Pareciera una estampa de Arreola, Rulfo o Wolfe: una ministra que equipara al presidente con el Estado, como si fuera Luis XIV; un bufón que alaba a esa funcionaria comparándola con Robespierre, el asesino del Terror francés; un académico berrinchudo que se dice demócrata, pero cita a Marx… y otro empleado público justificando a todos ellos, con cabriolas discursivas que ruborizarían a Viacheslav Mólotov. La imagen es tan irónica como patética.
Con una hoguera de barbaridades de tal calado, no sorprende que el presidente diga que va a escribir un libro sobre economía moral o que un extranjero con actividad irregular en México pretenda dar lecciones de civismo a los opositores del primer mandatario… mientras no paga sus impuestos.
Las situaciones descritas no son meros casos de cinismo, en realidad revelan una estupidez sostenida y una incompetencia consistente, de la que lamentablemente no se percatan sus autores. No se trata de meras pifias resultantes de descuidos, sino de una incapacidad continua para identificar su propia ineptitud.

Esa irracionalidad tiene un nombre, se llama efecto Dunning-Kruger (D-K) y, como sesgo cognitivo que es, lleva a juicios distorsionados de la realidad. El incompetente afectado por el D-K no se da cuenta de su torpeza o ignorancia, incluso se percibe como más apto que los expertos, porque no tiene la habilidad de interpretar adecuadamente sus capacidades.
El discurso de la 4T está plagado del efecto Dunning-Kruger: se puede identificar en el desprecio a la tecnocracia, el demérito de la opinión de los especialistas, la minusvaloración de riesgos y amenazas para el país, la invocación a tontas y a locas de autores o ideas que no se conocen apropiadamente, la exaltación apresurada de burócratas o acciones equiparándolas con figuras o conductas antidemocráticas, la defensa de la Razón de Estado o las muestras de ignorancia rampante. Los mensajes formales e informales del régimen tienen esta nota invariable.
Y no se trata de un problema de lacayos aduladores, que aplauden todo por mantenerse en nómina. Hay algo más: la acción propia de estos personajes destila torpeza. Cuando invocan el absolutismo francés o al Terror galo, sólo puede pensarse que sucede una de dos cosas: o cada quien anda por la libre y las tonterías que profieren son de su propia inspiración; o la supervisión y dirección tiene una terrible deficiencia, sumada a un pobre criterio de sus destinatarios. En pocas palabras, o son tontos con iniciativa o son torpes dirigidos por otros lerdos.
En cualquiera de los dos casos, el escenario es terrible.
Karl W. Deutsch recuerda que, según Lenin, los gobiernos socialistas deben despedir a los antiguos funcionarios, sustituirlos por nuevos provenientes de la clase trabajadora, mismos que deben purgarse a menudo para evitar que se vuelvan una nueva clase media y que debe reorganizarse toda la maquinaria de gobierno, para que llegue a ser tan sencilla que “cualquier cocinero podrá gobernar el Estado”.
Este Ejecutivo ya expulsó a los empleados de administraciones previas, ya los suplantó con ineptos y es un régimen que cree que los funcionarios deben vivir casi en la miseria, aunque el discurso oficial la llame “austeridad”. No obstante que ya ejecutó estas medidas del plan soviético, la 4T no tiene un rediseño que haga del gobernar algo tan fácil como Lenin ilusamente suponía.
Aunque digan que gobernar no tiene ciencia, todavía no es posible que un labriego o un cocinero administre el país, pero, eso sí, el presidente está rodeado de ayudantes de cocina…
Autor
Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo CEU de Madrid y catedrático universitario. Consultor en políticas públicas, contratos, Derecho Constitucional, Derecho de la Información y Derecho Administrativo.
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