La política es el arte de obtener dinero de los ricos y el voto del resto para proteger a los unos de los otros. La lucha encarnizada por el poder empieza a reflejarse dentro de Morena, donde rápidamente ha quedado en el olvido aquella narrativa cuidadosamente construida por Andrés Manuel López Obrador de que todos los sátrapas y sabandijas tenían cabida dentro de su movimiento hasta que el destino los separe. Y ese destino llegó con la victoria abrumadora del pasado proceso electoral donde ya en el poder se ha comenzado a construir, de manera vertical, la estrategia para zanjar cualquier disidencia autónoma o manipulada.
El ejemplo de la lluvia de amparos contra la construcción del aeropuerto de Santa Lucía encendió las alertas presidenciales desencadenando la iniciativa recién aprobada en Tabasco, bautizada en las benditas redes como #LeyGarrote, para disuadir cualquier foco de desestabilización alrededor de las obras sexenales, siendo la más emblemática la refinería en Dos Bocas.
En el escenario de contradicción ética de una ley que criminaliza la protesta social que ha sido emblema del hoy residente en Palacio Nacional, no se olvide el plantón resultado del conflicto poselectoral que duró varios meses en Reforma, fluyen dos visiones que chocan en el seno del movimiento moreno: se afirma un proyecto que hace eje en un Estado redistributivo necesario para la 4T versus la resistencia para esa transformación argumentando la falta de novedad política con la justificación simulada de un más de lo mismo con distintas reglas.
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