Andrés Manuel López Obrador se encontró un país roto con 25.000 muertos anuales y casi 50.000 desaparecidos. La promesa de “pacificar el país” y cambiar “balazos por abrazos”, le ayudó a ganar unas elecciones, pero la realidad rima peor y la violencia alcanza cifras históricas. Con 100 muertos diarios (22 cada 100.000 habitantes) México vive los meses más violentos desde la Revolución, según datos oficiales, una sangría que el presidente atribuye a la descomposición social heredada de Gobiernos anteriores.
Su primer año de gestión, sin embargo, ha sido un rosario de desaciertos sobre un asunto que mantiene bajo el terror a amplias zonas del país. Su primer naufragio llegó solo un mes después de lograr la victoria electoral, en agosto de 2018, cuando quiso hacer un gesto de reconciliación y organizó unos foros de paz por todo el país que terminó suspendiendo ante las protestas de las víctimas de la violencia. Estos increparon al mandatario y a su secretario de Defensa allí donde iban porque no querían ni oír hablar de “perdón” para los asesinos de sus hijos.
Su toma de posesión el 1 de diciembre tampoco fue el bálsamo que prometía ser con su sola llegada al poder.
En los cuatro puntos cardinales del país se encienden hogueras sin que las cifras de muertos remitan. En el noroeste, en Michoacán, se vive una guerra abierta entre los grupos de autodefensa y el Cartel Jalisco Nueva Generación; en el centro y noreste del país, en Guanajuato y Tamaulipas se suceden las decapitaciones y las matanzas y la capital, Ciudad de México, también se suma al incremento violento. Solo esta semana, en el suroeste, en Guerrero, 15 personas fueron asesinadas y 13 policías fueron masacrados en una emboscada en Michoacán. A la semana negra que concluye se suman los ocho muertos de la batalla de Culiacán en el operativo para detener a Ovidio Guzmán, hijo de Joaquín El Chapo Guzmán.
A casi todos los “eventos”, como gusta a la nomenclatura oficial llamar a las masacres, López Obrador ha respondido tibiamente o, directamente, frivolizando, como cuando advirtió al narco que o dejaba de matar o “avisaría a sus madres”. Su equipo de seguridad anuncia una reunión tras otra cada vez más temprano, la última, el viernes, a las seis horas de la mañana. Durante su informe de Gobierno, hace mes y medio, el presidente admitió que la violencia es el gran “desafío” que enfrenta su Gobierno, pero de los 95 minutos que empleó en hablarle al país solo dedicó 40 segundos al tema.
Los expertos atribuyen la errática estrategia en seguridad a una mezcla de ingenuidad, cambios en el gabinete y desconocimiento. Para corregir el rumbo, el Gobierno cuenta con la Guardia Nacional y una ley de reciente aprobación que le permite disponer de los soldados para patrullar las calles. De manera exprés, el Ejecutivo se ha dado a la tarea de formar en cursos de pocos meses a 80.000 guardias que tendrán que saber de derechos humanos y luchar contra el crimen organizado.
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