Creo que vale la pena desmontar (o al menos intentarlo) una sensación extendida en favor de que el intercambio entre hombres de Estado siempre sea pública, vale decir, transparente, o sea, a la vista y a los oídos de todos.
Escribí "sensación", no planteamiento y mucho menos idea, la sensación de transparencia no tiene asideros absolutos en ninguna parte del mundo. No existe más que como proclama o herramienta política. No existe ni para comprender las responsabilidades de los funcionarios de la diplomacia ni para asumir que hay temas -pongamos esos que les llaman razón de Estado- que no sólo no pueden ser públicos sino que deben ser privados, por ejemplo cuando los representantes de los países que sea conversan sobre medidas de seguridad, aunque lo mismo sucede cuando el intercambio ocurre para lograr acuerdos comerciales.
Contrariamente a lo que creen los detentadores de la transparencia, la mecánica y la dinámica de la política en la democracia comprende las facultades de la secrecía e incluso la privacidad, pongamos el caso de particulares que platican para concurrir en actos conjuntos, en la esfera pública, sin duda, el primer acercamiento de Andrés Manuel López Obrador con Bartlett o con Esteban Moctezuma, no fue mediante una rueda de prensa ni sucedió en una esfera de cristal, a la vista de todos, no cabe duda y así hay que comprenderlo, antes de dar a conocer sus acuerdos, primero los procesaron en privado, no en lo "oscurito" -término que se emplea como sinónimo de algo indebido o para defenderse los acuerdos políticos-.
Incluso, en el ámbito periodístico, el profesional de la información ofrece la secrecía como factor clave para obtener información e incluso a veces registra que la obtuvo de manera confidencial o que se comprometió a mantener el anonimato de la fuente. Todos los códigos deontológicos del mundo comprenden esa variable sin la que las primicias simplemente no existirían. (Por eso no deja de ser cómico que quienes exigen transparencia frente a razones de Estado no le pidan la misma transparencia al periodista que no revela sus fuentes).
Al mencionar esto último, aludo a uno de los pormenores cotidianos que tiene el periodismo y la política en todos los países del mundo, pero el tema adquiere mucho mayor dimensión cuando se trata no sólo de acordar medidas de militancia política electoral o noticias reveladoras, sino cuando se procesan reformas de gran calado o como cuando se emprenden negociaciones comerciales de corte internacional, en este caso lo publico no solo no ayuda sino que entorpece y no sólo porque se le da el micrófono a quienes no saben o porque no es derecho ciudadano enterarnos de todos los pormenores sino porque la muchedumbre festiva o enardecida pone en riesgo los acuerdos.
Aún falta un gran trecho de cultura política por emprender aunque desde ahora ya es notorio que hay procesamientos sobre cosas públicas que deben ocurrir en privado y siempre quedarse en esa esfera. Incluso políticos que demandan transparencia participan de acuerdos en privado igual que los periodistas cuando procesan información.