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Trabajar como voluntario de una organización internacional me ha permitido conocer uno de los países que más he admirado por sus políticas institucionales de avanzada en materia del reconocimiento a las libertades individuales, el respeto a los derechos y a la igualdad humana, y su compromiso con la democracia. Hablo por supuesto de la que se llama oficialmente, la “República Oriental de Uruguay”, un país que en muchos sentidos, debería ser un ejemplo de la grandeza que soñamos y que queremos hacer realidad los latinoamericanos.

Uruguay es un país en el que, como en realmente pocos, uno no se siente extranjero. Esto no es algo menor. El que es de fuera, el que no pertenece ni tiene raíz en la tierra donde vive, tiene hoy en día un 100 por ciento de posibilidad de ser señalado, incluso, perseguido. Sin embargo, mi porte de mexicano no me hace especial ni siquiera para las autoridades de Migración, que tienen como política la de recibir a cuanto extranjero llegue a estas lejanas tierras, distante 14 horas de viaje en avión desde Guadalajara.

Así que vine a Montevideo, a realizar un trabajo profesional que me mantendrá en estas tierras durante dos meses más, pero también a observar de cerca a una sociedad que ha impulsado el reconocimiento a derechos que todavía en México se siguen debatiendo, como el de los matrimonios igualitarios y la legalización de la marihuana. No exagero cuando digo que se trata de temas en los que Uruguay ha puesto el ejemplo, como lo ha puesto también respecto de su joven y sin embargo fuerte sistema institucional democrático, calificado como excepcional y reconocido en todo el mundo.

En el caso de la legalización de la marihuana, ocurrida durante el gobierno del mítico ex lider guerrillero, José “Pepe” Mujica (acá se pronuncia sin el acento que en automático le ponemos en México a la u del apellido) el resultado no sólo ha sido restar uno de los problemas de corrupción y seguridad que se cierne sobre la gran mayoría de los países del planeta como consecuencia del enorme poder económico, político y social que tienen quienes distribuyen esa droga, sino que ha propiciado una revalorización de la planta a niveles científicos, es decir, por las bondades medicinales y terapéuticas, en contrasentido de la leyenda negra construida en su entorno.

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