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Rita Hayworth se contonea sobre un escenario ante la mirada atenta de los espectadores. La orquesta suena y la actriz se acaricia el pelo. A continuación, empieza a quitarse, con mucha parsimonia, uno de sus elegantes guantes que le cubre hasta el codo. La escena solo dura unos segundos y Hayworth no destapa nada más que su antebrazo, pero fue suficiente para que esta escena de Gilda se convirtiera en uno de los estriptis más recordados de Hollywood.

La escena pudo verse íntegramente en España. Pero como se estrenó en 1946, con la censura franquista particularmente viva, corrió el rumor de que, después de ese primer guante, el baile continuaba y la protagonista se despojaba de más ropa. Imaginar a Gilda desnuda fue, posiblemente, uno de los factores que convirtió aquella escena en todo un símbolo del erotismo en el imaginario español.

Pero es muy probable que hoy esa escena pasara totalmente desapercibida. Las imágenes de cuerpos desnudos y de contenidos sexuales explícitos son más accesibles que nunca. ¿Ha acabado lo pornográfico devorando a lo erótico?

¿Qué es erótico y qué es pornográfico?

Para saber hasta si lo erótico puede sobrevivir a lo pornográfico, el primer paso sería formular una definición de qué entendemos por cada cosa. Sin embargo, hacerlo parece una misión imposible: “La pornografía es como un elefante. Resulta difícil de definir exactamente, pero se la reconoce en cuanto se la ve”, afirma un célebre aforismo que recogía Jorge F. Malem Seña, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universitat Pompeu Fabra, en “Acerca de la pornografía”.

El escritor inglés D. H. Lawrence (1885-1930), autor entre otras obras de El amante de Lady Chatterley (1928), texto prohibido en su época por obsceno, ofrece en el ensayo Pornografía y obscenidad una definición igualmente amplia: “Lo que este término significa depende totalmente de la peculiaridad de cada individuo”.

Además del individuo que observa, también se ha hablado de la intención del emisor (si la imagen busca deliberadamente la excitación sexual del destinatario) o de la presencia de órganos genitales como criterios para distinguir lo uno de lo otro.

Que la frontera entre ambos términos haya sido tan móvil a lo largo de la historia tampoco nos ayuda a la hora de alcanzar una definición consensuada. Román Gubern, que en 1989 publicó La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, uno de los primeros ensayos sobre el tema en España, recuerda a Verne que “en la cultura icónica prefotográfica (pintura y escultura) no era infrecuente la reproducción de los genitales sin producir escándalo. Pero la aparición de la fotografía (en 1839) y del cine (en 1895) marcan un hito en las representaciones sexuales porque son medios autentificadores”.

La maja desnuda, de Goya

El propio Gubern pone un ejemplo que refleja nítidamente el vaivén histórico de esta distinción: “La imaginería erótica de alguna publicidad del siglo XXI sería considerada porno por los abuelos del siglo XIX. Y en 1975 un policía municipal ordenó la retirada de una reproducción de La maja desnuda de Goya del escaparate de una librería en Cáceres”.

De hecho, siguiendo este repaso histórico de Gubern, nos damos cuenta de otro nuevo ingrediente básico a la hora de establecer qué es erótico y pornográfico: el poder. En este caso, el historiador pone como ejemplo la aprobación en Reino Unido, en 1959, de la Obscene Publications Act, que despenalizaba y protegía aquellas representaciones sexuales que poseyeran “valores redentores” literarios, artísticos o científicos. “¿Quién decide si la obra posee valores redentores?”, se pregunta el historiador. “Desde luego, los expertos”, se responde a sí mismo.

¿En qué momento estamos ahora?

Si cada época histórica tiene su propia definición de lo que es erótico y pornográfico, la definición actual no puede obviar las capacidades comunicativas de Internet y de las redes sociales.

“Las redes sociales conviven mal con lo erótico, siempre que esto conlleve desnudez. Las redes sociales estigmatizan los genitales y los pezones femeninos como algo prohibido. Igual que los medios de comunicación lo han hecho a lo largo de la historia”, comenta a Verne Pavelvkas, autor de ilustraciones de temática erótica. “En mi caso es cada vez más difícil y complicado ser libre a la hora de crear algo si piensas ponerlo en redes como Facebook o Instagram”.

Desde hace unos años estas redes están matizando sus prohibiciones añadiendo como criterio el propósito de la imagen. El poder de establecer los “valores redentores”, pues, se ha desplazado hacia las empresas. Así, Facebook admite imágenes de pechos femeninos en su función de lactancia materna o la reproducción de pinturas y esculturas basadas en el desnudo. Pero la potestad de suprimir todo aquel contenido que considere explícito en materia sexual sigue en manos de la propia red.

Un ejemplo de este criterio arbitrario lo protagonizó Instagram al borrar una foto de la cuenta de la actriz Silvia Abascal en la que mostraba un momento de Amazonas, la obra que representaba en el Festival de Teatro Clásico de Mérida. El contenido ofensivo, según la red, era el pecho al descubierto de las actrices que acompañaban a Abascal.

Esta concepción de lo pornográfico que promueven las redes sociales, que no deja de estar muy vinculada a la genitalidad, convive con otro desplazamiento ocurrido en los últimos años. El poder se ha ido ampliando, como en tantos otros ámbitos de la sociedad, hacia lo femenino. A esto se refiere también Pavelvkas con las siguientes palabras: “Hoy en día el feminismo está haciendo más visible un empoderamiento de la mujer en el ámbito sexual. Esto es algo maravilloso y atrae una demanda enorme de lo erótico, desde ese punto de vista femenino”.

Ese punto de vista femenino tomó como una de sus etiquetas el llamado “porno feminista” que se traduce en una mirada menos convencional, que no cosifica los cuerpos femeninos, que se basa en el respeto, el consenso y el deseo mutuo. Aunque no deja de ser una expresión algo polémica, lo cierto es que la mirada femenina está cada vez más presente en la pornografía y en el erotismo a través de directoras, ilustradoras y artistas. También en la industria, con empresarias que quieren transformar el sector del bienestar sexual. El deseo femenino reivindica su lugar.

Más información en: Verne El País

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