Todo comienza a verse más claro. No se puede esperar ya grandes sorpresas o novedades. Las cartas están sobre la mesa; pero la suerte no está echada. Es tiempo de analizar con gran cuidado lo poco que hay y lo mucho que puede perderse.
Lo lograron los populistas. Nos han dividido en dos bandos. El bando de los que están a favor de ya sabes quién y el de los que están en su contra. No hay más. Ninguno de los otros tres candidatos a la presidencia de la república brilla por cuenta propia.
Quienes están a favor del riesgo totalitario de López y su utopía populista, cada vez se unifican más y fortalecen su fe en los milagros del ególatra; los de la otra opción no consiguen unificarse en otra cosa que no sea el rechazo a una dictadura potencial. Los amloistas no parecen ser en realidad más de la tercera parte de los votantes, pero los mueve una fe ciega y les apoyan grupos armados y violentos. Los que están conta amlo no han podido integrar más de una cuarta parte de los votos a favor de algún otro candidato.
En contra de López y sus sueños moralizantes de cambio mágico de la realidad, va quedando como única opción positiva el voto útil. En nuestro caso inmediato, lo consideramos así porque todo indica que él no será un buen gobernante para la libertad de expresión y la opinión pública abierta. De los otros tres no hay señales tan manifiestas de que puedan reducir las libertades y acallar la crítica de la oposición.
Para quienes piensan votar desde lo político real, sin apasionamientos pueriles ni veleidades adolescentes, es importante reconocer el carácter ideológico-religioso del discurso de López, su extrema lejanía de los ideales posibles de la democracia y el debate político razonado. No es una opción para el porvenir de México porque todo lo funda en querer regresar al pasado, una receta que a nadie le ha funcionado. López no es un político ni un líder de masas, es más que nada un santón milagrero, un brujo gótico, o sea, una mera ilusión óptica para la democracia, alguien que en todo está más próximo a Rasputín que a Lenin. No es absurdo estar en su contra y pedirle muchas explicaciones que él se niega a dar.
Es notorio que opera como si fuera un mesías, se cree el redentor de México, y lo hace porque así es como la gente a la que le habla, su gente, se lo pide y lo acepta, no quieren política, porque no la entienden, quieren magia porque menos la entienden, y por eso lo ven y tratan como un héroe medieval que vencerá dragones y traerá el reino de la cucaña para todos. Nada hará él para hacerles salir de la ilusión, porque lucra malintencionadamente con ella, se aprovecha de la ignorancia con descontento de las mayorías. No gobierna para la libertad y la ilustración del pueblo, sino para emplearlo como pretexto para gobernar por gobernar, o sea, para no gobernar de verdad.
Un claro síntoma de ese carácter religioso de López es el empleo de la palabra “amor” por parte de sus partidarios, su filosofía del amor es un giro ajeno a la política. Es un gesto de culto a la personalidad, es decir, un acto de idolatría fetichista, opio demagógico. Amor interesado, amor fantástico, pues le atribuyen a su persona la fuente prístina de ese “amor”; según sus decires todo en él es amor, y, por tanto, todo lo que no sea él o como él dice, no será “amor”. Todo se resuelve con convertir a la fe del amor del caudillo a quienes no ven el amor del caudillo, hacerlos entrar en lo auténtico de su amor, ya sea por las buenas o por las malas, porque ya a priori los otros están equivocados y del lado de la maldad y el des-amor.
Con ese falso amor ya inician su lucha frontal directa contra quienes no amen como ellos. De forma que tanto amor de dientes para afuera sólo es una máscara para el odio a los contrarios y los opositores, algo nada útil para la sociedad libre. Tal amor termina encarcelando, torturando, exiliando y fusilando, creando olas de odio y rabia contra se atreva a dudar de la santa cruzada. Con ese mismito amor los papas se lanzaron a las guerras santas y los reyes católicos bendijeron las atrocidades de la conquista de Asia, África y América.
Por eso responden con silencio inquisidor a las invitaciones al diálogo y el debate público. No encuentran una razón posible para no participar del amor por su amo político o caudillo iluminado. Su amor no les deja ver más que desamor y odio en lo que digan o hagan los otros. Es amor para odiar y maldecir, amor para reprimir y excluir. Nada prometedor para la buena sociedad.
Debido a ese defecto religioso del candidato y sus seguidores es importante convocar el voto útil por la democracia y no por la ilusión de hacer que todo cambie en un instante y por medio de un salto loco hacia el pasado.