febrero 24, 2025

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Asombra, inquieta, da mucho en que pensar. El hecho de que aún no haya respuesta alguna para la propuesta de Marco Levario Turcott, de que los “compañeros” del “CEU histórico”, desde su perspectiva de izquierda democrática, abran en este foro público de etcétera una reflexión seria sobre la viabilidad o no de la candidatura de AMLO como de “izquierda”.

Lo primero que viene a la mente es el refrán: quien calla, otorga. La “izquierda” ceuista, hoy tan cerca de Morena, no puede argumentar en positivo sobre la candidatura de López, lo siguen y obedecen en silencio, ovejunamente, aceptando por dogma la imposibilidad de criticarlo.

Luego se puede considerar que ya no queda nada ni nadie de izquierda en la mayoría de quienes activaron y sostuvieron el movimiento estudiantil que produjo el Congreso Universitario de 1986, último momento político de verdad importante que ha emergido dentro de la UNAM. Triste situación.

Era de temer, era de esperar. En México, la izquierda, si alguna vez existió de verdad, no alcanzó a tener cabeza; mucho hígado, mucho corazón, muchas manos, muchos pies, hasta buen pulmón y eficaces riñones, pero sin cerebro, sin ojos, sin oídos, sin olfato, sin boca propia. Pero no es novedad. Lo dijo José Revueltas en 1962, es verdad ontológica, no es sólo ocurrencia de ahora. La izquierda mexicana es más disneylandia lombardista y grouchomarxismo según rius, que auténtica crítica de la economía política y superación revolucionaria de la lucha de clases. Mucha pose y nada de sesos, mucho eslogan y nada de discurso.

Por ello, es conveniente traer a mención aquí el artículo de Roger Bartra, publicado en el diario Reforma este 6 de marzo pasado. Allí, con el encabezado “¿Dónde está la izquierda?”, Bartra da a entender como una equivocación de la izquierda mexicana el haberse dejado infiltrar por la política conservadora y reaccionaria de López Obrador, un rudo anquilosamiento del PRI dinosaurio enquistado en lo que pudo ser la izquierda. Quizá por eso el silencio y lentitud de los compas del CEU y de la la intelectualidad de UNAM para caracterizar a Morena como lo que es, sólo un capricho personal narcisista. No lo dice así el maestro Roger Bartra, pero lo da a entender y yo sí lo digo así.

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Bartra considera que la izquierda está sepultada bajo el peso de sus torpezas e incoherencias. Ella misma, sin cabeza, se desbarrancó en el populismo oportunista que decía combatir. Todo devino, como predijo Revueltas, en ese lombardismo pseudo-demócrata gris, negocio de charros y caudillos, una supuesta oposición puesta en realidad al servicio del PRI. Pero no apareció la conciencia emancipadora que Revueltas esperaba. Lo que pudo ser la izquierda se deshilacha en tres puntos, según la lectura de Bartra: en el PRD, su lugar tradicional; en los intersticios de Morena; y en las franjas infrarrealistas de la utopía y el extremismo. Los primeros siguen la vía reformista y socialdemócrata de ir al paso de lo real posible, mientras que ahora los de Morena son lo más reaccionario del PRI criticado, y el porvenir de los infras es saber adecuarse a la realidad reformista o perderse en la nada de las utopías irrealizables.

Ya entrado el siglo XXI, la mayor parte de la izquierda se encuentra dispersa en la sociedad, al margen de los partidos y de los grupos políticos. Es una numerosa masa de votantes que se enfrenta a la confusión, perpleja ante la dificultad de encontrar opciones atractivas. Opciones que, en lo inmediato, tiene cooptadas la ideología “nacionalista” del PRI; por un lado, el eficaz ante el presente, como el partido hegemónico que es después de la alternancia; y por el otro lado, el reaccionario y antidemocrático, como la dictadura del culto a la personalidad de AMLO en Morena.

Lo más de acuerdo a lo que podemos llamar la tradición de izquierda, para la visión lúcida de Roger Bartra, es optar por la alternativa con tintes liberales, democráticos y reformistas que espera él que cristalice en el Frente que encabezan el PAN, el PRD y MC. El éxito de esta alianza, concluye su artículo, se puede medir por el uso ilegal y abusivo del aparato de Estado contra su candidato: porque evidentemente Ricardo Anaya es visto como el principal enemigo del nacionalismo autoritario priista, que ahora encarna también en Morena.

Con esto es suficiente para entender mejor por qué nos preocupa el silencio de la izquierda ante la invitación de etcétera para pensar y debatir del modo más elevado posible estas elecciones políticas.

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