Falta mucho para 2018, nadie gana de antemano

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En diferentes circuitos de la opinión pública se da (casi) como un hecho el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador como Presidente de México, el próximo 1 de julio de 2018. En contraste, creo que en el país habrá una reñida competencia que no admite pronósticos tan anticipados por las razones siguientes:


1) Basarse en lo que durante estos días señalan las encuestas implica dos riesgos: el primero es dar credibilidad a este tipo de ejercicios que han resultado de escasa fiabilidad en épocas recientes y, el segundo riesgo, es que en todo caso los estudios demoscópicos hacen un retrato de las preferencias instantáneas, vale decir, que en el momento en que se elaboran las encuestas sienten o creen los ciudadanos consultados; para decirlo de otra manera: las encuestas no permiten elaborar pronósticos –no son una bola de cristal –, en todo caso advierten tendencias.


2) Hasta ahora el único candidato presidencial es Andrés Manuel López Obrador (lo es desde hace al menos diez años en dos elecciones seguidas y aunque su registro aun no sea formal), en tanto que los demás partidos políticos aún no acuerdan quién sera su abanderado para tal cargo y lo mismo ocurre con la posibilidad de que existan candidaturas independientes. Aunque esa candidatura le implique a AMLO una ventaja, no puede decirse que sea decisiva (en todo caso hay una paradoja porque eso sucede con el político que más ha denunciado la iniquidad electoral).


3) Un año y cinco meses es mucho tiempo como para proclamar ganadores o perdedores cuando, salvo uno, todavía no hay candidatos independientes o de partido y, sobre todo, cuando esa línea de tiempo comprende campañas electorales, vale decir, ofertas políticas que además se cuestionan entre sí, por los propios actores políticos. Desestimar ese proceso implica no darle importancia a dinámicas, vicisitudes y temas que podrían inclinar la balanza entre uno y otro candidato o candidata.


4) Es claro entonces que aun falta un largo trecho, lo mismo en lo que comprende la mecánica del proceso electoral –vale decir, lo que comprende a tiempos, normas y leyes – que todo lo que implica el rejuego del intercambio público que implica también el concurso de los medios de comunicación así como revelaciones periodísticas (muchas de ellas determinadas por las estrategias de campaña a manera de “filtraciones”).


5) Si hablamos de tendencias, desde 1988 hasta la fecha, la pluralidad y la diversidad políticas en el ámbito electoral ha mostrado integrarse por tres fuerzas principales en el país (en forma de partidos solos o en coalición) y si junto con ello consideramos la posibilidad de que cobre relevancia alguna candidatura independiente –por muy remota que eso sea, el análisis político serio debe considerar la variable – entonces tendremos un escenario electoral incierto y volátil, es decir, como sucede en todas las democracias del mundo.


6) ¿En año y medio puede haber tropiezos discursivos, errores determinantes o virtudes en la definición del discurso político de los candidatos? ¿El claro descrédito del gobierno federal es decisivo o la única variable para conferirle credibilidad a los demás actores o sólo a uno? ¿El candidato de Morena no está mostrando signos de cansancio y errores más recurrentes o no y sólo hay que considerar que cada día suma adeptos importantes, podrá convencer de que los cambios discursivos que ha tenido son auténticos? ¿No importa el PAN, o sea, el partido que mejor capitalizó en las urnas en 2016 el descrédito del PRI y el Presidente? ¿Desde ahora podemos decir que no importarán las alianzas ni los candidatos independientes ni que el PRD puede ser el partido bisagra que defina una elección cerrada?


En la democracia nunca nadie gana o pierde de antemano. Falta mucho para que en México se dirima quien será el próximo Presidente.



Marco Levario Turcott

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