“Soy un traidor a la élite traidora al pueblo de Cuba. Mi exilio es resistencia”.

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Las palabras tienen un sentido reparador. Dentro del juego indescifrable de las palabras, el testimonio público ocupa un lugar estelar, ya que contribuye a repasar retrospectiva y críticamente el pasado y abrir nuevos horizontes de presente y futuro. En esta entrevista, Armando Chaguaceda Noriega, politólogo e historiador cubano-mexicano, pasa revista a algunos pasajes relevantes de su vida personal, familiar y profesional con el objeto, no de hacer un culto inútil y absurdo a la personalidad, sino, más bien, de visibilizar un conjunto de eventos -dramáticos algunos de ellos- que marcaron y siguen marcando su biografía y la de su propia generación. El trasfondo de su experiencia de vida es inequívoco: la situación política de un régimen dictatorial, como el que existe actualmente en Cuba, que ha llegado al extremo de fracturar o dividir familias y amistades.

Sergio Ortiz Leroux (SOL). Comencemos por el principio. ¿Por qué decidiste abrir un diálogo fraterno, pero al mismo tiempo directo, sobre algunos aspectos difíciles o quizá dolorosos de tu vida personal? Un diálogo franco y abierto entre amigos y colegas que está pensado más como un testimonio de vida, dirigido al ciudadano Armando y menos al profesor Chaguaceda.

Armando Chaguaceda Noriega (ACN). Primero, por la confianza que tengo en ti como colega, amigo y persona que tiene una serie de valores parecidos a los míos. Ese es el detonante de por qué aquí, ahora y contigo, esta entrevista. Segundo, porque creo que si de algo vale la experiencia y testimonio de uno en ciertos temas es para que, de alguna manera, sirva a otros. No para que otros hagan o no lo que uno hizo, dijo o pensó, sino para servir como acicate de una reflexión ante situaciones o problemas comunes. Entonces, yo creo que en este caso es eso, la confianza en ti y la conciencia de nuestras circunstancias, explican esta entrevista que jamás me había interesado o atrevido a hacer con nadie.

Además, a punto de arribar a los 50 años de vida, dentro de un año y poco, hay un grupo de cosas que vivo reflexionando de mi propia trayectoria, que después de hablarlo contigo, me has convencido en que quizás podía, no sé, ser interesante y útil más allá de lo testimonial o lo anecdótico.

SOL. Me parece muy bien, porque entiendo que el sentido de este diálogo no es convertirte en un héroe, ni tampoco hacerte una víctima.

ACN. No, en absoluto.

Los primeros años en Cuba: familia y ruptura con el régimen revolucionario

SOL. Se trata, creo, de compartir una experiencia de vida que pueda ser leída también como posibilidad o experiencia política para otros colegas y amigos. Platícanos primero sobre el contexto familiar en el que creciste en tus primeros años de vida, el nombre de tu padre y de tu madre, sus profesiones, las actividades públicas que desempeñaron o desempeñan actualmente. Sospecho que tu infancia y adolescencia en los años 70 y 80 del siglo pasado en La Habana, Cuba, estuvieron marcados, en cierta medida, por el aura cultural, político y vital de la Revolución cubana. Háblanos sobre tu niñez, adolescencia y juventud.

ACN. Sí, yo soy de una familia integrada a lo que alguna vez fue la Revolución cubana. La familia materna y paterna no venían de la absoluta pobreza, eran de clase media-baja en la Cuba prerrevolucionaria, tenían ciertas posibilidades materiales: casas propias, coches, teléfonos. Eran clase media-baja y, para estándares latinoamericanos, incluso clase media a secas por sus niveles de bienes y consumo. Pero abrazaron la Revolución sobre todo a partir de la lucha contra Batista, lo que significaba luchar contra un régimen que reprimía y asesinaba a jóvenes. Eso me lo contaban mucho mis abuelos, mis tíos y tías.

En esa familia, además, mi padre y mi madre son personas completamente formadas e integradas al sistema desde su nacimiento. O sea, no son personas que conocieron el viejo régimen, sino personas que crecieron en la Revolución.

SOL. ¿Cómo se llama tu madre?

ACN. Mi madre se llama Ofelia, se graduó de farmacología, pero no ejerció. Muy tempranamente se fue con mi padre a trabajar al Ministerio del Interior con fachada del Cuerpo Diplomático y después, por razones de salud, terminó saliendo del trabajo y, a la postre, también de la militancia. Mi madre hoy no tiene ninguna militancia política y lo que tiene como institución de pertenencia es la iglesia.

Mi padre, que se llama Armando, empezó a trabajar en el Ministerio del Interior a los 17 años, entró a los órganos de seguridad del Estado, ahí tuvo una carrera, llegó a ser Teniente Coronel y se jubiló y actualmente trabaja en empresas del Ministerio de Cultura. Es una persona que no ha roto con lo que ellos llaman “la Revolución”. Y que incluso en los últimos años ha tenido un refuerzo, yo creo que psicológico, de compromiso activo con el régimen vigente.

De manera que mis padres y en general mis familias provienen de ese ambiente. Tuve una infancia muy feliz en la Cuba de los años 70 y 80, donde había carencias de bienes y servicios, pero había todavía un colchón de seguridad social, un consumo subsidiado por los soviéticos. De niño yo no vi la pobreza, viví incluso ciertos lujos. Mis padres, como fueron diplomáticos, podían traer a casa juguetes, ropas y equipos electrónicos capitalistas. Al mismo tiempo, vivía en la casa de toda la vida de las familias, en un ambiente modesto. Y mis padres vivían en ese ambiente.

SOL. ¿Cuáles fueron las razones o los motivos que te llevaron a romper con el régimen político heredado de la Revolución cubana? ¿Cómo viviste esa ruptura? ¿Fue una experiencia sencilla, difícil, acaso, quizá, traumática? ¿Tu decisión de tomar distancia de tu herencia política familiar estuvo marcada por las lecturas críticas que previamente habías realizado o, más bien, por tu experiencia o desilusión como militante en la Juventud Comunista de Cuba?

ACN. Fue un proceso paulatino, en cascada, con eventos que detonaban otros eventos. No fue una ruptura consciente en primer momento, más bien una decepción, un desencanto en cámara lenta, acelerado en sus fases finales. Creo que tiene dos partes: una base cultural, que le dio a la postre sentido, más unos eventos que lo detonan. Comienzo por lo cultural.

Desde la infancia siempre tuvo mi familia el gusto porque yo leyera, eso lo agradezco siempre a toda mi familia, incluido a mis padres. Yo leía mucha literatura universal, pero también leía prensa, incluso prensa extranjera, gracias a los vínculos de mi padre y al acceso a información que tenían los funcionarios del Ministerio del Interior. Los ministros y altos funcionarios tienen -o tenían, en la época antes de Internet- unos facsímiles de cable que les proveen unos equipos de asesores, todos los días. Esos “resúmenes de cables”, así les decían, a veces llegaban a la casa… y yo podía como un adolescente leer lo que decía Reuter, AFP, etcétera, cosas que no salían en la prensa. Además, en los años 90 oía Radio Exterior de España, Radio Moscú y eran cosas distintas.

Pero en paralelo yo era un muchacho muy politizado, creía en la Revolución. Incluso era bastante atípico, pues ya para los años 90, cuando mi generación estaba despolitizada o trabajando en el turismo o se había ido en los balseros, yo era todavía -por la familia, el barrio de militares y el sector de trabajo de mis padres- un muchacho muy politizado, aunque candorosa y dogmáticamente. Entonces, para mí la política no era algo ajeno e impuesto, que yo enfrentaba con cinismo, sino con credibilidad, con creencia. Yo creía en eso.

Por eso a tu pregunta te digo: más que romper yo, creo que el sistema rompió conmigo o que rompimos los dos al mismo tiempo. Fueron eventos que me fueron desencantando, eventos en la Juventud Comunista, eventos pequeños, pequeñas batallas contra la censura y la mentira, algunas de las cuales yo gané. A la distancia creo que no sé si las gané o me las dejaron ganar, o una mezcla de ambas. Por ejemplo, cuando quise entrar a la Juventud Comunista, a inicio de los años 90 y no pude entrar; yo era un nerd con el pelo medio largo, oía rock y leía prensa de la perestroika, etcétera. No fui “confiable” para la organización, me costó mucho trabajo entrar.

Después que entré, tuve una trayectoria, creo que bastante interesante, de trece años en la Juventud Comunista. Hubo, en las estructuras donde estuve, oportunidades donde tratábamos de animar la discusión, el debate. Hicimos debate de películas y libros “complicados”, defendimos a un par de colegas que quisieron expulsar por creencias religiosas y “problemas ideológicos”. Una vez enfrentamos un caso de corrupción de profesores que robaban alimentos en plena hambruna de los años 90, en un campamento de trabajo en el campo. Tengo, sin idealizar, buenos recuerdos de esa etapa. Insisto en algo: ya el país iba en otro sentido, ya mi generación estaba -con razón- desencantada. Pero creo que tuvimos, unos pocos compañeros y yo, una militancia bastante honesta dentro de esa anomalía.

Ya en la universidad, cuando llego a los 30 años y era profesor, me invitan a entrar al Partido Comunista Cubano, pero rechazo entrar. Ahí se inicia un proceso de sanción y expulsión, yo lo apelo, lo gano con apoyo de mis colegas de la célula de base de la Juventud Comunista…. y todo eso va configurando en mí una mezcla de muy paulatino desencanto con la idea de la Revolución, pero la creencia en que había algo salvable en el proyecto, que se podía criticar y luchar desde dentro. Es en 2008, en vísperas de una marcha que habíamos planificado el Día de los Trabajadores, cuando la policía política se persona en nuestras casas, nos amenaza, invocando una sarta de mentiras y amenazándonos de sufrir, si insistíamos, en ir a “una explosión de ira popular”. Bueno, fuimos algunos -otros fueron detenidos en la ruta a la plaza- y conseguimos marchar. Luego comenzaron a tomar represalias con mis colegas.

Yo sufrí eso con una gran decepción, porque ahí tienes que darte cuenta que la policía política que nos reprime no era un ente abstracto: eran los compañeros de mi padre, era el trabajo de mi padre, era algo que yo veía con cierta admiración. Mi padre estuvo en los años 70, ayudando a la Revolución sandinista a tomar el poder, luchando contra Somoza, entonces eso era para mí admirable. Yo lo que no me daba cuenta es que se podía luchar contra una dictadura de derecha atroz para defender después en casa una dictadura de izquierda atroz. Y cuando esa dictadura, con un total cinismo, nos acusa a gente que ellos sabían que no habíamos hecho eso, de unos contactos fantasmas con el extranjero, y nos dice eso en la cara, yo me doy cuenta que todo es un gran cinismo, una mentira y me desencanto. Me decepcioné mucho cuando viví esos eventos. Ante esos eventos tú sufres miedo, porque sabes que el poder te ha declarado la guerra. Yo tuve miedo, pero más que el miedo tuve decepción.

Mucha decepción, mucho desencanto, mucha tristeza, un sentido de vida traicionada. Que, vuelvo y te repito, era anómalo en mi generación, porque ya mi generación es la generación de Carlos Varela, de los años 90, del desencanto, de los balseros, de mis amigos muchos se fueron al turismo y no hicieron carrera universitaria porque necesitaban tener dólares. Pero mi pequeño grupo de amigos y yo éramos muy anómalos y bueno, pagamos luego el precio de esa anomalía.

Los años de estudiante y profesor en las universidades cubanas

SOL. En diferentes momentos me has platicado que estudiaste tu Maestría en Ciencia Política en la Universidad de La Habana. A principios del siglo XXI, si no me equivoco.

ACN. Sí.

SOL. Me llama la atención el clima cultural y académico en el que cursaste tu posgrado. ¿Existía libertad de cátedra en aquel entonces para los profesores de la universidad? ¿Cuál era la estructura curricular del programa de posgrado que estudiaste? ¿Podían ustedes como estudiantes acceder a bibliografía distinta a la del marxismo soviético tradicional? Por ejemplo, ¿podían leer a marxistas no ortodoxos como Trotsky o Gramsci, o, por ejemplo, a los teóricos de la Escuela de Frankfurt, Adorno, Horkheimer, Marcuse o Habermas? ¿Leyeron ustedes, igualmente, a autores clave del mainstream de la Ciencia Política o de la Teoría Política occidental, que se leen prácticamente hoy en todo el mundo, Bobbio, Sartori, Dahl, Przeworski? Platícanos sobre la maestría y sus contenidos.

ACN. A ver, esa es la primera maestría en la materia en la historia de mi país. La Ciencia Política surge en América Latina en los años 50 en general. En Argentina, Brasil y México. Si en Cuba no hubiera triunfado la Revolución y esta no hubiese derivado pronto a la institucionalización del modelo soviético, probablemente hubiera surgido la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana. Pero surgió apenas una carrera muy temprano en los años 60… Cuando la Revolución hecha régimen hizo el giro soviético apareció el llamado “comunismo científico” como una materia y una carrera.

Se quedó Ciencia Política como carrera para la escuela de cuadros del partido. Se llama Ciencia Política, pero realmente no es Ciencia Política, es formación de cuadros. De hecho, cuando yo entro a mi carrera el titulo es Licenciatura en Educación, especialidad Marxismo-Leninismo, e Historia. Creo que ese detalle es importante.

SOL. ¿Así se llamaba?

ACN. Sí, creo que así se llama todavía. De hecho, ni siquiera han podido quitarle el “marxismo-leninismo” y dejarlo en filosofía a secas. Eso ha sido un periódico reclamo de sucesivas generaciones de estudiantes y no se ha logrado. Entiendo que hasta ahora no se ha logrado, no sé si se ha logrado en los últimos tiempos, pero entiendo que no.

Bueno, se abre por una razón muy práctica aquella Maestría en Ciencia Política el año 2002. Hay un intento de los viejos profesores formados en la Unión Soviética de adaptarse -al menos retóricamente- a los nuevos tiempos. Hay delegaciones que van a Cuba, ellos mismos viajan, dan clases en países de América Latina, buscan dólares. Entonces, necesitan crear un instrumento, un título, que les permita viajar, ser homologables y contratables en Bolivia, en México, etcétera. El interés fundamental no creo que sea intelectual, sino práctico. Necesitaba la universidad cubana abrir más maestrías, no había nada en Ciencia Política y necesitaban esa misma maestría ofrecerla fuera del país. Así surge esta maestría, que era como muy bizarra, porque los que la dirigen, particularmente quien la dirige, era una veterana intelectual y funcionaria del aparato cubano, la doctora Thalía Fung. Había estado involucrada en la represión de los marxistas heterodoxos de los años 60 de la revista Pensamiento Crítico. Ella coordina esa maestría.

Entonces, lo que tienes en esa maestría, Sergio, es una mezcla de viejos estalinistas con algunas personas un poco más librepensadoras, pero con un circuito muy estrecho. Es decir, teníamos profesores que nos daban a leer cosas de Foreign Affairs, pero nunca ibas a hacer un análisis del modelo interno en Cuba. Eso no se tocaba, no se analizaba. Luego estaban las otras lecturas que uno hacía. En mi época no estaba en la currícula Rosa Luxemburgo o León Trotsky, no se había publicado, por ejemplo, la novela 1984 de Orwell. No estoy seguro que hoy estén Trotsky y Luxemburgo en la currícula de las carreras de ciencias sociales de la mayoría de las universidades del país. Las asignaturas incluso tenían títulos como Teoría y Crítica de las Teorías Burguesas o Historia y Crítica de las Teorías Burguesas. Es decir, todo muy calcado del modelo soviético. Eso es importante decirlo porque en América Latina hay el derecho a elegir ser marxista y hay marxismos heterodoxos, donde tú estudias o impartes a Poulantzas, a Gramsci, a Perry Anderson, pero nada de eso existía en Cuba. Los que teníamos esas lecturas las teníamos de manera autodidacta…

SOL. ¿Ustedes accedían a esas lecturas no en las bibliotecas de la universidad, sino en los circuitos informales?

ACN. Claro, alternativos. Bueno, a ver, siempre existió esa amistad y el préstamo de libros con carátula forrada, para la discreción, que tú leías en grupos de confianza. Pero, insisto en esto, nosotros, como éramos de izquierdas, no es que queríamos leer a Nozick -bueno, yo leía a Nozick por mi interés en la Teoría Política-, pero queríamos leer ante todo el pensamiento marxista y socialista crítico, los anarquistas o los trotskistas. Entonces los leíamos por fuera de la bibliografía oficial.

Hubo eventos coyunturales, por ejemplo, se abrió un centro de documentación español en La Habana con mucha bibliografía, se abrió también una biblioteca del Fondo de Cultura Económica en La Habana Vieja. Y esos fueron oasis, porque ahí, por ejemplo, yo pude leer a Bobbio, todo Bobbio prácticamente. Eso implicaba ir, imagínate, los sábados muy tempranito en la mañana, como escribanos medievales, a buscar y copiar a mano en nuestros cuadernos obras como Liberalismo y democracia, El futuro de la democracia, La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político, Ni con Marx ni contra Marx, etcétera. Todo eso copiarlo a mano, hacer notas. No los podías sacar de ahí, no había forma de fotocopiarlos.

También recuerdo que leía a Jean Meyer con los dos tomos de Perestroika del FCE. Había ciertas ventanas, empezaba a circular bibliografía digital, empezaba muy temprano, porque el Internet en Cuba se generalizó hasta la segunda década del siglo XXI. Teníamos correos muy controlados en la universidad, correos que incluso tú firmabas un código que estabas autorizando que te revisaran el correo, eso estaba establecido. Yo lo recuerdo porque me negué a firmar un código de esos y perdí un tiempo el acceso al correo.

Pero, bueno, esa era, entonces, una formación todavía muy soviética, formal, títulos de carrera, currícula, al mismo tiempo con un intento más bien retórico de aggiornamento, con dos objetivos: ampliar los indicadores del sistema de educación superior cubano para mantenerse en América Latina a buen nivel y vender hacia afuera. Por ejemplo, había colegas míos que tenían una maestría donde daban clase acá en Toluca, entonces ellos formaban gente en Toluca, imagínate, en Estudios Políticos, en Ciencia Política. Entonces eso era lo que pasaba y, al mismo tiempo, bueno, la libertad siempre se cuela por una rendija en cualquier parte, y se producían eventos en La Habana como los congresos contra la globalización neoliberal o la conferencia sobre la obra de Carlos Marx y los desafíos del siglo XXI, donde yo siempre fui. Y tú podías encontrar ahí otras corrientes del marxismo, por ejemplo, trotskistas, anarquistas, consejistas, etcétera. Entonces, podías acceder ahí a un conjunto de puntos de vista distintos que enriquecían lo que tenías como formación.

SOL. Muy bien, pero, digamos, no había materias que abordaran, por ejemplo, la teoría del Estado, el sistema político, el régimen político, las teorías centrales de la ciencia política…

ACN. Bueno, a ver, había una materia que se llamaba Teoría Sociopolítica, donde tú dabas todos esos temas, pero con la peculiaridad de que podías dar partidos políticos, elecciones, citar a Duverger, a Bobbio, a Dahl o a Sartori, es decir, pura ciencia política, incluso mainstream… pero eso no se aterrizaba en Cuba. Era como muy esquizofrénico. Se podía dar eso, lo cual era, ciertamente, un avance, porque la generación de los años 70 y 80 no lo había dado, pero ningún profesor se atrevía -o casi ninguno- a aterrizar eso en Cuba. O sea, se mantenía la llamada “excepcionalidad cubana”, como una realidad otra, que no se explicaba. Incluso había profesores que, si tú les preguntabas eso, los ponías en crisis, porque no se atrevían a contestar. Yo tuve la peculiaridad de que impartí Historia de las Ideas. Cuando me gradué de la Universidad Pedagógica, a los dos años gané una plaza por oposición en la Universidad de La Habana, empiezo a dar clase de Historia Clásica, pero ese es el momento en que estando en la Universidad de La Habana empiezo la Maestría en Ciencia Política. Y siempre me importó Historia de las Ideas. Entonces se abre una posibilidad -por un profesor que se había quedado en un viaje, creo que en México- y me dicen “mira, se abrió una plaza en tal departamento para dar Historia del Pensamiento Político”, así se llamaba. Y yo paso a dar esa materia que me fascinaba.

Y aquí te respondo algo que preguntaste. Nunca existió de jure libertad de cátedra. Pero de facto, algunos ejercimos o intentamos ejercer algo parecido. Sin pedir permiso y, seguramente beneficiado de que era una asignatura un tanto esotérica, la vigilancia no era tan fuerte. Sí, nos vigilaban, y después tuve pruebas de eso, pero digamos, vigilancia y represión no eran tan directas, porque a lo mejor a ti, hablando de Platón o de Tomás Aquino, no había que reprimirte, ¿no? Pero, por ejemplo, en esa materia yo como profesor joven, recuerdo con mucho cariño, en el año 2004, que hicimos un pequeño homenaje a Bobbio, cuando murió. No te imagines nada formal, eso fue en un aula, tres, cuatro profesores jóvenes con un grupo de mis estudiantes leyendo pasajes de Bobbio y comentando la relevancia de Bobbio como un liberal socialista, no más que eso. Pero fue hermoso.

SOL. O sea, un evento un poco aislado…

ACN. Sí, pero no clandestino. O sea, en las aulas, sin pedir permiso, por eso te digo que era como una libertad de cátedra de facto. Recuerdo mucho ese homenaje a Bobbio. Recuerdo también en la Facultad de Periodismo, donde impartí clases, que llevé a unas colegas de la Fundación Heinrich Böll a hablar del zapatismo. Y eran asuntos que a los estudiantes les parecían muy bien. Les parecían interesantes porque eran frescos, novedosos, autónomos, ¿no? Pero si te ubicas, todos eran en la izquierda y de alcance muy limitado.

SOL. Paso a otro rumbo. La historia personal, Armando, está cruzada en muchos sentidos y direcciones por las historias generacionales. Cada quien es hijo de su propia generación. ¿Qué sucedió con los mejores amigos de tu generación? ¿Dónde están ellos? ¿Se encuentran dentro o fuera de La Habana o de Cuba? ¿Qué hacen? ¿Tienes contacto con ellos?

ACN. A ver, yo fui un muchacho un poco raro, no era antisocial, pero pasaba mucho tiempo con mis libros y con un grupo muy selecto de amigos, ¿no? Que éramos medios nerd, como dirían ahora. De esos viejos amigos, algunos están en Cuba, lamentablemente un par de ellos no siguió ninguna carrera intelectual, los absorbió la vida cotidiana y sobreviven con su familia. No tengo ni siquiera su contacto. Porque, además, un par de ellos se han mantenido en la órbita del régimen.

Otros se fueron del país. Estoy pensando en los pocos amigos y amigas que tengo de esa época, ¿no? Y en el mundo intelectual, siendo toda gente con extraordinario potencial, de ese grupo solamente yo desarrollé una carrera académica. O sea, los demás están en España, en Estados Unidos o en Cuba, y están básicamente haciendo una vida normal, ¿no? Teniendo una familia, construyendo una familia, pero solo eso, sin nada intelectual.

Luego, mi época más feliz fue la época universitaria, donde disfruté mucho la universidad, con todo lo que se hace en la universidad. Y de esa época la gente está muy dispersa, Sergio. Mucha gente está fuera del país… y yo diría que los sueños que teníamos de hacer proyectos intelectuales, casi nadie los ha podido lograr, hasta donde yo sé. Con lo cual, dentro de mis circunstancias peculiares, yo soy un privilegiado.

Exilio de Cuba y arribo a México

SOL. Armando, avancemos un poco. ¿Por qué decidiste salir de Cuba? ¿Se te cerraron las puertas en el campo de la política o en el campo de la academia? ¿No viste oportunidad, como se dice coloquialmente, y quizás soy ingenuo, de seguir “dando la pelea desde adentro”?

ACN. A ver, siempre la hay y cada decisión de salir, en esas circunstancias represivas, es una mezcla de imposición y elección. La persona siempre puede, decía Frankl, elegir. A lo mejor otras personas hubieran elegido ser activistas, quedarse, pagar un precio, siendo más valientes y consecuentes que yo. ¿Quién era yo y por qué tomé esa decisión? Bueno, era un joven profesor de 31, 32 años, socialista, crítico, que creía en la reforma del sistema y deseaba hacer una carrera en las Ciencias Políticas. Solo era eso.

La gente luego se inventa unas historias que no tuvo, que no sucedieron. Jamás fui nada parecido a un héroe. En mi caso, yo siempre digo, ahí está mi obra, la gente que me conoce, creí en el sistema, creí en su reformabilidad, me desencanté por estos eventos represivos, por actitudes incluso de la familia ante eso y básicamente me fueron asediando por la parte profesional y personal. Por ejemplo, hice tres viajes fuera de Cuba antes de salir. Fui a Costa Rica dos veces, de ahí una estancia académica, y a México una vez, antes de mi viaje de venir a vivir a México y nunca me quise quedar. No era un tipo materialista, quizás porque tenía las condiciones básicas, no me preocupaba mucho ni la ropa, ni los consumos. Entonces, mientras tuviera libros, comprara libros, me iba al Fondo de Cultura en vez de irme a Adidas, por ejemplo. Era feliz, fui feliz en la universidad, Sergio. Pero propuse temas de doctorado, ya era máster, y era el momento en que se iba estrechando el cerco.

SOL. ¿Qué temas propusiste?

ACN. Propuse dos temas de doctorado. Propuse un tema que era el pluralismo en la teoría política occidental, se me dijo que no había nadie que me pudiera tutorar, lo cual era una mezcla de verdad y mentira, porque formalmente hubiera podido aparecer alguien. Sugerí varios nombres, pero eran gente vedada en la Universidad de La Habana, eran gente que estaba en el establishment intelectual, pero eran marxistas críticos: Juan Valdés Paz, Aurelio Alonso… ambos fueron vedados. Y después propuse un tema más sociológico sobre la sociedad civil en Cuba, y el tema me costó un intento de acusación de “problemas ideológicos” por dos profesoras dogmáticas, castigo abortado por mi propia defensa del tema y la solidaridad de varios colegas, incluido mi Jefe de Departamento.

En todos esos momentos, yo era un profesor joven con buen desempeño. Un detalle, viajaba y no me quedaba; ahí a muchos jóvenes los perdían por esa vía, porque la oportunidad de irse y desertar, como dicen ellos, era importante. Yo regresaba, amaba la profesión, daba clases, era de los pocos que publicaba. Gané el Premio de Ciencias Sociales de la revista Temas en el año 2007, que era el premio más importante en ese momento en Cuba y además daba dinero, daba mil dólares, que en Cuba no era poco. Yo había logrado, con base en mi esfuerzo, el top de lo deseable, pero no me permitían ser doctor, y no quería sentirme paralizado.

Entonces me fueron por ahí cercando y, al mismo tiempo, se produce el evento detonante del 1° de mayo del 2008, en el cual la policía política se revela directamente ante mí. Antes había habido escaramuzas -mandaban a averiguar sobre mis programas, mi currículum, se presentaban aparentes broncas con colegas que me hacían una acusación política-, pero todo parecía como administrativo, no policial. Ese es el momento en que el poder se revela, se revela en casa de mi novia en ese momento, mi actual esposa. Llegan a las 3 de la mañana dos oficiales de la inteligencia con amenazas veladas que incluían la siguiente frase: “si ustedes persisten en ir a marchar, no vamos a poder protegerlos de una explosión de ira popular”. O sea: ¡te vamos a partir la madre!

Ante un tipo, además, que en su candor no entiende nada, porque se siente que es parte del sistema. Era un juego muy cínico, que funciona con un cínico, pero con un crédulo no funciona, yo estaba anonadado. Entonces, esa mezcla de represión directa, sobre todo a partir de la primavera del 2008, y esos cercos administrativos contra un bicho raro que no era del Partido Comunista, pero les había ganado ese pleito y me había logrado quedar tres años del 2005 al 2008 siendo el profesor principal de una materia de Ciencias Políticas sin ser militante del partido. Yo no era opositor, por lo menos objetivamente. Pero para ellos lo era, aunque yo me reconocía como un crítico de izquierda leal al régimen. Todo eso me decidió a irme. Salí en el 2008, regresé un par de veces en el 2009 y en el 2011, año que me hicieron saber que no era bienvenido más. Todavía en el 2012, ya estando graduado en México, quise regresar a trabajar en un proyecto laico de la iglesia, pero no se dieron los fondos, no regresé y, bueno, a la fecha ya no voy.

SOL. Mi maestro Carlos Pereda escribió en su libro Los aprendizajes del exilio que la experiencia del exilio se puede vivir esencialmente de tres maneras: 1) el exilio como pérdida, es decir, el exiliado vive escindido del presente, entre un pasado que se recuerda melancólicamente y se añora a un futuro asociado siempre al deseo de volver; 2) el exilio como resistencia, que le permite al exiliado salir del laberinto de la melancolía, dar un paso al frente, actuar, nombrar el agravio y resistirlo; y 3) el exilio como umbral, es decir, como puerta de entrada a nuevas experiencias, a nuevos aprendizajes ¿Cómo has vivido tú la experiencia del exilio en México y en otros países de América Latina donde has vivido?

ACN. Como resistencia y como umbral, básicamente. Como umbral porque no me he querido regodear de la nostalgia de lo que fue, o como dice Sabina, de la nostalgia peor de añorar lo que nunca jamás sucedió. Se me han abierto nuevas experiencias sin dejar de recordar, y sobre todo como resistencia. Yo siento que quienes hemos padecido ese régimen, estemos o no conscientes de que lo hemos padecido -bueno, si no estamos conscientes no podemos tomar una postura-, pero estando mínimamente conscientes de que lo hemos padecido -y creo que en Cuba todos lo padecen, incluso los victimarios son víctimas de eso-, tenemos la responsabilidad, primero del testimonio y, segundo, de no naturalizar ese orden miserable de cosas. Si tú te fuiste de un régimen porque se te hizo imposible sobrevivir económicamente, comprarle la leche a tu abuela, comer decentemente, decir lo que piensas, etcétera, etcétera, tú te fuiste de eso, aunque no te hayas enfrentado, entonces lo único que tienes que hacer, creo yo, respecto a eso que te obligó a abandonar afectos y lugares, es tener una posición coherente. Coherente no quiere decir necesariamente valiente ni suicida, pero por ejemplo no defender aquello de lo que te fuiste.

Por otro lado, a mí me parece complicado la gente que sale, insisto, la gente que sale oportunistamente y se vuelve de inmediato, sin una evolución plausible, más radical de lo que nunca fue, por ejemplo. Creo que mi trayectoria ha sido un decurso, yo soy más radical ahora que hace mucho tiempo. El yo de hace mucho tiempo reprobaría cosas que yo digo hoy, pero es normal, ¿no?, pero evito de pronto ese salto radical… Bueno, y ahí están mis textos que son como una cascada. Pero hay personas que sencillamente o dan el salto muy radical o, lo que me parece peor, justifican aquello de lo que escaparon.

Creo, por eso, que vivo la experiencia del exilio como resistencia. Pereda tiene mucha razón, vivirla como resistencia es un acto de responsabilidad y de retribución a lo mejor de mi familia, de la sociedad cubana y de lo que alguna vez fue una revolución. Si ellos han aniquilado la posibilidad de que eso se rectifique, pues está en todos nosotros hacer esa resistencia. Además, vivo el exilio con muy poca nostalgia. Más bien en los últimos años -y debe ser que me estoy poniendo viejo- empiezo a recordar con nostalgia cosas, pero le debe pasar a todo el mundo, sea uno exiliado o no. Estoy recordando mucho, por ejemplo, la casa de mi infancia, que era una casa magnífica de inicios del siglo XIX que hoy es el museo de mi pueblo. Y recuerdo mucho correr en los pasillos entre los ventanales, el patio, te lo he comentado. Esa vida así bonita, el olor a caoba, la natilla de mi abuela, lo estoy recordando mucho ahora y hace unos años no, pero es poco. Cada vez más, pero es poco. Entonces, vivo fundamentalmente el exilio como resistencia y como umbral.

SOL. Pero no has hablado mucho sobre tu experiencia de vivir el exilio como umbral, porque eres el mismo, pero ya no eres el mismo, Armando. Y México, en alguna medida, te ha también naturalizado a su cultura, a su especificidad. ¿Cómo es el nuevo Armando fuera de Cuba?

ACN. A ver, políticamente me considero -las etiquetas siempre son esquivas, volátiles y peligrosas- un demócrata liberal, con reminiscencias de izquierda. Izquierda en términos de como que me importa la justicia social, porque no veo como naturales e incorregibles las desigualdades. Pero me he derechizado y lo asumo así, además, con total conciencia. Soy un traidor a los traidores y eso les molesta mucho. Soy un traidor de clase -por usar una categoría marxista- y un traidor ideológico. ¿A quién? A la élite que traicionó a un pueblo y a una revolución. Entonces soy, orgullosamente, traidor a todos ellos. A todo eso.

Pero soy un híbrido, porque me siento mexicano-cubano. Se han incorporado a mi léxico palabras, gustos alimenticios. Incluso, los problemas de Cuba los entiendo mejor viendo el espejo de otros y viceversa, entonces y sobre todo me doy cuenta que me importa, pero también me encabrona lo que pasa en México. Cuando tú te das cuenta que te encabrona lo que pasa en un lugar es porque no estás en ese lugar como en una estación de paso, sino porque ese lugar te ha hecho suyo y tú lo has hecho tuyo también. Entonces eso me ha pasado con México. Resumiendo: un profesor cubano-mexicano, demócrata y liberal, creo que eso soy.

La difícil relación entre el padre y el hijo

SOL. Desde hace algunos años has mantenido y mantienes una posición muy crítica y pública con respecto al régimen cubano, al que llamas abiertamente una “dictadura de partido” y al que denuncias en tus escritos y en los distintos foros académicos y civiles en los que participas por las graves violaciones que realiza el régimen cubano a los derechos humanos (civiles, políticos y sociales) de la población de Cuba. Obviamente, esa posición o esa postura no solo es distinta, sino también es contraria a la que hoy sostiene tu padre, quien fue o es un funcionario del Estado cubano y supongo que sigue defendiendo al régimen de la Revolución. ¿Cómo es la relación que tienes hoy en día con tu padre? ¿Sus posiciones políticas contrarias los han llevado a distanciarse o en el extremo a enemistarse? ¿Qué piensa tu padre de ti y qué piensas tú de él? Platícanos sobre esta experiencia extrema y desgarradora que retrata la tragedia de un régimen político dictatorial que también ha fracturado o roto familias y amistades.

ACN. Mi padre y yo -que nos llamamos igual, lo que a veces eso genera confusión en redes sociales- tenemos muchas cosas en común. Creo que tenemos en común cierto cariño mutuo: yo recuerdo lo decisivo que fue en temas de mi formación, en mi rigor a la hora de estudiar, en mi gusto por leer; recuerdo que estuvo conmigo cuando yo casi muero en un hospital, estuvo 15 días conmigo al pie de la cama. Tengo muchos recuerdos que me hacen guardarle cariño. Y quiero creer, estoy seguro que es así, que él me también me quiere, afectivamente.

Ahora bien, se ha introducido entre nosotros una cuña brutal de la cual ambos somos víctimas. Porque independientemente de que sea un funcionario, de su cercanía y su pertenencia a ese estrato, es un ser humano y creo que es una víctima también. Pero nuestro drama pasa porque, además de víctima, es en cierta medida victimario. Lo aclaro con una idea que alguna vez le dije: si la política no es una cosa abstracta, sino una mezcla de posiciones y decisiones de poder muy concretas, no hay simetría entre alguien que es exiliado por un Estado que le impide ver a su padre y un padre que es funcionario del mismo Estado que exilia a su hijo. O sea, yo creo que, más allá de reconocer que ambos somos víctimas, no hay una posición simétrica de responsabilidad en esta situación trágica.

¿Por qué, Sergio? Porque esa simetría tendría verosimilitud y lugar, por ejemplo, si para enfrentar a aquella tiranía, uno se hubiera afiliado, por ejemplo, a un grupo terrorista. Si para romper con Castro hubiera sido oficial, por ejemplo, de Somoza o de Pinochet. Es decir, como sucedió cuando algunos exiliados cubanos, en los años 60 y 70, fueron a Estados Unidos o Latinoamérica a prestar sus servicios en fuerzas represivas de movimientos populares. Pero ese no es hoy nuestro caso en un exilio y oposición cubana que son mayormente pacíficos. Somos represaliados, descalificados, nos exhiben en televisión, nos difaman, nos hacen campañas de demolición de carácter, etcétera. Y no les ponemos bombas, les asaltamos cuarteles, les secuestramos o asesinamos familiares.

Y todo eso lo sabe mi padre, pero no sé cómo lo procesa psicológicamente. Alguna vez me dijo: “lo que pasa es que tú estás con nuestros enemigos”. Yo quise ver ahí entonces un matiz interesante: no me dijo “tú eres mi enemigo”, sino “tú estás con nuestros enemigos”. Y yo le dije: “efectivamente papá, yo estoy con vuestros enemigos y la diferencia es que ustedes nos niegan la dignidad y los derechos, pero cuando nosotros ganemos, que vamos a ganar, ustedes tendrán que responder ante el país y la justicia, pero teniendo el derecho a un juicio y trato justo que nos han negado a nosotros”. Es muy duro hablar así, como comprenderás. Creo que ha llegado el momento de cambiar de tema.

Las afinidades ideológicas

SOL. Gracias por la sinceridad y la transparencia, Armando. Pero, bueno, dejemos de lado el mundo de la vida, dejemos de lado la lógica instrumental del sistema, como los llama Habermas, y vayamos al tema de las afinidades ideológicas. Identifico en los últimos años en tu producción académica e intelectual un posicionamiento político abiertamente liberal, pero no siempre me queda claro de qué liberalismo estás hablando. Coincidiría contigo en la simpatía con el liberalismo político o con el liberalismo igualitario, que formarían parte, creo, de cualquier programa democrático y progresista, pero tendría mis dudas o mis reservas con respecto al liberalismo económico, que a mi manera de ver suele traducirse, tanto en términos teóricos como históricos, con formas de dominación y exclusión, como la desigualdad y la pobreza. Tú has dicho explícitamente que te has derechizado, ¿no será, acaso, que te has acercado a una izquierda distinta y no autoritaria? Si la respuesta es afirmativa, ¿de qué tipo de izquierda te reclamas? O, en su caso, si te asumes, abiertamente, ya no de izquierda o de centro, ¿se puede pensar actualmente en un proyecto de izquierda democrática o de centro-izquierda exclusivamente desde las premisas teóricas e históricas del liberalismo y de la democracia?

ACN. A ver, déjame hacer primero una historia. Yo descubrí el liberalismo estando en Cuba. Mi tesis de maestría fue sobre el pensamiento liberal y sobre todo sobre un rasgo del pensamiento liberal, que es la pluralidad o el pluralismo. Esa tesis fue defendida en Cuba hace como 20 años. Descubrí a Bobbio, descubrí a Rawls, descubrí a Sen, descubrí un grupo de gente que leí en esas librerías que se abrieron en La Habana y a partir de ahí empecé a dialogar con la tradición liberal. Después leí y descubrí a otra mucha gente, entre ellos a ti. Me reclamo más de un liberalismo político, social y progresista. De hecho, el liberalismo económico per se, que es perfectamente compatible con el autoritarismo político, no me hace mucha gracia. Por dos razones. Siempre he sido cercano a lo público, en empleo, en gestión, en propiedad, me gusta la cultura de lo público. Incluso he tenido debates, por ejemplo, con mi esposa, donde he dicho -quizás un poco dogmáticamente, lo reconozco- que en países con grandes desigualdades de acceso proscribiría la educación y la salud como mercancías. Lo cual me pone incluso más allá del liberalismo. En todo caso, me ubico en los ensayos más radicales de la socialdemocracia europea de los años 70, como el Plan Rehn-Meidner sueco, que sin ser comunistas, querían desmercantilizar una serie de bienes públicos. Es decir, me cuesta asumir ese liberalismo económico que defiende que la libertad de emprendimiento y de propiedad son libertades más importantes respecto a otras. Eso, a estas alturas de mi vida, me parece moral e intelectualmente un disparate. De hecho, estaba leyendo esta semana una discusión de Aron contra Hayek, donde Aron, que es un liberal de pura cepa, le dice a Hayek, “la cosa no va por ahí.” Porque un liberalismo económico solipsista termina en conservadurismo político o en reacción, incluso puede perfectamente convivir con el fascismo y otros autoritarismos.

Me reclamo, más bien, del liberalismo más social y progresista. Algo que me emocionó mucho y me fascinó, cuando estuve en Cuba, fue encontrar la experiencia de Rosselli y el Partido de la Acción, con su idea del “Socialismo liberal” en Italia. Una experiencia muy pequeña y frágil, pero que, creo, es una vena que, por ejemplo, está siempre presente en tu obra y creo que es una de las cosas que nos hace amigos. Lo acabo de experimentar ahora que di un semestre de Historia de la Libertad en Argentina, en una universidad copada por chicos absolutamente pro-Milei. Y me sentía primero un animal viejo porque citaba a Sen, Bobbio, Rawls y Nussbaum… todos de muy izquierda frente a ellos.

Volviendo al tema de las ideologías. Creo que hay que dejarse de los chantajes que lo atan a uno. La derecha y la izquierda son posiciones relativas en unas coordenadas ideológicas globales. Uno siempre está a la izquierda o a la derecha de alguien. Entonces el Armando y el Sergio de hoy, no tienen que ser, esencialmente, de derecha para estar más a la derecha del Armando y el Sergio de antes. Y el Armando y el Sergio de antes no eran mejores personas por estar más a la izquierda, porque estábamos más a la izquierda, pero estábamos más cerca de una izquierda intolerante con la democracia.

Entonces, creo que cada vez me importa menos, fíjate, cómo la gente me etiquete ideológicamente. Porque me he dado cuenta que eso es una parálisis que opera siempre contra el pensamiento y la acción. “Ah, ¿cómo me verán? ¿Qué me dirán?”. Bueno, el Estado cubano, con su formidable maquinaria y propaganda, dice que somos mercenarios, agentes de la CIA, etcétera. Y tú lo has visto, has estado en nuestras actividades, has visto nuestras protestas. Si vives con la etiqueta, te paralizan.

Creo, además, que el conflicto ahora mismo que más me preocupa no es necesariamente derecha-izquierda, sino el conflicto entre lo iliberal y lo liberal. Y creo que tenemos que encontrarnos en un punto común los demócratas cristianos, los socialdemócratas, la gente de los nuevos movimientos sociales democráticos, de las nuevas identidades democráticas, los liberales. Tenemos que encontrarnos en un centro que no es un centro aséptico, que es un centro plural donde hay derecha-izquierda democrática, que en un parlamento uruguayo o sueco, por ejemplo, pueden debatir y tengan diferencias sobre gasto público, valores o aborto, pero que cierran filas en defensa de la democracia.

A mí, por ejemplo -y eso es otra cosa de la experiencia internacional-, el viajar y el vivir en otros contextos, me ha hecho sensible a la desgracia ajena. O sea, si bien he padecido durante mis 50 años de vida mayormente el autoritarismo de izquierda o su pariente lejano que es el populismo de izquierda, yo no ignoro que hay autoritarismos y populismos de derecha que pueden afectar y desgraciar la vida de otra gente como yo. Lo que no voy a hacer es, por una lógica mecánica, decir que eso es menos malo o peor o dejar de solidarizarme. Me explico, no es mi circunstancia existencial. Y lo otro, como un análisis situado, incluso puedo decir, que eso la academia no lo hace, que en América Latina en los últimos 20 años la mayor coalición contra la libertad ha venido de la izquierda.

Las tres tiranías que tenemos en la actualidad son de izquierda: Cuba, Nicaragua y Venezuela. El movimiento antiliberal en la academia latinoamericana viene fundamentalmente por parte de cierta izquierda. Sí, pero eso no me lleva a ignorar que hay bolsonaros, bukeles, trumps, intelectuales afines, que tenemos a Milei, que ¡ojo!, tampoco son asimilables a las tiranías, son electos democráticamente, gobiernan con usos y costumbres que no nos gustan, vulneran libertades, su retórica es antidemocrática, pero tampoco son comparables a estas dictaduras. Estas dictaduras son comparables a la dictadura de seguridad nacional, ahí sí de derecha, de los años 70. Ese es el panorama. En ese panorama, entonces, me ubico como un defensor de la libertad, como un liberal democrático.

Los sueños del futuro

SOL. Muy bien, Armando, vamos cerrando la entrevista. Sospecho que sueñas con regresar en algún momento de tu vida a Cuba, a pesar de que eres mexicano y que estás “a todo dar” en México. Cuando sueñas en la Cuba del futuro, ¿en qué estás soñando? ¿Te visualizas regresando a la isla en algún momento de tu vida? ¿Qué lugar te gustaría ocupar en la Cuba de tus sueños?

ACN. Sí, y lo he pensado mucho y tengo dos tipos de sueños. Uno, cada vez más con el envejecimiento. Voy para los 50 años. Tengo sueños de caminar, por ejemplo, por la calle Aranguren, en mi pueblo habanero de Regla y ver el amanecer en el emboque, frente a las lanchas. Claro, como no voy a volver al país que dejé, sospecho que cuando vuelva a ese país y vea el destrozo que hay, me voy a deprimir. Pero como ese que sueño es un país que yo me permito tener en mi cabeza, me recuerdo caminando, como hacía los domingos, yendo hasta la lanchita a cruzar la bahía de La Habana y ver esa bahía bonita, esa arquitectura de La Habana y llegar a La Habana Vieja en una lanchita. Es un recuerdo que tengo y tengo recuerdos de lugares así muy entrañables para mí en Cuba, que recuerdo con cariño. Esos son los recuerdos más afectivos, la prospección más práctica y lo que yo quiero es regresar a la academia y contribuir a reconstruir la Academia de Ciencias Sociales en Cuba.

SOL. O sea, no te ves en una futura e hipotética transición democrática en Cuba en el gobierno o en el parlamento, te ves, más bien, en la vida académica.

ACN. Es que yo quería contribuir a la sociedad y al civismo y a la democracia, lo que sea, a un país mejor desde la academia. Yo quería formar gente, aunque también me he cansado un poco de la docencia -el año que viene cumplo 29 años de docencia-, pero mi vocación fue el magisterio. O sea, yo me politicé y me metí, por ejemplo, en la sociedad civil y en todas estas cosas, un poco en la misma dinámica que tenía esperanzas con lo que podía hacer en Cuba, muy incipientemente, en pequeños espacios de discusión y debate, tolerados, medio tolerados por el régimen y afuera ya en esta diáspora de sociedad civil antirégimen.

Pero para mí eso no es la vocación. Tú conoces cuánto tiempo dedicamos juntos a hablar de libros, lo discutimos y lo disfrutamos con un whisky o sin un whisky. Para mí, entonces, mi hipotético regreso no sería ni para integrar una bancada parlamentaria ni para dirigir un medio independiente. Quizá sería para reabrir la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana. Para hacer como hicieron, por ejemplo, los académicos que empezaron a abrir la Universidad Centro Europea con la caída del comunismo. O los alemanes que fueron a abrir las carreras de Ciencia Política en el 46. Es eso. Para abrir la formación y el debate que, en definitiva, son necesarios en una sociedad más democrática.

Posdata no solicitada

SOL. Armando, algo que no te haya preguntado que quieras compartir en este diálogo sobre tu vida y tus sueños.

ACN. Bueno, no me lo has preguntado, pero yo te voy de nuevo a agradecer este ejercicio. Así no lo he hecho nunca. He dado un par de entrevistas, de varias que me han pedido. Una en Uruguay y otra en Argentina. Y más bien han sido entrevistas de contexto, para analizar el contexto cubano, mezclado con elementos de trayectoria. Pero no me gusta el narcisismo, hablar de mí mismo. Ahora contigo acepté porque creo que, como tú mismo dices, a esta altura del partido, el testimonio puede conectar con otras personas. Y creo que quisiera terminar esta entrevista diciendo justamente eso. Que Cuba se entiende mejor desde la experiencia del mundo. Que Cuba va a cambiar de una u otra forma. Ellos van a retardar el cambio, ¿no? Pero creo que todas y todos tenemos la posibilidad de hacer ese cambio, con actitudes que no pasan por lo épico. Que son simplemente de mínima decencia y coherencia.

Creo que si todas y todos los exiliados y diasporizados, buscamos vivir como queríamos vivir decentemente como seres humanos -sin mentir, en la verdad, con un consumo decente, etcétera- no debemos convalidar aquello de lo que escapamos. Lo que he tratado de hacer es justamente eso. Es decir, no voy a reproducir o convalidar eso. Y en México, en este momento, donde estamos en una pugna de nuevo entre la libertad y el despotismo, he tratado -te consta que hay días y semanas que le dedico más tiempo a México que a Cuba, en mis reflexiones o conferencias- de transmitir esa experiencia. De decir, “ahórrense nuestros errores, casi no hay nada que podamos enseñarles de ejemplo, y busquen simultáneamente la libertad y la justicia. No se puede tener una sin la otra”. Creo que para los y las cubanas que estamos afuera, sobre todo en el campo intelectual, nuestro reto es ese. Ser coherentes, en el sentido estricto de correlación entre creencias, medios y fines. Defender aquello que quisimos vivir y no pudimos, pero encontramos en otro lugar; entonces defenderlo ahí. O sea, si te derrotaron una vez en tu país natal, si te robaron ese lugar, ve a otro país y defiende allí las cosas que no pudiste proteger donde naciste y las que tu nueva patria te ha dado. No permitas que se construya ahí aquello de lo que escapaste.

SOL. Una última pregunta, colega y amigo Chagua, y es la pregunta más teórica y profunda de todas las que te he formulado: ¿moros y cristianos o pozole?

ACN. Moros y cristianos.

Parque Hundido, Ciudad de México, 9 de mayo de 2024

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