El Studio 54 en Nueva York bien puede reconocerse como el templo del hedonismo, la música disco, la lujuria, las drogas y la libertad sexual, y un digno sucesor de The Factory, el hervidero artístico de Warhol allá en 1963. Y se habla de un templo porque todo se convertía en ritual desde la entrada: bajo el dedo índice de Steve Rubell se decidía el destino de “los elegidos” durante la noche iluminada por una esfera disco. Era un pequeño círculo del infierno detrás de una cortina de terciopelo púrpura en el que sucedían todas las situaciones protagonizadas por todos los artistas. Te invitamos a que conozcas la historia de Studio 54 en Nueva York, el templo del hedonismo y la música disco en los 70.
Se dice que fue la entrada de Bianca Jagger montada en un caballo blanco con motivo de su fiesta de cumpleaños, la que haría eco entre los famosos para que asistieran al recién inaugurado Studio 54 en Manhattan en abril de 1977. Steve Rubell, un empresario abiertamente homosexual, era una especie de Mino, quien desde el pedestal de la entrada del lugar decidía quién entraba bajo su radar para “gente guapa y divertida”; lo mismo que glamorosas estrellas que mortales bien vestidos, todos se relacionaban en el mismo ambiente, sin distinción, pues, decía: “El camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría”, una cita de William Blake que cobraba todo el sentido en la fila del lugar.
A la inauguración del Studio 54 asistieron Andy Warhol y Calvin Klein. Se sabe que se repartieron cinco mil invitaciones entre los miembros de la jet-set europea y americana; al evento acudieron Mick Jagger, Brooke Shields, Dalí, Liza Minnelli y Donald Trump, entre muchos otros, y quedaron fuera estrellas como Woody Allen y Frank Sinatra, quienes no superaron el estricto control de selección establecido por Rubell.
Y como los círculos del infierno descritos por Dante, Studio 54 era una historia en cada sección: la pista de baile estaba coronada por una reinterpretación de la figura del Hombre en la Luna, de George Méliès, la que aparecía con un gran inhalador de cocaína; en el segundo nivel (los palcos) se atisbaban los encuentros sexuales más salvajes protagonizados por hermosos jóvenes; mientras que en el sótano convivían las celebridades en un encuentro más exclusivo entre flashes y muchas drogas.
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