Caliente es la palabra, si buscamos definir de algún modo el estado de ánimo que genera la pobreza del intercambio público nacional, en medio de la crisis económica para la que no hay respuestas eficientes sino datos alarmantes, y la ausencia de un rumbo reformador de las instituciones para procesar de mejor manera, por ejemplo, la política social que debe actuar sobre la base de la existencia de 6 millones de pobres más en México, como resultado de la actual administración federal.
Caliente, es decir, indignado, deja a cualquiera el discurso oficial que acusa al exterior de los males internos pero evade que, en ese mismo referente internacional, y según opiniones muy autorizadas, México es la nación que peor enfrentó la crisis, a diferencia de Brasil y Australia, por ejemplo. Provoca el mismo enojo la sistemática reiteración presidencial por un nuevo comienzo para el que, sin embargo, no hay propuestas específicas sino enunciados que, como si se tratara de una farsa macabra, parecen esconder el abatimiento y la impericia o, en el mejor de los casos, suprimir la autocrítica.
Crispado, así percibimos el ambiente, y hay razones que lo explican. Aparte de las ya dichas líneas arriba se encuentra el fracaso de la lucha contra la delincuencia y el narcotráfico que ninguna polítca puede esconder, ni la que proviene del poder ni la editorial que pretende congraciarse con éste. Incluso, aunque al respecto los indicadores hayan disminuido, se debe tener en cuenta la impunidad, el grueso de la población que desconfía de las autoridades y que por eso no denuncia, y la precaria estructura normativa con la que se enfrenta a la delincuencia. En lugar de buscar atemperar los cuestionamientos, en las instancias de gobierno y de representación debiera iniciarse en caliente una ruta de cambios al sistema de procuración de justicia del país.
Candente y creativo sí, pero sobre todo propositivo y con vocación para construir acuerdos, es el entorno desde el que conviene se construya un rumbo claro en las esferas temáticas que le den mayor solidez al Estado. Y, sin duda, en la definición de una agenda al respecto los medios tienen un papel esencial; no pontificamos: eso se verifica a diario en los partes de la información que, además, registran los hechos desde perspectivas diversas y con un mosaico plural de opiniones. Incluso, el andamiaje legal desde el que se despliegan los propios medios tendrá que analizarse y discutirse, como se puede registrar con la iniciativa que, durante los primeros días de diciembre, se presentó en el Senado para modificar algunos aspectos clave de la ley de radiodifusión. Sin embargo, una vez más, las posturas polares evitaron el avance de una reforma posible y, así, esos actores políticos aventaron por la borda la oportunidad histórica de fortalecer a los medios públicos y darles registro cabal a las radios comunitarias. Al cierre de esta edición, todo parecía indicar que habrá un nuevo esfuerzo legislativo durante febrero. Ojalá que sí.
En sentido contrario a lo que sugiere esta temporada invernal, tanto por el clima como por el periodo de descanso que implica, asistiremos a encendidos intercambios lo mismo sobre el monitoreo del IFE y las voces interesadas en cuestionarlo como un método para impugnar la reforma electoral, que los esfuerzos del gobierno por recuperar la credibilidad perdida, entre otros eventos.
Junto con todas esas preocupaciones que configuran el trabajo cotidiano, a las instalaciones de etcétera entró el aluvión del erotismo y también, por otros motivos y con otro sentido, nos pusimos calientes. O sea que sin contexto ni pretexto alguno configuramos esta edición, con la seguridad de que si algo tendrá vigencia siempre, pase lo que pase en otras esferas, es precisamente la calidez humana y la imaginación que hay para expresarla. Entre varios otros recursos, sin duda el erotismo es, además de todo, un resguardo para tener presente que nunca nada es para tanto, incluso ni siquiera la tristeza de que esta edición sea diciembre-enero, pues así lo exige nuestra precariedad financiera. Reiteramos: nunca nada es para tanto mientras, claro, no se trate de poner en juego las convicciones propias o de aplacar las ansias de la piel y de entregar el alma por el otro o por la otra. De la ética, el deseo y el amor.