marzo 10, 2025

Isela Vega. La vieja que leía novelas

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México tiene deudas que quizá nunca saldará. Una de ellas escuece al conservadurismo y la misoginia que lo apoya. Me refiero a la gratitud a las mujeres sin ataduras que, sin pretender la epopeya nacional, ensancharon nuestra libertad. El registro de ellas está claro. Tomemos un trocito de pasado.

Las publicaciones frívolas de los años 60 y 70 del siglo XX, contienen algo más que el icono femenino del decorado mercantil convertido en objeto. Por eso no yerran quienes, en ese camino, hablan de la cocificación del cuerpo y su arrumbamiento en la utilería sexual.

Ha que aceptarlo. Esa prensa es un inmenso aparador de muñecas que, a su vez, integran el mercado y, en particular, el de la publicidad como símbolos de aspiración para coronar el éxito vendiendo camisas, calcetines y fragancias, entre un extenuante etcétera. Pero esa cultura, porque de eso estamos hablando, también testifica la modernidad de la época y el desafío a la moral que ésta comprendía.

Junto al Concorde, ese avión supersónico que maravilló a nuestros abuelos, la píldora del día siguiente o cualquier atuendo revelador de la naturaleza humana implicaba la vorágine de los nuevos tiempos y su soundtrack rocanrolero. No exagero, el alunizaje del Apolo 11 enarbola el ímpetu tecnológico tanto como la minifalda y los hotpans expresan la liberación femenina. Aunque aquí el apunte es inevitable: así como desde el 20 de julio de 1969 hay quienes negaron la proeza astronómica, la liga de la decencia rechazó el albedrío para que cada quien vistiera como quisiera y pretendió dictar pautas de femineidad y decencia.

Isela Vega Durazo nació el 5 de noviembre de 1939. Tenía 31 años cuando el mundo oyó decir a Louis Armstrong pisando el hermoso satélite: este es “un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”. Es decir, ya había dado varios pasos en la Tierra desde que, a los 18 años, fue princesa del carnaval de Mazatlán, luego modelo y enseguida vedette, lapso en el cual México oyó esta admonición de la Liga de la Decencia, entre otras más: “enseñar las piernas es cosa del demonio”.

Dentro de aquel escaparate de muñecas, en 1967 la revista Venus muestra a la sonorense en bikini. “No tiene novio”, anotan los editores debajo de su nombre como si fuera un anuncio de compraventa. En 1970, Estrellas de cinelandia exhibe al descubierto su dorso, la sonrisa radiante y su pelo ensortijado. Al año siguiente la revista despliega: “se desnuda pero tiene cabeza” abajo de una fotografía de ella en pantalones vaqueros y otra casi en cueros. En 1977, El mundo en órbita la consigna por su estancia en el teatro Fru Fru desafiando a las almas pudibundas. En 1979, el semanario Vedettes y deportes la proclama “máxima encueratriz” por su participación en la cinta “Muñecas de medianoche” junto a Sasha Montenegro y Jorge Rivero. En 1974, es la primera latina en aparecer completamente desnuda en la versión estadounidense de Playboy. En 1980 Vedettes y deportes la ostenta en negligee actuando en la obra “Las tentadoras” y así sucesivamente en publicaciones para hombres como Yo, Su Otro yo y Caballero.

Isela Vega reúne los blasones suficientes para ser una de las mujeres más bellas y reconocidas de la segunda mitad del siglo XX en México. Pero no lo es por las dotes o sólo por las dotes estéticas que la naturaleza le prodigó. Lo es, primero, por el denodado esfuerzo que inició tan joven cantando y bailando en bares hasta fraguarse como actriz, productora y guionista de cine en un mundo en el que éstas dos últimas tareas eran desempeñadas por hombres. También lo es por retar a la moral inquisidora y la censura aunque esto debo subrayarlo: Isela Vega no fraguó una representación alterna a su propia personalidad, nada más fue como ella era, sin algún programa ideológico y militante. De este modo, su autenticidad inspiró a otras generaciones. Su lealtad con ella misma ha sido un ejemplo.

Pero no hay mujer libre que no escandalice y eso le pasó a Isela Vega.

Aparecer con los senos al aire y fumando puro, a finales de los 70, era difícil, más aún afirmar con esos modos que “José López Portillo es el presidente más sexy que he conocido”. Ahora imaginen en aquel tiempo su sociedad con la polémica Irma Serrano para montar una obra licenciosa y luego su ruptura con ella, un animal también libre, ex amante de Gustavo Díaz Ordaz cuando éste mandaba en el país. Y qué decir de su reconciliación con “La Tigresa” para filmar la explosiva “Las amantes del señor de la noche” estrenada en 1986, que ella produjo, dirigió y escribió.

Ahora piensen en Isela Vega actuando en escenarios arrabaleros, como hizo durante 1977 en la Carpa México con “Juegos de amor, una obra que orienta a la mujer” de Wilberto Cantón. En este caso su desnudez no acude a artificios, simplemente ocurre, primero en bata y bikini y luego sólo en zapatillas. Así habla con su galán a quien le provoca celos pero no por amor sino por lujuria, el público lo sabe y participa del aquelarre. Grita y chifla. Lanza piropos (que 45 años después nos parecerán insultos). Alburea a la dama y la dama responde con maestría hasta que los amantes se reconcilian y el escenario se incendia…

El tiempo hizo estragos en Isela Vega pero su espíritu libre permaneció incólume, como cuando fue hippie. De la esplendorosa artista que a los 38 años filmó “La viuda negra” –enlatada durante siete años hasta su proyección en 1983– a la vieja Mercedes de “Cyndi la regia”, median grandes vicisitudes en su vida y la de México. Estamos hablando de 81 años desde que nació en Hermosillo, Sonora, hasta su muerte, víctima del cáncer en 2021. Junto a ella y también gracias a ella el feminismo adquirió carta cabal tanto como la libertad de expresión. Rompió tabúes y rasgó convenciones morales. Alternó con los grandes; a los 21 años con Pedro Armendariz en “Verano violento”, por ejemplo, y también en la meca del cine en EE.UU. Desde luego también median sus hijos Shaula Vega y Arturo Vázquez, sus amoríos y todo lo demás que la abuela Mercedes resume en la frase: “La vida misma se encarga de darnos una nalgada o ponernos una madriza”.

En su juventud, el canto de Isela fue como el mirlo, en su madurez supo al martini seco y en su ocaso al París de noche. Queda su registro navegando en “Adoro” de Armando Manzanero, escribí “navegando” y es que su barca siempre fue contracorriente. Isela Vega fue militante y contestataria, altiva y humilde, señora y damisela, según le diera la gana en el teatro, el cine y la televisión.

A mí me gusta observarla desnuda, cantando o retando al público, impúdica. También mirarla vieja con los hilos blancos que antes fueron frondosa cabellera negra, hablando de novelas y promoviendo su lectura. Me gusta la idea de que para sus contemporáneos o para quienes despertamos a la adolescencia en su honor, sea un símbolo sexual mientras que para los jóvenes sea la vieja que leía novelas.

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