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MELBOURNE, Australia — China ha creado una amplia red de centros extrajudiciales de confinamiento en la región occidental de Xinjiang, donde se obliga a los uigures y otras minorías musulmanas a renunciar a su cultura y religión, y se les somete a la fuerza a un régimen de reeducación política. Después de mucho tiempo de negar la existencia de este tipo de campos, el gobierno ahora ha decidido referirse a ellos como centros inofensivos de capacitación donde se imparten clases de Derecho, mandarín y destrezas vocacionales, una designación que bien se sabe es un eufemismo falso que emplean con la intención de evitar críticas por los tremendos abusos cometidos en contra de los derechos humanos.

No obstante, estos campos, en especial su ambición de cambiar la mentalidad de las personas, revelan una lógica familiar que ha definido desde hace mucho tiempo la relación del Estado chino con sus ciudadanos: un enfoque paternalista que considera patológicos los pensamientos y las conductas divergentes, por lo que intenta transformarlos por la fuerza. La escala y ritmo de la campaña del gobierno en Xinjiang quizá resulten extraordinarios en la actualidad, pero esta práctica, así como sus métodos, no lo son.

Ya desde el siglo III antes de nuestra era, el filósofo Xunzi argumentó que la humanidad era como “madera torcida” y que las fallas de carácter del individuo debían eliminarse o corregirse para lograr la armonía social. Por su parte Mencio, un pensador rival, creía en la bondad innata de los seres humanos, aunque también resaltaba la importancia de la superación personal.

En un marcado contraste con el liberalismo occidental, el confucianismo (y la cultura política china en general) no se basa en los derechos individuales, sino en la aceptación de la jerarquía social y la creencia de que los humanos son perfectibles. Conforme al pensamiento chino, los seres humanos no son creados iguales, sino que varían en suzhi (素质), o calidad. Por ejemplo, un agricultor uigur pobre del sur de Xinjiang se ubica en la parte baja de la escala evolutiva, mientras que un funcionario de la mayoría étnica han se encuentra hacia la parte alta.

A pesar de lo anterior, los individuos son maleables y, si bien la calidad suzhi es en cierta medida innata, también es producto del ambiente físico y la crianza de cada persona. Al igual que el ambiente equivocado puede corromper, el ambiente correcto puede resultar transformador. De ahí la importancia de aplicar las enseñanzas de personas que se cree tienen un suzhi más elevado, aquellas a las que Confucio llamaba “personas superiores” (君子) y los comunistas llaman ahora “delegados líderes” (领导干部).

Así que, incluso un agricultor uigur que se encuentra al fondo de la clasificación puede mejorar su suzhi con educación, capacitación, entrenamiento físico o, quizá, migración. Además, un gobierno benevolente y culto tiene la responsabilidad moral de ayudar activamente a sus súbditos a mejorar o, en palabras de la académica de China Delia Lin, moldear a las “personas originalmente con defectos para que se transformen en ciudadanos bien desarrollados, competentes y responsables”. Durante sus siete décadas en el poder, el Partido Comunista Chino (PCC) ha intentado en repetidas ocasiones reformar a los estudiantes revoltosos, los opositores políticos, las prostitutas y los campesinos.

Más información: https://nyti.ms/2VfVpLS

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