Yasmín tuvo su primera gran oportunidad hace 24 años, cuando Andrés Manuel López Obrador asumió el cargo de Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Esa primera gran oportunidad fue indirecta, hay que acotar, porque su esposo, José María Riobóo fue contratado durante ese periodo, y el de Marcelo Ebrard, para hacer más de 15 obras de infraestructura. Su papel en ese entonces fue disfrutar de la fortuna que eso implicaba, por lo que, más tarde, correspondería como ministra de la Suprema Corte de Justicia, cargo al que accedió a principios de 2019, gracias al presidente López Obrador. El conflicto de interés fue lo de menos.
Cuentan los viejos que, varias décadas antes de que se instaurara la República de la Esperanza en el país, por allá a finales de los años 60 del siglo pasado, había una niña que, en algún colegio privado de la capital, sobresalía como un modelo de aprendizaje. Limpiecita y formal, siempre sacaba las mejores notas y lucía orgullosa, con una sonrisa que le desparramaba los cachetes, su estrellita plateada en la frente. Pero Yasmín Esquivel no era una chiquilla excepcional por su capacidad académica, sino por su facilidad para reproducir en sus presentaciones escolares el trabajo que antes habían hecho sus primos, además de tener la cualidad de copiar en los exámenes. Sus gestos tiernos y modositos hacían prácticamente imposible que los profesores descubrieran sus trampas. La futura abogada no era brillante, pero tenía la inteligencia suficiente para hacer de su falta de ética un campo de oportunidades. Aún recuerda que, en la secundaria, tuvo la primera advertencia cuando presentó una investigación sobre los pericos que copian sonidos de los humanos. Sucede que el trabajo lo había hecho el sobrino de la maestra como examen final en el tercer grado. Yasmín se quedó paralizada. Fijó la mirada en el suelo y lloró. Acudiendo a una vocecita mustia, dijo que por un error puso la carátula con su nombre, pero que el trabajo lo tenía en casa. La maestra consintió y al siguiente día, Yasmín le presentó como propio el esfuerzo que había hecho su hermano un par de años atrás en otro colegio. Valió la pena: obtuvo diez de calificación.
El plagio y la construcción de una imagen comprometida con el esfuerzo intelectual se convirtieron en los principales hábitos de Yasmín. Luego, como la montañista que arriba al Everest, conquistó la licenciatura y enseguida la maestría. Todo iba viento en popa hasta que, en el invierno de 2021, un fastidioso escritor llamado Guillermo Sheridan reveló que la impoluta abogada era una ladrona de tesis. Al menos la de licenciatura en la UNAM. Lo demostró con humor ácido, ese ha sido su estilo para desenmascarar a otros farsantes, y su pulcritud académica, esa ha sido su trayectoria también por mucho y que la respuesta de los apoyadores de la República de la Esperanza pretendiera descalificarlo con los mensajes pueriles de siempre. Se trata de un montaje de la derecha y cosas así, reproducidas en copy page por los troles y bots del régimen. Ese había sido el mayor torbellino que Yasmín había enfrentado en su vida desde cuando tenía cuatro años y en el Jardín de Niños presentó una hoja arrancada de una revista de Mickey Mouse diciendo que ella lo había dibujado, hasta el conflicto de interés que remontó con el apoyo del gobierno federal para ser nombrada ministra habiendo vivido del erario gracias a los contratos que López Obrador firmó con Riobóo siendo jefe de gobierno del D.F. Le ayudó su capacidad para corresponder, ya que todas sus consideraciones en la Corte fueron para reproducir los mismos argumentos del presidente. Yasmín lo ha sabido hacer desde que tiene memoria. Le ayudó también la parsimonia de la UNAM y la empatía de amplios sectores de la población que respaldan la transa.
La ironía es clara: la mujer que construyó su carrera sobre la base de la mentira y el plagio ha sido una de las encargadas de administrar la justicia en la República de la Esperanza.
(FICCIÓN)
