AMHERST, Massachusetts — Es común pensar en América Latina como la tierra de la desesperanza para la democracia. Desde su independencia, la región ha sido devastada por el autoritarismo y el populismo. El nuevo presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro —un militar retirado y machista que prometió tolerancia cero para todo lo que le desagrada—, evoca un sentimiento de “Ahí vamos de nuevo”. Una vez más, parece que está en ascenso el iliberalismo, en detrimento de la democracia.
No obstante, una narrativa alternativa en realidad describe a Latinoamérica como la tierra de la resiliencia democrática. Bajo un ataque constante, la democracia no siempre prevalece, pero no siempre muere.
En sus esfuerzos por permanecer con vida en un entorno inhóspito, los demócratas de América Latina han generado tácticas e innovaciones para su supervivencia. A menudo, estas creaciones han permitido que triunfe la democracia.
La resiliencia de la democracia en América Latina es asombrosa. En la ola democrática actual en el mundo, que comenzó a finales de la década de los setenta, América Latina destaca como la región donde más se ha difundido y más ha sobrevivido la democracia. Esta se propagó a todos los países excepto Cuba y ha resistido en todos los países, salvo en Venezuela y Nicaragua y posiblemente en Honduras y Bolivia.
Sin duda, durante esta era, la región ha sufrido el asedio de presidentes populistas que han puesto en riesgo la democracia liberal: los populistas orientados al mercado fueron la tendencia en la década de los noventa (Argentina, México, Perú) y los populistas socialistas lo fueron en la década de los 2000 (Venezuela, Ecuador, Bolivia). Sin embargo, incluso durante estas olas populistas, muchas naciones latinoamericanas eligieron presidentes que respetaban las leyes, ya fueran de derecha o de izquierda, o derrotaron en las urnas a presidentes iliberales.
Si la democracia ha sobrevivido el ataque de dictadores y populistas, no ha sido por un declive en la oferta y la demanda de este tipo de líderes. Los candidatos que ofrecen alguna versión de autoritarismo populista siempre han gozado de popularidad. Actualmente es Bolsonaro, hace veinte años fue el líder venezolano Hugo Chávez y en el futuro llegarán más.
Más bien, la democracia ha sobrevivido porque las sociedades latinoamericanas han aprendido a apuntalar la línea de defensa en contra de los enemigos internos de la democracia. Lo han logrado por medio de la innovación institucional.
Primero, los latinoamericanos se han enfocado en las instituciones que regulan los mecanismos de entrada y de salida. En el nivel de la entrada, la innovación más importante ha sido la regla de la segunda vuelta.
Un 75 por ciento de los países en América Latina ya ha adoptado las reglas de la segunda vuelta. La investigación de Cynthia McClintock muestra los efectos moderadores de estas reglas. Salvo algunas excepciones, y la elección reciente en Brasil fue una de ellas, son pocas las veces en que resultan triunfadores presidentes iliberales en las segundas vueltas. La belleza de estas es que obligan a los candidatos a negociar con otros grupos, a menudo moderados, como acaba de suceder este año en Colombia. De este modo, las coaliciones electorales se vuelven menos extremas.
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