sabía, ahora ya sé.
“Yo no quiero que mis hijas pasen por lo mismo, porque pues son mujeres y una mujer siempre se arriesga a muchas cosas”.
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