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¿Es posible sentir vergüenza aún en el triunfo? Lo es, aunque desde luego cada quien define los motivos de su orgullo; en ese contexto afirmo que a mí me daría vergüenza triunfar si eso implica abandonar el pensamiento y sólo lanzar proclamas, sentirme superior al otro y afirmar que si ese otro no piensa como yo quiero, en el mejor caso, es hechura del capitalismo, en el peor, tiene algún incentivo. Como advirtiera Voltaire, quienes creen que todo lo hace el dinero están dispuestos a hacer todo por dinero.

Me daría vergüenza ganar por haber difundido información falsa, por sumarme a la creencia de que el paraíso comenzaría desde el primer día en la Presidencia de mi candidato. Decirse de izquierda cuando se es conservador, decirse laico cuando se usan los símbolos religiosos y decirse democrático al mismo tiempo que se mira como paradigma a Cuba o Venezuela. Es una pena acusar a los otros de todo y luego rendirse a sus pies, como lo hicieron al aludir a la mafia en el poder y luego aplaudir el perdón otorgado por su líder, y volver a aplaudir si su líder les dice que en ellos, o sea, el pueblo, está el perdón definitivo, así como el César en el Coliseo que mueve el dedo pulgar según los gritos de la gente.

Agacharía la cabeza si defiendo a quienes piden fusilar traidores u ostentan meterla doblada como signo de victoria además de llamarle culeros a los otros para luego culearse en aras del cargo anhelado. Están arrodillados quienes lo consideran un iluminado, no exagero, hay legiones que lo creen. Los que han perdido el humor o quienes lo niegan al otro aunque ese humor tuviera los resortes de los que habló Francis Bacon: “La imaginación consuela al ser humano por lo que no es; el sentido del humor le consuela por lo que es”.

CIUDAD DE MÉXICO, 01DICIEMBRE2018.
FOTO: SAÚL LÓPEZ /CUARTOSCURO.COM

¿En serio creen que el demonio es conservador, como dice AMLO de sus adversarios? Hay quienes lo creen sí, aunque debieran tener vergüenza de reducir así las diferencias, entre buenos y malos. Se han humillado a sí mismos aunque ni siquiera se percaten cuando no integran a sus palabras los términos pluralidad y diversidad; hay otros que sí se dan cuenta y son quienes callan cuando se exhibe la cola del dinosaurio con la bandera del cambio en no pocos personajes del viejo PRI, los silentes o desmemoriados que voltean para otro lado en el momento en que el líder dice que los mejores tiempos del régimen fueron en los sesentas y los setentas. Los que no ven ni oyen cuando se les demuestra que no es consulta lo que el populismo hace sino recursos para usar a la gente como masa de maniobra y quienes creen que el cambio es corretear por los jardines de Los Pinos o que la humildad es un presidente hincado frente a ritos mágicos o religiosos.

¿Que sucedió algo parecido en el otro extremo? Sí, y ya he escrito sobre ello, pronto lo volveré a hacer, pero ahora hablo de esa horda que no tiene respiro en sus encendidas creencias que buscan aplastar al otro.

Vergüenza deberían tener quienes enfermaron a Peña Nieto o quienes pidieron su renuncia o su examen médico y no lo hacen con López Obrador, quienes defenestraron a su familia y ahora ponen el grito en el cielo cuando ocurre con la familia del Presidente. Vergüenza de su doble moral y el abandono de sus principios. Hagan ustedes el favor: creen en la política de seguridad que integra a las madres que regañan a los hijos para que no hagan travesuras, dicen que es cierto que si el Presidente es honesto los demás lo serán.

Ese es el costo de su triunfo. Apabullante y ensordecedor, que atrae a muchos, muchos más que antes criticaron a su líder para subir en el barco de la victoria y procurarse el bienestar de hallarse junto al que ganó. Sí, el costo de su triunfo es que perdieron la vergüenza.

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