Desde su primera edición, en el lejano 1843, (hace ya 177 años) fue un bestseller: ¡vendió seis mil ejemplares en sólo un par de semanas! Se constituyó de inmediato en un clásico en el sentido de referente cultural, de abrevadero para el imaginario colectivo, y actualmente, es parte obligada de los símbolos y constructos de la Navidad occidental.
A Christmas Carol, traducido inexactamente como Una Canción de Navidad o Un Cuento de Navidad, de Charles Dickens, (la traducción más cercana sería Un Himno de Navidad), fue un fenómeno literario primero, y cinematográfico y televisivo después. Su primera adaptación para la pantalla se realizó nada menos que en 1901 y la más reciente, (la versión animada protagonizada por Jim Carrey), en 2009.
Entre la primera y la más reciente (seguramente no la última) hay muchas más, incluida la maravillosa versión musical de Los Muppets, con Michael Caine como Ebenezer Scrooge. Es de mis favoritas. Hay miniseries, caricaturas (la de Mickey Mouse como Bob Crachit es inolvidable) y decenas de adaptaciones literarias, además de cientos de ediciones distintas en todos los idiomas.
Alguna vez leí que el mejor cuento es aquel en que el escritor hace a sus personajes cumplir su más caro anhelo, pues con ello proporciona contundencia y corazón a la narración. Si esto es cierto, el relato de Dickens es gran muestra de ello y seguramente, la razón de su gran fuerza y largo éxito.
En A Christmas Carol, Dickens logra, ni más menos, transformar el salvaje capitalismo inglés de mediados del siglo XIX, personificado por Scrooge, en el sistema humanitario y solidario que él deseaba para su patria y del cual él y su familia fueron víctimas.
La fábula, el cuento moral que Dickens construye, no tiene como principal objetivo ensalzar la Navidad sino llamar a la generosidad y misericordia del poderoso, utilizando el adecuado marco de la temporada navideña.
Su trasfondo temático, pues, no es religioso o festivo, sino social, y su motivación, hacer dinero. Y lo logró.
Un buen producto editorial
Se cuenta que el autor trabajó de firme durante seis semanas para tener el libro a la venta para el 17 de diciembre de 1843. Dickens —que andaba muy escaso de fondos— calculó que un cuento navideño podría ser un buen producto para colocar en el mercado editorial y se puso a ello.
Su intuición no le engañó, aunque las primeras ediciones no le dieron ganancias exorbitantes (pues realizó una fuerte inversión). Sin embargo, el libro jamás dejó de venderse.
Scrooge y el capitalismo inglés
Ebenezer Scrooge es la personificación del sistema económico emanado de la Revolución Industrial inglesa, en el cual la población urbana se ha convertido en un proletariado paupérrimo: un conglomerado de “pobres” viviendo de la caridad.
Un terrible sistema en donde los hombres de negocios disfrutan los enormes vacíos legales y la casi nula legislación en materia sanitaria, social y laboral, aunque también padecen la exagerada carga fiscal impuesta sólo a ellos y a la clase trabajadora.
De hecho, se recordará que Scrooge se queja de ello ante los hombres que lo visitan para pedirle un donativo.
Al ser Scrooge la abstracción de todo un sistema, Dickens lo pinta como vacío, seco, aislado, ni triste ni alegre, sino más bien, muerto. Además de avaricioso, mezquino y despiadado, Scrooge carece de afectos y vida personal. En cambio, el pueblo, representado en su escribiente Bob Crachit, conserva su candor y bondad y aunque pobre, es rico es amor, pues no ha perdido de vista que lo más importante es la familia.
¿Estereotipado? Sin duda. Pero magistralmente logrado.
Los defectos del viejo agiotista no son (con excepción de la avaricia), los bien conocidos pecados capitales. Son más bien todas aquellas características que mantienen a los seres humanos separados unos de otros, inconscientes de su hermandad. El sistema económico, según nos hace ver Dickens, no es un ente separado de las personas, sino que está conformado por individuos que se niegan a ver que todos somos “compañeros del viaje hacia la tumba”.
La Navidad como fiesta religiosa
Dickens es cauteloso al abordar la Navidad como festividad cristiana. Pasa rápidamente por el tema del origen de la fiesta y se centra en resaltarlo como una época para ablandar el corazón.
Pareciera, (sobre todo por el aspecto del espíritu de la Navidad presente), que, sin dejar de rendir respeto al origen de la fiesta, Dickens la identificara más bien con las antiguas Fiestas de Invierno del norte de Europa.
En boca de Fred, sobrino de Scrooge, Dickens dice:
“Puede que haya muchas cosas buenas de las que no he sacado provecho”, replicó el sobrino, “entre ellas la Navidad. Pero estoy seguro de que al llegar la Navidad —aparte de la veneración debida a su sagrado nombre y a su origen, si es que eso se puede apartar— siempre he pensado que son unas fechas deliciosas, un tiempo de perdón, de afecto, de caridad; el único momento que conozco en el largo calendario del año, en que hombres y mujeres parecen haberse puesto de acuerdo para abrir libremente sus cerrados corazones y para considerar a la gente de abajo como compañeros de viaje hacia la tumba y no como seres de otra especie embarcados con otro destino”.
Exhorto al poderoso
Mediante el viaje al pasado, presente y futuro que los espíritus regalan a Scrooge, Dickens les dice a los poderosos de su tiempo: “tú también fuiste pobre, o pequeño, o vulnerable. Al hacerte poderoso te olvidaste de tu humanidad y si no cambias, tu destino es la muerte, el desprecio y el olvido. Y lo que tú hiciste, lo harán contigo”. La forma de salvarse a uno mismo, está en ayudar a otros, abrir el corazón y mantenerse así todo el año.
Y, quizá llevo demasiado lejos mi interpretación, pero a mi modo de ver, es significativo que en el relato de Dickens no participe nadie de la aristocracia de la época. Scrooge es un antiguo niño pobre convertido en rico mediante el trabajo duro, pero finalmente, es un miembro del pueblo.
Es como si Dickens no se molestara en querer dialogar con la aristocracia por no ver en ella posibilidad de redención alguna. Scrooge está endurecido, sí, pero finalmente, conoció la pobreza y puede comprenderla y además, también sufre, en su propio nivel, de abusos. La aristocracia está en otra esfera, no paga impuestos, puede llegar al Parlamento y monopoliza ciertas áreas de negocios. Con ella no se puede contar para transformar el sistema.
Canción de Navidad
El libro está estructurado en cinco “estrofas”, pues se supone que es una pieza musical para ser cantada. Dickens lo llamó carol, una forma musical anglosajona que tiene su equivalente aproximado en nuestros villancicos.
La temática de los carols usualmente es la temporada invernal o la llegada de la Navidad, pero también se tiene noticia de carols dedicados a las fiestas de las cosechas. Como tantas tradiciones, el origen del carol es pagano. La noción se adaptó, con el tiempo, a composiciones para la liturgia católica y de ahí a componer carols navideños hubo solo un paso.
En tiempos de Dickens, se conceptuaba generalmente al carol como una composición religiosa específicamente navideña. Además, se cantaban también himnos, —no navideños —y canciones de Navidad, de contenido festivo
Por ello, al titular Dickens su obra como A Christmas Carol, le dio un matiz religioso, por más que en el relato la cuestión religiosa está tratada muy discretamente. Al español se ha traducido como Canción de Navidad, debido a que no existe una traducción exacta del término carol.
Dickens y la Navidad inglesa
Es muy posible que, como dicen algunos autores, el éxito enorme que Dickens consiguió con este relato se haya debido en parte al clima de nostalgia que vivía entonces Inglaterra por las “viejas” tradiciones navideñas, perdidas o relegadas por la “vida moderna”.
Se cuenta que el marido de la entonces joven Reina Victoria, el alemán Alberto, había importado de su país la costumbre del Árbol de Navidad, dando un nuevo impulso a la forma de celebrar esta fiesta.
Con el personaje del viejo avaro que ablanda su corazón, Dickens le da a este imaginario navideño en reciente reconstrucción un nuevo elemento original –humano y casi laico—, fácilmente asimilable por religiosos y no religiosos. Un verdadero acierto.
Con mayor o menor fortuna, las diferentes adaptaciones han divulgado la archisabida trama del relato y logrado el efecto moralizador que se propuso Dickens.
A mi juicio, la mejor interpretación actoral la ha hecho George C. Scott (1984), la versión más divertida, como ya dije, es la de Los Muppets y la mejor producción es Los fantasmas de Scrooge (2009), de Disney, con Jim Carrey, que también mencioné arriba.
Por supuesto, vale la pena acercarse al relato original y paladear la maestría literaria de Charles Dickens. En estos tiempos aciagos, su mensaje está más vigente que nunca.