Me divierten los tontos que se sienten muy listos, casi tanto como quienes desentonan creyéndose cantantes, aunque la diferencia entre uno y otro es abismal: los primeros a veces tienen espacios en los medios y los segundos no pasan de la regadera o de las miradas tiernas de sus acompañantes.
Pienso por ejemplo en Álvaro Cueva, ese monigote sobreactuado que por lo regular prefiere poner un grito en el cielo que exponer ideas, así como Tito Tito Capotito: su grito en el cielo más reciente, en Milenio diario, pregunta por qué debe ser más importante la golpiza que recibió Ana Gabriela Guevara que los trancazos que recibimos las personas anónimas.
La pregunta de Tito es retórica, nadie dice que la agresión contra la senadora valga más que la que nos propinan a otros, pero su colapso ético (el intelectual es evidente) sucede cuando exige que no se resuelva el atentado contra la senadora porque ella es senadora y porque debiera sentir el rigor, la impunidad, lo que los demás hemos sentido, nosotros, Alvarito, yo, tú, él, quienes ahora me leen. Y dice más el columnista, con ese donaire tan destemplado al que imagino con las manos jalando sus propios cabellos, que esto no trata de violencia de género, que nos dejemos de esas tonterías porque la violencia es violencia y en México se atenta contra grupos por igual, contra ricos y contra pobres. Así como ustedes lo leen.
Esto no sólo trata de la miseria humana que clama por injusticia, sí, por injusticia, escribí bien, para el otro o la otra ya que quien lo clama no ha obtenido justicia, "o todos coludos o todos rabones", expone conceptualmente Tito para pugnar por la ley del talión. Y así, ya con la inteligencia colapsada y una vez más el grito en el cielo (las sales doña Eduviges, las sales, que don Álvaro se nos va) afirma que no existe la violencia de género, ni la violencia contra los homosexuales, los niños y los viejos, para él esto trata de violencia a secas, contra todos. Desde luego que esto no es así, hay grupos vulnerables, franjas sociales que por su condición de género, preferencia sexual e incluso edad padecen la violencia cotidianamente y, además, como grupos vulnerables están menos provistos para enfrentar esa violencia. Pero esto ya son demasiadas precisiones para un señor que hace de las sensaciones su oferta principal y que por ello no entiende, o no quiere entender, porque legiones igual que él aplauden sus desplantes -frente a sensaciones es inútil hablar con él de la necesidad de un andamiaje normativo y una sólida estructura institucional que atienda a grupos vulnerables, a los indígenas por ejemplo, además de los que ya hemos citado-. Son esas mismas legiones tan primitivas que cuestionan la existencia de la violencia de género porque una mujer agreda a otro o porque una mujer no le ceda el asiento al viejo y así al infinito; es como negar la violencia infantil porque un niño golpea a su madre o hace berrinche o grita, y abandona el esfuerzo de pensar pero mejor asume el garrote y ya de adulto justifica la violencia contra las mujeres o los niños o los homosexuales simplemente porque no comprende la existencia de grupos vulnerables. No comprende y no quiere comprender, chilla como mico, en esta zonas salvajes de la sociedad donde también hay focas que le aplauden.