La detención de las últimas figuras de Guerreros Unidos y la ola de asesinatos parece indicar que en Iguala hay nuevos patrones: después de tanta muerte, el horror seguirá
Todo sucedió con extraña precisión aritmética. Hace cinco días, el 29 de junio, la policía municipal de Iguala recibió el aviso de que desde un auto habían arrojado cuatro cabezas y cuatro cuerpos a las puertas del autolavado Los Peques. Los cadáveres mostraban huella de tortura. A dos de ellos les habían cortado, además, las extremidades.
El autolavado Los Peques, propiedad de los hermanos Benítez Palacios —Víctor Hugo, Mateo, Reynaldo, Salvador, Osiel, Orbelín— ocupó un lugar central en la desaparición de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, la noche del 26 de septiembre de 2014.
Los Benítez Palacios conformaban entonces el brazo armado de Guerreros Unidos. En declaraciones que luego rindieron varios de sus cómplices, se lee que la célula de la que los hermanos formaban parte fue una de las tres que aquella noche persiguieron y desaparecieron a los alumnos.
Al líder del grupo, Víctor Hugo Benítez Palacios, alias El Tilo, se le ha señalado como responsable de desollar vivo al estudiante Julio César Mondragón.
Según la declaración del jefe de plaza de Guerreros Unidos, Gildardo López Astudillo, alias El Gil, “quien empezó todo el desmadre”, que culminó con la desaparición de los alumnos, fue Víctor Hugo Benítez Palacios, El Tilo, “ya que él era el encargado de todos los halcones y él se encargó de darle seguimiento a los autobuses (donde iban los alumnos)”.