febrero 23, 2025

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Ojalá pudiéramos saber cuántos millones de pasos han hollado las calles de México exigiendo democracia, derechos y libertad. Cuántos pares de pies han marchado, mientras levantan polvo o hacen retumbar el asfalto. Pensarlo me emociona, me conmueve.

Pienso en las marchas de los médicos de 1964 y 1965, pidiendo —como ahora— dignas condiciones de trabajo. En los 10 mil jóvenes que marcharon hacia el Zócalo el 26 de julio de 1968 y fueron atacados por la autoridad: primero por policías y luego por granaderos. En aquellos que, meses después, el 2 de octubre, fueran masacrados por un operativo ordenado desde la presidencia de la República.

Manifestación de los médicos por la Av. Juárez rumbo al zócalo, 26 de mayo de 1965

Imagino a esos muchachos, de la generación de nuestros padres o nuestros abuelos, que abrieron el camino a nuestra actual era de alternancia política, sobre la que pende la amenaza de un nuevo régimen de partido, pesadilla que pensábamos superada.

También recuerdo a quienes en 1986 marcharon en defensa de la autonomía de la UNAM. A las mujeres que, por décadas, pero sobre todo a partir de 2019, hicieron retumbar las calles exigiendo un alto a la violencia feminicida: la ola que en el extranjero se apodó como “la furia mexicana”.

A los que en 1988 cimbraron el país en protesta por el fraude operado por Manuel Bartlett, que puso en el poder a Carlos Salinas.

A los que por años y años exigieron elecciones para el Distrito Federal, hoy Ciudad de México. A los que lograron que se creara el Instituto Federal Electoral en 1990.

En la memoria se hacen presentes cientos, miles de protestas, marchas, plantones, caravanas, huelgas de hambre y manifestaciones protagonizadas por campesinos, madres de desaparecidos, papás y mamás de niños con cáncer, partidos de oposición, sindicatos, médicos, maestros, víctimas de secuestro, desempleados, deportistas…

Todos, el gran crisol de la sociedad alzando la voz mientras sus pasos avanzan por las calles para recordarle al poderoso en turno que está para lo que la ciudadanía mande. Y que todo el abanico de demandas se puede cobijar bajo una gran noción: democracia.

A diferencia de aquellos jóvenes de 1964, de 1968, nosotros hemos tenido el privilegio de vivir elecciones libres, limpias, confiables. No estamos dispuestos a perder lo ya ganado.

Somos los herederos y beneficiarios de dolorosas e incansables luchas y eso nos obliga. Tenemos deber de estar a la altura y no defraudar nuestra propia historia.

Ante la ominosa sombra del autoritarismo que se cierne sobre el país hay que oponer, como antaño, la exigencia, la información veraz, la firmeza y la protesta ciudadana.

Que este 13 de noviembre, mis pasos y los tuyos se acompasen recorriendo las calles de tu ciudad, de la mía, para que ellos, quienes nos quieren arrebatar lo ganado, se enteren de que no estamos dormidos.

Salgamos juntos a demostrar que la democracia se defiende y que el INE, como institución insignia de hombres y mujeres libres, no se toca.

¡Allá nos vemos!

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