Hace unos años quise sacar un seguro de vida en una compañía europea. Me sorprendió cuando me lo negaron a raíz de mi profesión: periodista.
Quizá no debería haberme sorprendido tanto, teniendo en cuenta que Colombia es el país donde ha sido asesinado el mayor número de periodistas en los últimos 15 años; es un riesgo que las compañías de seguros no están dispuestas a correr. Está claro que las posibilidades de morir asesinado en Colombia son elevadas, y más aún cuando se es periodista.
Y aun así, los periodistas siguen adelante con su trabajo. Y siguen perdiendo la vida.
Para comprender la situación, hay que saber en qué condiciones trabajan los periodistas. Y puedo asegurar que no son muy alentadoras. Los tres principales actores ilegales en la guerra que se viene librando desde hace varias décadas en Colombia son los narcotraficantes, las guerrillas y los paramilitares -ejércitos proscritos tanto de extrema derecha como de extrema izquierda-. No son amigos de la verdad, y matan a la menor provocación. Con un sistema judicial débil y un índice de impunidad de 90%, los periodistas pagan un precio muy alto por revelar quién hace qué y quién mata a quién.
Estas condiciones afectan profundamente la manera de informar y las decisiones que toman los responsables de los medios informativos en Colombia. El efecto inicial y más nocivo es sin duda la autocensura. Es necesario sopesar cuidadosamente el peligro antes de escribir sobre los paramilitares y sobre sus vínculos con el ejército. El tema del “Plan Colombia” (presentado como el medio para la comunidad internacional de apoyar el proceso de paz entre el gobierno colombiano y los grupos armados de oposición) resulta siempre arriesgado: es peligroso hablar de cómo el plan puede llegar a cambiar la situación militar y mejorar las chances de paz, de los narcotraficantes que financian la guerra, de los secuestros y de otros crímenes cometidos por los guerrilleros.
Yo tomé ese riesgo
Escribí sobre la proliferación de los paramilitares, sobre cómo esta proliferación era fomentada por los abusos de los guerrilleros contra la población civil, y sobre cómo los guerrilleros califican a los civiles de simpatizantes de los paramilitares. Irónicamente, es lo que me sucedió a mí cuando acusé a los elementos extremistas dentro del ejército de estar estrechamente vinculados con los paramilitares y de ser responsables de la muerte de un periodista y humorista hace dos años. En ese momento, se me catalogó de simpatizante de la guerrilla.
De lo único que soy simpatizante es de la verdad. Pero en una situación de conflicto, la verdad es una de las primeras víctimas. Por consiguiente, cuando en un artículo periodístico uno se aproxima a la verdad, aparecen primero los rótulos, luego las amenazas y por último el exilio, cuando no la muerte. Los periodistas tienen que andar con pies de plomo cada vez que escriben, o estar dispuestos a pagar las consecuencias.
A resultas de la presión que sufren, más de 50 periodistas colombianos se hallan actualmente en el exilio. Las amenazas se han vuelto un instrumento común para silenciar a los medios informativos, pero aunque incidan en los ánimos de los periodistas, nunca serán lo suficientemente fuertes.
Al mismo tiempo, los medios deben ser precavidos en la manera de tratar información comprometedora. En El Tiempo, intentábamos hacer una rotación entre los periodistas cuando se trataba de abordar temas delicados. Con toda honestidad, debo decir que algunos artículos con un potencial de impacto muy grande no se publicaban por el peligro que representaban.
Pero los periodistas son parcialmente responsables de lo que les está sucediendo. Debido a una mala calidad periodística, muchos reportajes son tan parciales que los partidarios de la guerra pueden interpretarlos como un ataque personal que esnecesario “rectificar”. No envían cartas de queja a los directores: imponen la ley ellos mismos.
Este factor de peligro no ha sido suficientemente estudiado. En una sociedad donde reina el conflicto, los periodistas desempeñan un papel importante y deben medir su responsabilidad en el ámbito político y militar.
La batalla por los índices de audiencia en la televisión tiene un efecto terrible sobre el periodismo. La mera aparición de un guerrillero o de un paramilitar en televisión es más importante que lo que dice o la manera como lo dice. Los periodistas no se toman el tiempo de analizar las fuentes informativas y en algunos casos manipulan a los entrevistados. Deberían examinar con más cuidado el contexto y estar menos obsesionados con obtener primicias. Esta carrera tras las primicias es sumamente peligrosa, dado que los guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes no distinguen entre los reportajes de buena y de mala calidad. Los medios informativos son simplemente sus enemigos.
El gobierno colombiano no ha ayudado mucho. Es imposible proteger a los periodistas cuando los propios ciudadanos están desprotegidos. Se ha creado un equipo operativo para analizar cada caso y ayudar a los periodistas más expuestos. Es un paso importante, pero sólo se trata de una medida paliativa que no sirve para erradicar las causas del peligro que acecha a los periodistas.
¿Cómo pueden cambiar las cosas? Un proceso de paz bien llevado sin duda ayudaría mucho, puesto que suprimiría los dos enemigos principales de la prensa: los paramilitares y los guerrilleros. En lo que respecta al narcotráfico -un problema endémico que aqueja también a México y a Brasil- tendremos que esperar a que el mundo comprenda que se trata de una cuestión de salud y no policial.
Sin embargo, si se pudieran reducir a uno solo los tres enemigos, ya sería un gran progreso.