Este hombre está por cumplir 68 años. Desde 1984, es profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Fue uno de los tres líderes del movimiento estudiantl agrupado en el CEU que, en 1986, tiró las reformas promovidas por el rector, doctor Jorge Carpizo, e hizo posible el Congreso Universitario celebrado en 1990. En ese entonces muchos creyeron que tenía un futuro brillante aunque ahora es fácil colegir que, siempre teniendo en cuenta sus propios errores, es una víctima de la política mexicana.
Se llama Carlos Imaz Gispert. Y ahora mismo podría estar sentado en el escritorio de un aula vacía rodeado de pizarras y sillas desordenadas, mirando por la ventana el revoloteo de mujeres y hombres que lo conducen a los tiempos de la efervecencia juvenil, la propia y la de aquellos que junto con él, le dieron sendero a sus vidas recriminando decisiones autoritarias y proclamando cambios académicos sin precisión ni sustancia pero con una carga de energía que impulsó a amplios sectores de la sociedad a reclamar sus propias transformaciones en las elecciones de 1988. Ahí está el líder, arriba de algún macetón, con su chamarra café de corte cazador, pantalón de mezclilla y barba recién salida. Rubio. Un estratega carismático y apuesto, elocuente y persuasivo. Tenía, además, a la compañera ideal, Claudia Sheinbaum, quien lo seguía como Adelita en las escuelas de la UNAM y las plenarias del CEU. Él era paciente y ella el grito admonitorio y amenazante, la disciplina a la que arengaba como si los estudiantes fueran rebaño. Daba ternura en aquel entonces, y a veces risa, más aún cuando al momento de la discusión ella guardaba silencio. Proponer o dirigirse a las masas nunca fue lo suyo.
En este instante, el dirigente podría recordar a la gente enfebrecida, los espectaculares diálogos públicos y los privados con las mismas autoridades universitarias. La provención económica con que la Rectoría de la UNAM apoyó a la dirigencia en sigilosos actos en los que participaban emisarios de ambas partes y los festivales musicales. El concierto tumultuario de Cecilia Toussaint:
Tal vez te suene esta tonada como transistorizada / Entonada por la laringitis del escape…
En aquella soledad de un salón de clases, Carlos Imaz podría recorrer otra vez Europa, un viaje también patrocinado por la UNAM y, finalizando los 80, la construcción del PRD. Sobre todo, evocaría el suicidio de quien fuera su gran amigo y compañero de lucha, Luis Alberto Alvarado. Pese a esa herida que lo marcaría para siempre, su ascenso continuó junto a su esposa Claudia Sheinbaum, hasta ser jefe delegacional en Tlalpan del DF. Pero la tragedia otra vez asomaría en su destino: en marzo de 2004 se difundieron videos donde el empresario Carlos Ahumada daba fajos de billetes a varios militantes del PRD, él entre ellos. El video acabó con su carrera y Carlos Imaz lo sabía. Él cargaba el peso moral de un movimiento que, además de triunfante, se había mostrado incorruptible. Cierto, ese tipo de prácticas son habituales en México pero él, Imaz, era el de la grabación y no otros, los viejos operadores con quienes el dinero en efectivo fluye como las cascadas de Niágara. La relación con Claudia Sheinbaum no soportó mucho más, sobre todo porque los lazos de ella con Andrés Manuel López Obrador eran cada vez más fuertes. El tiempo fue cincelando el rostro amargo que, junto a sus lentes bifocales, desde entonces lo acompaña. Incluso, ha sido borrado de la historia amorosa y política de la presidente de México. Como si nunca hubiera existido.
Es el hombre y su circunstancia, dijo Ortega y Gasset. Seguramente Carlos Imaz Gispert ha dicho la frase docena de veces en el aula universitaria, tal vez durante uno de esos días en los que también se pregunta: “¿Que hubiera pasado si…? Pero entonces balbucea, rumiando su soledad como el maestro universitario que es y el video que le trozó el alma para todos los días de su vida.
