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En un mes, Mariela Sánchez Baca ha pasado de vender productos financieros a empacar desayunos a domicilio. El 19 de marzo, dos días antes de su cumpleaños, esta licenciada en Comunicación de 30 años llegó a la oficina de grandes ventanales en el barrio de Santa Fe, en Ciudad de México. Arreglada y en tacones, como siempre. Le pidieron que subiera a Recursos Humanos. El coronavirus ya llenaba noticieros e intuía lo que le iban a decir: cerraban y ella se iba a la calle. Sin firmar documento alguno, le pusieron un sobre en la mesa: el finiquito de una quincena, algo menos de 10.000 pesos, unos 400 dólares. “¿Y ahora qué hago?”, se preguntó.

El coronavirus ha expulsado a miles de personas de sus puestos de trabajo en México, donde las redes de protección son débiles y de alcance limitado. Entre el 13 de marzo y el 6 de abril se perdieron 346.800 empleos formales, más que los creados en todo 2019. Varias instituciones, entre ellas el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY) y el banco BBVA, proyectan que entre un millón y un millón y medio de personas se quede sin trabajo este año y que la tasa de desempleo suba hasta el 6%. Más pesimista, el subgobernador del Banco de México, el economista Jonathan Heath, prevé un incremento superior al de los peores meses de las dos crisis anteriores. “Estamos con el peligro de que pudiera superar el pico de 7,9% del 2009 o incluso sobrepasar el pico de 10,7% que tuvimos en la crisis de 1995”, dijo esta semana.

Parece poco, pero es un incremento sustancial para la economía mexicana, con tasas de desempleo históricamente bajas. En mayo de 2009, en lo más duro de la Gran Recesión, el PIB mexicano cayó un 9% respecto al mismo periodo del año anterior, pero el paro solo creció dos puntos porcentuales, según un análisis del BBVA. En contraste, la economía de EE UU se contrajo un 2,5% y el desempleo rozó el 10%. Esto se explica, en parte, por el trasvase de trabajadores al sector informal. Emplea a más de la mitad de los trabajadores mexicanos y es el colchón de siempre en tiempos de crisis.

Allí cayó Sánchez Baca. Cuando la despidieron, apenas llevaba un mes en la empresa y todavía no había formalizado el contrato. No pudo optar a los tres meses de indemnización por despido injustificado que marca la ley. “No tenía nada. Estaba desesperada porque necesitaba pagar la renta”, explica. Invirtió el finiquito que recibió en una licuadora y nuevas sartenes donde tostar sandwiches de jamón y queso. Son el plato estrella de Melocotón Catering, un servicio de desayunos a domicilio. Su cocina de ocho metros cuadrados y paredes de baldosas con motivos florales es ahora la oficina. Los fogones de gas tienen un par de décadas y el frigorífico, de tamaño mediano, está a rebosar de la compra semanal. Cuando Sánchez Baca lo abre, huele a verdura y fruta fresca, su baza para pagar las facturas a partir de ahora.

Más información: https://bit.ly/2L5pOsz

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