Con la 4T ¿México siempre feliz, feliz, feliz…?

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A unos meses de que López Obrador cumpla un año de haber tomado posesión del cargo como presidente de México y a pocos días de que rinda su Primer Informe de Gobierno, todo sigue igual o peor. La Cuarta Transformación no tiene excelentes resultados ni grandes logros de gobierno. Al menos no todavía.

Y es que el elefante, además de estar reumático, es un bulto muy pesado y no cualquiera puede.

Los problemas de México son demasiado grandes y complejos. Éstos no se resuelven con pura fuerza de voluntad y buena disposición, menos con retórica y demagogia.

El gobierno lleva prisa por avanzar en la transformación que se propuso, pero está quedando rebasado por los problemas de fondo que tiene nuestro país.

La inseguridad y su caudal de violencia siguen cubriendo de sangre todo el territorio nacional; el desempleo aumenta de forma alarmante y el poder adquisitivo de los salarios sigue siendo deplorable; la corrupción y falta de transparencia en los asuntos públicos continúan; el medio ambiente y los recursos naturales permanecen amenazados frente a los proyectos desarrollistas oficiales y privados. Encima de todo, la economía no crece a los ritmos prometidos.

Pero el presidente López Obrador tiene otros datos y considera que, en lo político, económico y social, vamos “requetebién”.

Incluso antes de que formalmente arrancara su gobierno, en su toma de protesta, ya mostraba su buen ánimo porque la dicha prometida estaba en curso:

“Por eso estoy optimista, creo que ya estamos logrando, se está iniciando y ya vamos en el camino de lograr el renacimiento de México, que nos vamos a convertir en una potencia económica y, sobre todo, en un país modelo que habrá de demostrar al mundo que acabar con la corrupción es posible, y así lo haremos, porque de esa manera construiremos una sociedad más justa, democrática, fraterna y siempre alegre”.

Y ya en su informe de los 100 días, de plano, el optimismo del presidente estaba desbordado, y desgranó uno a uno sus logros y concluyó reiterando la utopía:

“…vamos a convertir a México en una potencia económica…vamos a seguir caminando hacia ese gran ideal de vivir en una patria nueva, libre, justa, democrática y fraterna”.

De seguro que su Primer Informe será toda una apología a la Cuarta Transformación de México y dirá que ya están sentadas las bases para el renacimiento de la república y que nos preparemos para vivir entonces su época de resplandor.

Para tal fin, el presidente López Obrador ha decretado que “el pueblo está feliz, feliz, feliz, hay un ambiente de felicidad, el pueblo está muy contento, mucho muy contento, alegres. Entonces, no hay mal humor social”.

Y como el pueblo está de buenas, el presidente López Obrador ya anunció que el próximo aniversario de la Independencia será una fiesta nacional “a lo grande”, con eventos culturales “de primer orden, nunca antes visto”, por los logros alcanzados de la 4T, sin violencia y de manera pacífica.

No importa cuánto se vaya a gastar en el jolgorio ni que este año apunte para ser el más violento de todos los tiempos. Lo importante es festejar que todos estamos muy felices de tener un presidente que gobierna con las manos en la cintura, porque es muy fácil hacerlo y no necesita de ninguna ciencia para dar buenos resultados.

Son tiempos de optimismo desbordado, de echar las campanas al vuelo y tirar la casa por la ventana, todo lo justifica esa inmensa felicidad que hoy tiene el pueblo mexicano.

Ahora desde el oficialismo todo se ve con los colores del arcoíris y hasta florecitas ponen en algunas alcaldías como símbolo de esa alegría nacional. Los Servidores de la Nación recorren todo el territorio para fundar clubs de optimistas con quienes comparten esta visión idílica de la república amorosa del “compañero presidente”.

Ya es pasado cuando, siendo opositor López Obrador y sus seguidores, veían en gris y negro el panorama nacional; entonces todo era un páramo. Era tal su negativismo que nunca reconocieron ni un logro de otros gobiernos, a todo le decía que no. Nada le parecía. Hasta pedían que mejor renunciaran, ya que con ello le hacía un favor al país.

Sin embargo, ahora no hay cabida para resentidos y pesimistas, esos que todavía no entienden que las cosas ya cambiaron.

Al presidente le incomodan las movilizaciones de protesta y dice en tono despectivo “se dan estos casos…”, como si fueran excepcionales o inoportunas, por ejemplo: las protestas de las mujeres contra tanta violencia feminicida; pero también los reclamos de las organizaciones campesinas; de los médicos residentes sin apoyos; de los enfermos sin medicamentos; de las organizaciones civiles y grupos de oposición política; de los miles de empleados públicos despedidos; de las maestras y padres de familia que se quedaron sin guarderías; de los ambientalistas contra la hidroeléctrica en Morelos; o los reclamos por tantos periodistas asesinados, etc.

Desde el gobierno se descalifica y estigmatiza a esos que no están contentos hoy. Se les acusa de ser conservadores, radicales, provocadores y defensores de privilegios. Su crítica es tratada con desdén e intolerancia, hasta se les regaña, amenaza o chantajea, lo cual es una forma de represión.

Sólo esperamos que la utopía de la Cuarta Transformación no termine siendo una espantosa y desagradable distopía nacional: una nación bajo un riguroso control político desde el aparato estatal para garantizar esa sociedad ordenada, feliz y conforme, que podría estar derivando hacia un régimen totalitario.

Al respecto, ya hay signos muy preocupantes: un hiperpresidencialismo amenazante; la imposición de una moral y de una ideología como proyecto de gobierno; el uso discrecional de la justicia; el desprecio contra organismos de derechos humanos; la construcción de una estructura territorial y de una base social desde el gobierno, aprovechando los programas sociales y el apoyo del partido oficial; la criminalización de la protesta social; el rompimiento de reglas electorales y la embestida contra el organismo electoral central; los recortes al financiamiento de partidos para debilitar a la oposición; la intolerancia hacia la prensa y periodistas críticos; la militarización de la seguridad pública y el excesivo protagonismo de las Fuerzas Armadas. Etcétera.

Recientemente, en el marco de las protestas de las mujeres contra los feminicidios y de las movilizaciones de las organizaciones de campesinos, el presidente López Obrador se vanaglorió de tener “…el respaldo y el apoyo de dos instituciones fundamentales del Estado mexicano, la Secretaría de Defensa Nacional y la Secretaría de Marina, dos pilares que sostienen la estabilidad política, económica y social de nuestro país.”

Ojalá que el presidente López Obrador cumpla su palabra de actuar sin odios, de respetar las libertades, de buscar la reconciliación y la concordia de todos, porque de lo contrario tanta felicidad podría terminar en tragedia.

El último clavo

El buen juez por su casa empieza. En el partido del presidente López Obrador, Morena, ya comenzó la larga noche de los cuchillos largos, a propósito de la renovación de la presidencia de la mesa directiva en el Senado y ante la próxima elección de los órganos de dirección de ese partido.

La pelea entre Martí Batres y Ricardo Monreal por el liderazgo político dentro de la Cámara Legislativa, así como la disputa entre Yeidckol Polevnsky, Bertha Luján y Mario Delgado por la presidencia del partido, sólo son la punta de la madeja de una bola de intereses personales y de grupo que están en pugna por el control político del poder.

El presidente López Obrador es juez y parte en este altercado, y hará todo lo posible para que en esas posiciones clave queden aquellos liderazgos que le aguanten el paso y le sigan la corriente.

Lo bueno es que le están dando ejemplo a todo el país sobre la nueva forma de hacer política, de vivir en armonía y ser felices.

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