Notimex: La tristeza de un derrumbe

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Me tocó asistir, a finales de los noventa, a algunas de las reuniones del Consejo Editorial que había conformado Jorge Medina Viedas, el director general de Notimex.

Los clientes de la agencia, y entre ellos La Crónica de Hoy, teníamos voz en esos encuentros en los que se analizaba las coberturas, los servicios que brindaba e inclusive los ángulos de algunas informaciones que pudieran resultar polémicas y todo ello con el propósito de mejorar y establecer buenas prácticas periodísticas.

Me envió Pablo Hiriart, el director del diario y quien también había sido titular de la agencia años antes.

Para muchos medios de comunicación, Notimex era indispensable, porque los costos para tener corresponsales resultaban muy elevados y se hacía imposible acceder un panorama nacional e internacional sin la ayuda que se proporcionaba desde el edificio en la calle de Puente la Morena, en la colonia Del Valle.

Medina Viedas, de quien con los años me hice amigo y que falleció en noviembre pasado, era un político forjado en la rectoría de la Universidad Autónoma de Sinaloa y que había enfrentado a uno de los grupos más atroces de la ultraizquierda: Los enfermos.

Era, al mismo tiempo, un buen analista y entendía esas corrientes que van crujiendo por debajo de lo aparente y que estallan, de un día para otro, formando grandes oleadas informativas.

Desde aquellos años existía la idea de volver a Notimex una verdadera agencia de Estado, como organismo descentralizado, que no estuviera sujeta a los caprichos del poder y que perdurara con altos niveles de profesionalización.

Como ahora es evidente, eso no se logró y la ratificación del Senado a la propuesta de poder ejecutivo nunca funcionó como un sistema de control y mucho menos de protección para quien resultara designado directivo.

Notimex tuvo muy buenos directores, y entre ellos, además de Medina e Hirart, a Raymundo Rivapalacio, Rubén Álvarez, Francisco Ortiz Pinchetti y Héctor Villarreal, por mencionar algunos.

En la actualidad, con la llegada del nuevo gobierno, se optó por una especie de suicidio, que es el que se refleja en los múltiples errores y en la persistencia de la propaganda para desplazar a la información.

Como en tantas cosas, estamos pagando el precio por no dejar que los procesos de independencia caminen y se robustezcan.

Desde hace algunos años, la situación de los corresponsales en el extranjero se fue complicando, porque los empezaron a contratar como prestadores de servicios y sin ninguna garantía en su empleo, más allá del contrato anual que firmaban.

Pero lo que ya está mal, siempre empeora y en la actualidad, desde enero, Notimex ya no tiene corresponsales en el extranjero. Es una pena y por varios motivos.

El primero es porque se dejó en el abandono a periodistas muy talentosos que llevaban, en algunos casos, décadas en el exterior. Otro golpe a los trabajadores de los medios de comunicación y ante una escenario bastante hostil.

Lo segundo, porque en los hechos perdemos de una mira colectiva al mundo, un termómetro de alerta para atender los temas que deben interesarnos.

Por ejemplo, la oficina de Notimex en Washington siempre estuvo en la vanguardia informativa, con adelantos y análisis que servían para tomar decisiones. En la coyuntura que estamos viviendo, seguro los vamos a extrañar.

Pero más aún, echaremos en falta a Notimex, el que tanto costó construir, con sus buenos y malos momentos, y que tan poco se ha necesitado de desmoronar.

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