El título de este artículo no es mío sino de la psicóloga Molly Crockett, quien usó esas palabras en una conferencia pronunciada el mes de mayo pasado en la Oxford Martin School. Crockett explicó que la indignación moral tuvo un origen social en parte beneficioso porque, en pequeñas comunidades, servía para prevenir daños futuros y promover la solidaridad grupal; sin embargo, en las comunidades masivas creadas por Internet y las redes sociales, la indignación moral se convierte sobre todo en un instrumento de venganzas personales, de linchamientos realizados en secreto y desde la comodidad de un sillón, de búsqueda de prestigio social y audiencia a cualquier coste, incluido el de destruir vidas ajenas.
Con un añadido determinante: la psicología experimental ha demostrado que quien se indigna y castiga a otro por la violación supuesta o verdadera de una norma no lo hace por motivos morales, para evitar que la violación se repita, sino porque haciéndolo obtiene una gratificación personal —así compensa sus propias deficiencias, satisface el apetito de destrucción del otro y se presenta como un individuo virtuoso—, aunque la historia que se cuenta a sí mismo el indignado es desde luego la opuesta. Este fariseísmo tóxico es el porno de la indignación moral.
Que Crockett lleva razón lo comprobamos a diario. ¿Cuál es el fenómeno que más indignación moral causa en España? La corrupción, por supuesto, y en particular la corrupción de los políticos. Lo extraordinario es que esto no ocurre en un país fundamentalmente honesto, sino en un país fundamentalmente corrupto, un país de pícaros en el que quien paga sus impuestos pudiendo no pagarlos es un tonto del culo; cosa que invita a sospechar que quienes más se enfurecen con los políticos corruptos, exhibiendo su virtuosa indignación moral, no lo hacen porque esos políticos hayan robado a manos llenas, sino porque no han podido hacerlo ellos.
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