febrero 23, 2025

Compartir

En algún momento de la niñez aparecieron ante mi las computadoras y una especie de inteligencia diferente, electrónica, que más que producto de una explicación racional parecía un acto de fe originada en las imágenes de la televisión: cuando disfrutaba de la serie Batman, de los años sesenta (transmitida en los setenta en México), protagonizada por Adam West y Burt Ward (Robin), el dúo dinámico, acompañado por Alfred, recurría a un ordenador sin pantalla, ni mouse, que era una especie de mueble oscuro, en busca de respuestas para saber dónde daría su siguiente golpe El Guasón, El Pingu%u0308ino, el mismísimo Capitán Frío o la incomparable Gatúbela, causante de más de un sueño nocturno inconfesable.

Así, mientras Batman continuaba pensando en voz alta, la computadora procesaba y respondía arrojando un pedazo de papel con una respuesta mínima que le permitían al “Hombre murciélago” y al “Chico maravilla”, saber dónde ocurriría el siguiente crimen.

En las funciones de cine del fin de semana en Veracruz, también El Santo, el superhéroe mexicano por antonomasia a veces recurría a un aparato semejante a una computadora, equipado con grandes cintas giratorias que invariablemente le decían de alguna manera dónde estaba secuestrada la chica que nuestro paladín rescataba tras recetar varias llaves, topes y golpes a los vampiros y hombres lobo que eran los únicos capaces de soportar su fuerza y mañas.

Más allá de la perturbación que causaban en mi infantil líbido las semivestidas y guapísimas acompañantes del “Enmascarado de Plata”, me quedaba la duda de cómo funcionaban los artefactos que a veces parecían una suerte de adivinos mecánicos capaces de investigar rápidamente datos, pistas, que mis héroes desconocían y que también parecían concentrar una cantidad enorme de información en una habitación, una especie de inteligencia diferente, artificial le hubiera llamado si hubiera conocido el término entonces.

A esta incipiente fantasía cibernética también contribuyó El túnel del tiempo, serie de televisión en la que dos científicos, el doctor Tony Newman y el doctor Douglas Phillips, eran enviados a través de diferentes épocas y mientras trataban de salvar el pellejo, entre aventura y aventura, en el presente, un grupo de científicos en una sala repleta de computadoras, o algo así, los vigilaban y ayudaban, y al parecer no hacían otra cosa en su vida: nunca dormían o comían, pero sí causaban en mí temores sobre los efectos de alterar el tiempo y sobre todo provocaban preguntas que nadie podía responder, a saber ¿cómo se envía alguien a través del tiempo oprimiendo un botón o jalando una palanca? peor aún ¿ya se puede viajar por el tiempo pero nos lo oculta una conspiración? ¿me encontraré a Tony y a Douglas la próxima vez que vaya por el pan? ¿me preguntarán cómo regresar al presente, a su presente?.

Quizá una de las series en las que más destacaba el uso de computadoras, en esta primera época, fue UFO (en español OVNI) que sólo tuvo 26 episodios, y en la que un comando militar integrado por hombres y mujeres con trajes entallados (ropa de la que nunca entendí el objetivo pero que usada por una teniente negra me hacía derramar el café con leche sobre el pan a cada rato) de diferentes tipos étnicos defendían a la tierra de invasores extraterrestres ayudados por aparatos y armas de alta tecnología.

Mi nostalgia por el futuro había nacido.

Con esas imágenes en la mente, el trompo, las canicas y el beisbol eran tonterías: lo importante en la vida era tener acceso a una computadora como Brainiac, el archienemigo de Superman en los comics, pero nada: en la secundaria y la prepa nunca existieron y nadie me dijo entonces que no existían así en ninguna parte.

Para ese entonces la nostalgia por el futuro era ya algo serio en mi vida.

Lo más cercano a una computadora en esa época eran las Commodore 64 que alguna vez vi en una Comercial Mexicana sin monitor y que permitían jugar a un precio mucho más caro que el de las chispas del metro Insurgentes. Lamentablemente eso no se parecía al futuro. Luego llegó Blade Runner en 1982, el mismo año que la Academia decidió premiar a ET como mejor película por encima de este clásico de la ciencia ficción en el que lo más parecido a las computadoras que yo me imaginaba era la Máquina Esper con la que Rick Deckard (Harrison Ford) revisaba las fotos encontradas en el departamento de León, uno de los replicantes que debía “retirar”. En una escena Deckard dictaba instrucciones a la máquina para hacer acercamientos y alejamientos de las imágenes e incluso impresiones.

Dos años después de esta escena, en el periódico La Jornada, donde inicié como periodista, trabajé con una computadora por primera vez en mi vida y me decepcionó muchísimo comprobar que, aunque era una herramienta muy útil, estaba vacía, no contenía más información que la que yo pudiera guardar en uno de los discos de 5 ½ pulgadas en donde se almacenaban y corregían los textos destinados a publicarse a diario. Peor aún, ya no podía preguntarle al héroe que seguramente sabría ayudarme: Rodolfo Guzmán, El Santo había muerto en febrero de ese año. Maldito futuro, como tardaba en llegar.

Hoy en día esta experiencia podrá sonar ridícula y más de uno podría decir que es casi obvio que una computadora por sí misma no contiene nada, que es sólo una herramienta avanzada, sin embargo las expectativas que despertaba dicho artefacto en 1984 eran enormes: mucha información, fácil de usar, concentrada en un espacio pequeño y que en las manos adecuadas era capaz de amenazar un país y al mundo entero, como en la película Juegos de guerra de 1983, en la cual un chico se infiltraba en las computadoras del Pentágono utilizando algo llamado Internet y luego de que las computadoras tomaban el control del juego del niño, que simulaba una guerra, estaban a punto de iniciar una conflagración nuclear entre EU y la entonces URSS.

A partir de esta película las computadoras, y ahora Internet, parecían encarnar la premonición de Stanley Kubrick en 2001, Odisea del espacio (1968), en la que una computadora con inteligencia artificial, HAL 2000, intenta cumplir con la misión para la que había sido programada aunque para ello debía eliminar a la mayoría de los astronautas a los que acompaña iba en el viaje espacial. Sin embargo, uno de ellos lograba desconectarla y salvar su propia vida.

La perspectiva transmitida en Juegos de Guerra del creciente y peligroso dominio de la máquina sobre la humanidad, fue reforzada por otro filme aún más apocalíptico, Terminator , que se estrenó en octubre de 1984 en EU y en julio de 1985 en México, y en el cual las computadorasrobot, luego de casi arrasar a La Tierra y acabar con la civilización, enviaban al pasado a un robot programado para destruir al mesías de los humanos que sobrevivían y combatían en el futuro a las máquinas.

De la amenaza a la colaboración

¿En qué momento cambió la visión de unas computadoras amenazantes de la humanidad y de un Internet por el cual las máquinas se comunicaban, conspiraban y triunfaban, por el de unas herramientas necesarias para usar la web, vía fundamental para la comunicación, la mejora de la sociedad y la potenciación de las capacidades de los seres humanos?

En 1986 apareció en EU el libro El culto a la información (editado en México en 1990), escrito por el historiador Theodore Roszack, creador del concepto contracultura, y que llevaba como subtítulo la frase “El folclore de los ordenadores y el verdadero arte de pensar” en donde se hacía una crítica durísima de la llamada entonces “Edad de la información” y aunque el autor aseguraba que no pretendía “rechazar el ordenador tachándolo de aparato sin valor o malévolo”, no dudaba en referirse a la llamada “sociedad de la información” como “palabrería poco rigurosa”.

Cuando apareció ese libro en EU, faltaban cinco años para que Tim Berners-Lee creara la web en 1991, con el primer navegador y servidor que pondría al alcance de todos lo que hasta entonces estaba reservado para unos cuantos iniciados, especialistas en informática y académicos: el poder comunicarse y compartir información en cualquier lugar del mundo donde hubiera una PC conectada a Internet.

Una de las predicciones de Roszack reflejaba la aversión que algunos sectores de la academia sentían por las computadoras y los nacientes foros y chats donde se discutían toda clase de temas: “Hay muchos indicios de que los ordenadores domésticos seguirán la misma pauta (se refería al uso de los radios de banda civil muy populares entonces) y malgastarán su promesa en aplicaciones frívolas y ligeras que no tienen una gran importancia política”.

Roszack vivió para ver el desarrollo vertiginoso de la web (murió en 2011) y al igual que las computadoras pasaron de ser, en la cultura popular, los monstruos electrónicos que eran confundidos con los robots y que cobraban vida como en Terminator, a herramientas necesarias para conectarse a la red de redes. y servir para generar, como lo dice Andres Schuschny en su blog “Humanismo y conectividad”: “Una característica virtuosa de la sociedad del conocimiento de hoy, de la cultura de las redes sociales que se ven apalancadas por la Web 2.0 consiste en que hace posible reconciliar la epistemología burguesa industrial-materialista, que siempre apelará a la razón y el orden, con la de la bohemia, descrita por Roszak, que recurre a la búsqueda de la libre imaginación y la creatividad.

Tal vez Roszack pudo ver cómo se transformó la visión de una red en la que las computadoras podrían controlarlo toda a la de otra en la que los seres humanos la utilizaban para cometer delitos como en La red (1995), una película ideal para comer palomitas a destajo, en la que Angela Bennett (Sandra Bullock) recibe ¡por mensajería, no por la web! un software con el que cualquiera con una computadora es capaz de penetrar en bases de datos secretas e inclusive causar desastres en aeropuertos como el que le cuesta la vida a uno de sus amigos de la heroína en la película.

Ya faltaba un poco menos para que el futuro llegara, por fin.

Del apocalipsis a las redes sociales

De la imagen de la criatura-computadora rebelándose contra su creador como en Blade Runner y Terminator pasamos a la de una máquina semejante a un electrodoméstico que comunicaba buenas noticias, aún mejor, buenas noticias románticas, como en la película Tienes un email (You’ve Got Mail) de 1998 en la que Meg Ryan y Tom Hanks revivían el clásico boy meets girl, sólo que esta vez lo hacían utilizando el correo electrónico, filme que quizá emocionó al adolescente Mark Zuckerberg, quien crearía Facebook en 2004, la mayor red social hoy en día y que en ese entonces tenía 14 añitos apenas.

En 1999 los hermanos Wachowski dirigieron la película Matrix y la imagen de un futuro apocalíptico dominado por máquinas inteligentes dio un coletazo más en la imaginación popular a pesar de que al final los seres humanos, encabezados por Neo, vencen no sólo a los monstruos mecánicos sino también al virus informático que es el agente Smith en un escenario que no es otro sino Internet mismo. Para entonces yo tenía tres años de usar mi flamante dirección de correo electrónico y rogaba a diario a las agencias de relaciones públicas que no me enviaran hojas de papel por fax a la revista donde era jefe de información: Carmatech.

Pero regresemos a las primeras aplicaciones exitosas en Internet: los foros de discusión y chats donde además de discutir se conoce gente e incluso se forma parejas. Ese es el principio más atractivo que anima a las redes sociales web actuales: conectar con gente nueva y amigos, además de que podría ser el origen de lo que hoy llaman inteligencia colectiva.

La primera red social web, Friendster, fue creada en 2002 por Jonathan Abrams y aunque después fracasó (hoy es un sitio de juegos en línea) definió las características de las redes sociales actuales: estructuras formadas por grupos de personas conectadas entre si por diversos tipos de relaciones, de amistad, de parentesco, de intereses similares o para compartir información y/o conocimiento, y, agrego yo, aprender de los otros, conocer de los otros, sin necesidad de aulas, es decir el sueño de Isaac Asimov.

La inteligencia colectiva, el futuro, comenzaba a nacer.

“El futuro ya está aquí, aunque mal distribuido”. William Gibson

De 2002, cuando surgió Friendster a la fecha han pasado 10 años, la identidad digital es parte de la vida de millones de jóvenes, algunos de los cuales se la toman realmente en serio, contra muchos adultos que, envueltos en la bandera de una especie de neoludismo, esperan que algún día desaparezca esa moda de las redes sociales y todo vuelva a su cauce, esperanza vana como la de quienes perseguían y trataban de encarcelar a los dueños de las primeras cámaras fotográficas en los parques públicos en EU a principio del siglo XX.

En estos diez años han aparecido y desparecido redes, plataformas y tecnologías y es difícl preveer qué redes sociales sobrevivirán, incluso si pasarán de moda, por eso prefiero concentrame en los retos que el uso de la tecnologías de la información supone para todas las sociedades, no sólo la mexicana:

Educación, brecha digital y brecha tecnológica: ¿cómo resolver la percepción de una escuela tradicional, aburrida?, contra la atractiva interactividad de la web, los teléfonos inteligentes y ahora las tabletas que permiten, en teoría, que cualquier lugar donde haya acceso a la web sea un sitio para aprender a cualquier hora. ¿Cómo cambiar la costumbre de que a la escuela se asiste de 8 de la mañana a 2 de la tarde, por la de una escuela sin horarios vía la web?

Empleo: ¿cómo puede la sociedad utilizar productivamente la facilidad con que los más jóvenes interactúan con cualquier dispositivo y con la web?, ¿cómo usar sus habilidades para crear servicios útiles para todos?

Identidad digital: ¿cómo proteger y respetar el derecho que todos tienen a mantener su privacía en una época en la que al parecer la intimidad está pasada de moda? Javier Marías escribió en El País que le sorprendía la facilidad con la que los jóvenes compartían toda la información acerca de ellos, a él que vivió la dictadura franquista le parecía peligroso que el poder, el Estado, lo supiera todo de cualquier ciudadano en cualquier momento.

Gobierno 2.0, transparencia y elecciones: si los gobiernos pueden saberlo todo acerca de los ciudadanos que comparten su información en las redes sociales ¿por qué los ciudadanos no podrían saberlo todo sin necesidad de recurrir a instituciones intermediarias? Por otra parte a partir de las elecciones federales en 2012 será evidente cuánto puede saberse de cualquier candidato y se mostrará cómo, gracias a la web, estamos pasando de recordar selectivamente a recordarlo todo. Posiblemente ganará el candidato que menos lodo reciba de sus adversarios, no aquel que tenga las mejores propuestas

Propiedad intelectual: la cruzada de las compañías discográficas, cinematográficas y en general de los medios cuyas ganancias proviene del entretenimiento, contra la piratería ha generado engendros como las iniciativas primero ACTA, en todo en mundo y SOPA después en EU que son verdaderas amenazas contra la privacidad de cualquier usuario de la web. El éxito de nuevas tecnologías termina destruyendo mercados y empresas que jamás pensaron en desaparecer: Kodak, sinónimo alguna vez de cámara fotográfica, dejó de producir estos dispositivos hace poco luego de que otras empresas comercializaran mejores modelos y de que cualquiera con un teléfono celular pueda ahora captar imágenes. En cuanto a mi, no sé realmente qué hacer con mis discos compactos: ocupan demasiado espacio y ahora escucho música en dispositivos digitales.

Tal vez ahora me cuesta trabajo acomodarme a el futuro. Medios de comunicación: aunque son necesarios para la vida democrática de cualquier país, los medios no saben aún cómo resolver el problema de la disminución de ingresos, por un lado, y la pérdida de su papel como único intermediario entre las noticias y la ciudadanía. Cualquier usuario de Twitter sabe que es más rápido enterarse allí de las noticias que esperar a que cualquier medio las difunda. Sin embargo, los servicios que los medios siempre han prestado a la sociedad siguen siendo necesarios: la validación, verificación y contextualización de las noticias.

…esta historia continuará.

Tal vez el futuro no sea todo lo que yo soñaba, pero lo prefiero al pasado: no extraño la radio analógica, los discos de vinilo, ni los casetes y poco a poco dejaré de atesorar discos compactos. En este futuro he conocido más música que nunca antes, me entero de nuevos libros y autores como nunca antes y entender el contexto de las películas y relacionarlas con su época es mucho más fácil gracias a la web, y si ahora algún día me encontrara a Tony y a Douglas en un cibercafé preguntando cómo regresar a su presente les diría gugléenlo o tuitéenlo, sin importar que la Real Academia de la Lengua Española no se haya enterado aún de que millones de personas en todo el mundo usan a diario ambos verbos.

Autor