Tuvo sus incondicionales, los que lo apoyaron a pesar de cualquier desmán: el colombiano Gabriel García Márquez o el argentino Julio Cortázar. Pero hubo más: el filósofo Jean Paul Sartre y la escritora Simone de Beauvoir, que acudieron a la isla en pleno safari ideológico durante la década de los años sesenta, y una larga feligresía. Fidel Castro tuvo una corte de escritores e intelectuales que le rieron los chistes y le aceptaron los habanos, pero también una larga lista de aquellos a los que machacó y humilló: Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Norberto Fuentes… Uno a uno, los apartó y desterró, los condenó a morir lejos de su país, afiebrados por los monstruos que crecen en los corazones de los exiliados. Murieron mucho peor de lo que Castro.
Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Norberto Fuentes… Uno a uno, los apartó y desterró, los condenó a morir lejos de su país.
El primer y más amargo episodio le ocurrió al autor de Tres Tristes Tigres, y lo pagó muy caro. El escritor Guillermo Cabrera Infante fue de los primeros en tener fe. Apoyó en sus inicios a la Revolución Cubana -sus padres fueron fundadores del partido comunista- y él mismo puso su pluma al servicio de lo que parecía un proyecto de renovación. Tras sus declaraciones críticas contra la Revolución, hechas en una entrevista con Tomás Eloy Martínezen 1968, se convirtió en un proscrito. Tal y como relata en el magnífico libroMapa dibujado por un espía, publicado hace poco por Galaxia Gutenberg, Cabrera fue progresivamente aislado y finalmente apartado. Y la vida entera se le fue escribiendo de una isla, Cuba, desde otra: Inglaterra, donde consiguió establecerse tras ser rechazado por la España franquista que le negó la estancia cuando se vio obligado a salir de Bruselas. Ahí, en Londres, vivió hasta el día de su muerte, el 12 de febrero de 2005.
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