Varadero, Cuba; enviada. Día diez. Terminó el luto y los sonidos se hicieron escuchar.
Son las ocho de la noche del lunes 5 de diciembre y las calles de Varadero empiezan a verse y sentirse desiertas. La rutina es similar a la de la noche anterior, el último día decretado para honrar la memoria de Fidel Castro. Sí, es Cuba y sí, los silencios son o siguen siendo largos.
Empezamos a caminar sobre la 1ª Avenida con destino al norte y las luces de los negocios se apagan, es lunes y la semana apenas inicia, aunque muchos hemos aguardado pacientemente. Ok, no. Ansiamos la música.
La temperatura es alta y el cuerpo vuelve a mojarse. Fracasamos al intentar abordar el último camión, así que hay que seguir a pie. De repente, un mariachi o algo parecido cruza por el camino, se detiene en una esquina y empieza la serenata. Amor para mis oídos. No solo porque los taxis eran el único lugar para escuchar el buen ritmo sino porque en Cuba “el Divo de Juárez” es como el rey. Entona (entonamos, obvio yo a lo lejos): “yo estaríaaa toooda la vida siempre contiiiigo, no creas mi vida que es mentira cuando te digo… de que me guuustas es verdad, de que te quieeero es verdad…”.
Con una sonrisa seguimos el camino. Nada. Mi corazón empieza a latir más y más fuerte, una mezcla de incredulidad, desesperación, ansiedad. Diez, doce calles después se escuchan los tambores pero al llegar la expectativa supera a la realidad. Sólo señores, en su mayoría, de edad avanzada. Cenan sin siquiera mover los hombros. Seguimos.
Entonces algo mejora. Metros después, un bar dedicado al cuarteto de Liverpool, aunque no se escucha algo movido como “Twist and shout”. Lo que suena es una típica canción de Universal Stereo, así que todo parecería indicar que la muerte sí dolió y que la salsa no es suficiente.
Calle 62.
Alemanes, austríacos, irlandeses, gringos, franceses y decenas más. Toda una variedad de turistas llegan, se agitan, se intimidad, pasan, beben. Todos arriban a este pequeño lugar, el único en todo Varadero que te invita esta noche a no dormir.
No pierdo el tiempo en preguntar cómo es el asunto ¿cover? ¿sólo consumo? Todo está lleno pero la mesa de una pareja nos deja compartir.
Ya casi todo está listo: la animadora en su lugar, la banda haciendo los últimos ajustes, los tragos se sirven uno tras de otro, la calle está a reventar. El alma cubana regresa .
Tienen que pasar un par de canciones para que los turistas pierdan la pena. Tuvo que pasar toda la noche para que los europeos agarraran buen ritmo pero lo intentan.
No hay coordinación pero hay sensualidad. No hay paso, cruzas, vuelta, pero hay emoción. No hay sangre latina pero hay una especie de contagio que así tengas 20, 30 o 60 te hace vivir, sonreír y bailar.
Bailamos, bailo. Con o sin pareja, todo está permitido. Los locales se apoderan de la pista para mostrar quién manda o para evidenciar, de cierta forma, quién es el dueño del ritmo.
Pero como no todos somos tan diestros, algunos lo tomamos con calma y así trago tras trago, canción tras canción, nueve días después la fiesta te envuelve.
Sin embargo, no todo es color de rosa. Sube al escenario un grupo de danza que lo único que hace es evidenciar lo malo que haz movido tus caderas a lo largo de tu vida y después, así como en los bares de prepa, organizan concursos de baile. Toman el escenario cinco europeas y dos latinas y entre que unas tienen más mojitos encima y otras simplemente no pueden coordinar se va la noche. Hoy no concursan por una botella, lo hacen por diversión, una emoción que se vuelve monótona porque hay que repetir una, dos, cinco, siete veces la misma canción.
Corre el tiempo, el grupo salsero no regresa pero los europeos no paran de graba. Al parecer, esto del “concurse por”, no ocurre del otro lado del charco, y tiene sus motivos. Mientras los extranjeros hacen el ridículo (porque hay que ser sinceros, lo hacen) las bailarinas recorren el lugar, hay que pedir la coperacha, caminan mesa por mesa, algunas se retratan y llegan el bolsillo. De seguir el grupo o el DJ pasarían de largo.
Finalmente el ambiente vuelve a tomar ritmo, me gusta y de pronto no tanto. No porque los viejos te empiecen a gueñir el ojo o porque intenten tocarte el trasero, nueve días sin gota de alcohol hacen rápido los efectos: vasos rotos, alcohol tirado, miradas retadoras; la fiesta deja de ser sólo alegría.
Antes de que acabe la noche arriban las putas, toman una mesa y empieza la negociación. Dos hombres las rodean, observan a quienes observan. Se acercan, las ofrecen, negocian, hablan con ellas, acuerdan, otros ofrecen más y los viejos que han perdido la subasta se te vuelven a acercar. Para subir el precio ellas se tambalean, se paran y rodean todo el lugar. Inician las platicas otra vez.
Así sigue la noche antes de que la música se acabe. A los hombres les urge pero en Varadero lo que falta son putas. En un pestañeo ya no están, tampoco la mesa ganadora.
Son la 1:45 de la madrugada y suena la última canción, prenden la luz y todo se acaba. No lo dicen, no avisan. Las ganas de más se van terminando, hay que salir y recorrer a pie 38 calles hacia abajo.
Al igual que en la Ciudad de México, los taxistas están a la orden, abusan, suben los costos, pero somos chilangos y no, nosotros preferimos caminar, porque en Cuba, según prometen todos, no hay inseguridad.