En el reciente proceso electoral los ciudadanos cumplieron con su derecho y obligación normativa y cívica en su calidad de ciudadanos. Lo hicieron además en respuesta al intenso llamado, quizá como nunca antes, de acudir en total conciencia y responsabilidad a las urnas electorales a depositar su voto bien pensado y razonado en una disputa inteligente por la nación, ante el ambiente de ánimos tensos, agitados por el contexto político social que se vive en el país.
En estricto sentido, solo había dos posiciones abiertamente antitéticas en la dirección y sentido que se le debía dar al voto, ya fuera en la esfera federal o en la circunscripción local: seguir otro periodo más por el mismo camino que se tenía trazado hasta ese momento, o dar un giro para continuar por otra ruta que, en su visión, le de mayor certidumbre al futuro del país.
Cabe recordar que los mayores daños que ha tenido el país y los mayores sufrimientos que ha padecido su población, ha sido precisamente en los momentos que más dividido ha estado y que mayores convulsiones internas ha tenido el país. La creación de grupos y facciones radicales que a ultranza quieren imponer por la fuerza sus visiones y al costo que sea, a veces hasta irreflexivas, lo han perjudicado y, en ocasiones, con consecuencias muy severas, que incluso han amenazado y afectado la integridad del país, pero que siempre el que lleva la peor parte y la sufre es la gente, porque es donde más se refleja y se sienten fuertemente sus efecto. Así lo vivimos, por ejemplo, en un amplio estrecho del inestable Siglo decimonónico. No lo podemos volver a replicar.
Los ciudadanos convencidos de la utilidad de la democracia para el bien de todos, respondieron y, en términos generales, respondieron bien, dándoles nuevamente su confianza a los actores políticos que participaron en la batalla electiva sin cuartel que se libró. Pero casi estoy seguro que no fue un cheque en blanco el que dieron para que los nuevos gobernantes hagan lo que les plazca; sino más bien, la de una nueva oportunidad de que reflexionen en el ejercicio del mandato de confianza que les están dando, para que con verdadera seriedad, responsabilidad y profesionalismo, ahora si realmente legislen y hagan buenos gobiernos para el bienestar de todos. Y aquí creo que es donde ahora está el meollo del asunto: Gobernar bien.
En efecto, ahora viene lo bueno, pues hay que trabajar, y trabajar intensamente y bien, para hacer buenos gobiernos. Esto será la mejor reciprocidad que le podrán dar a esa confianza que les dio la gente; esto es, el haber cumplido con el mandato. Para ello deben acercarse y conectarse con la gente, para escuchar y hacer suyos sus sentimientos.
No se pueden equivocar los que ganaron, pues no es suficiente con haber ganado, ya que ahora serán gobierno y hay que demostrar fehacientemente porque querían ser legisladores unos, y porque querían ser gobierno otros. Si realmente es para servir bien y mejor a la sociedad, que los que van a suceder en el cargo, o solo por un capricho para satisfacer un ego personal. El haber ganado solo fue un simple triunfo electoral. Sí muy meritorio, porque no fue una contienda fácil, pero solo fue el triunfo en su aspiración para ocupar un cargo público y ejercerlo.
Ahora viene lo bueno; la prueba mayor que es gobernar bien y cumplirle a la gente. Va a ser la única forma de demostrar que lo que se ofreció a los ciudadanos para que voltearan a verlos como candidatos y a los partidos políticos que los postularon, eran la mejor opción para enderezar el barco en el espacio nacional y en la demarcación político geográfica donde viven y por la que votaron. Están obligados a hacerlo o, de lo contrario, perderán ellos y su partido, llevando encima la carga de la defraudación, el desprestigio, la desesperanza, la desilusión y castigo de los ciudadanos, con lo cual los estarán induciendo a votar en las próximas elecciones por otras opciones, ante los malos gobiernos que lleguen a realizar.
Pero en esta hipótesis no solo serán ellos los reprobados y castigados por los ciudadanos, sino que se llevarán entre los pies a su propio partido político o al que los propuso, tal y como hay varias experiencias recientes, y que quién sabe cuándo volverán a regresar al poder administrativo o al legislativo, dado el feroz crispamiento político en la lucha por el poder que se vive. Ya de por sí los partidos políticos están desprestigiados, por lo que, dice la voz popular, no le pueden “echar más leña a la hoguera”, haciendo malos gobiernos, por que contribuirían a denigrarlos aún más. No hay de otra eh; pues en palabras populares, o los nuevos gobernantes “se ponen a chambear” y le responden a la gente, o “se los lleva patas de catre.”
La confianza se gana diario y a pulso con buenos actos de gobierno, lo cual los legitima y les amplía el panorama para el futuro electoral próximo. Pero la confianza se pierde fácil y rápidamente con los tropiezos que se den. Hoy están obligados a esmerarse más para hacer buenos gobiernos y buenos legisladores.
No se pueden equivocar. Hoy ya no están para darse ese “lujo”. Los verdaderos ciudadanos son cada vez más exigentes con sus gobernantes y legisladores. No se pueden confiar, “tirarse a la hamaca” y “pasársela campechanamente” disfrutando cómodamente de la posición; como tampoco pueden ensoberbecerse con el poder y hacer de éste un ejercicio exclusivo de facción o de uso personal, porque el voto de la vigilante sociedad los castigará. Ahora tienen que trabajar duro y sudar bien la camiseta para ganarse la aprobación y el futuro voto ciudadano. No se les vaya a ocurrir hacer malos gobiernos, porque sería el acabose, y se echaría por la borda lo que hoy, en estas elecciones altamente competidas, con esfuerzo y sacrificio se logró y ganó. Hacerlo sería suicida; un acto de irresponsabilidad, y dejar el camino franco al partido que se le venció y ganó en la pista electoral. Tienen que responder, y responder bien. ¿O acaso será mucho pedir?