febrero 22, 2025

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En los años noventa, Brad Pitt era un hombre en la cúspide de su éxito. Querido, alabado, premiado y aplaudido, parecía resucitar la imagen del galán de Hollywood clásico. Un hombre alto, rubio, de ojos claros y proporciones casi perfectas. Solo que su vida no lo era tanto. Como el propio actor ha contado en una entrevista con The New York Times, esos años de fama fueron complicados para él.

El alcohol formó parte de la vida del actor durante mucho tiempo. Él mismo confesaba recientemente, en una charla con el también intérprete Anthony Hopkins en la revista estadounidense Interview, que veía la bebida “como una vía de escape”. De hecho, fue uno de los problemas que le llevaron a su separación de la actriz Angelina Jolie, en 2016.

Pero no sólo del alcohol se alimentan sus adicciones. Cómo el mismo cuenta, la marihuana también fue uno de sus clásicos. “Ha habido momentos en los que he visto fotos de mí mismo de hace años y he dicho: ‘Ese chaval tiene buena pinta’. Pero en realidad no me sentía tan bien por dentro. Me pasé la mayor parte de los noventa escondiéndome y fumando hierba”.

Según explica, su afición por esa droga llegó porque no se sentía del todo a gusto con la fama y eso le suponía una vía de escape. “Me sentía incómodo con toda esa atención. Llegué a un punto en el que estaba encarcelándome a mí mismo. Ahora salgo a la calle y vivo mi vida y, en general, la gente es bastante maja”, explica en el diario estadounidense.

Además, Pitt desgrana algunos de los aciertos y errores de su carrera. Por ejemplo, cuenta su experiencia en la película Doce monos (1995): “Bordé la primera parte. La segunda la hice completamente mal”, reflexiona. O de cómo, después de rodar Thelma & Louise (1991), solo le ofrecían papeles de autoestopista o de protagonista romántico. “En los noventa había solo un tipo de personaje concreto para mí. Me sentía limitado”.

Para él Troya, la película de Warner Bros de 2004 dirigida por Wolfgang Petersen, fue un punto de inflexión en su carrera. Confiesa que se sintió “decepcionado”. “Tuve que hacer Troya —supongo que ahora ya puede se contar— porque rechacé hacer otra película y tenía que hacer algo para el estudio. Fue doloroso, pero me di cuenta de que la forma en la que las cosas se contaban en esa película no era como debería ser. Yo también cometí mis propios errores en ella. No podía salir del centro del plano. Eso me estaba volviendo loco. Me había convertido en un niño mimado por David Fincher [director de El club de la lucha]. Allí no había ni rastro de Wolfgang Petersen […]. Así que tomé la decisión de invertir mi tiempo solo en historias de calidad. Fue algo que se notó en mi carrera la siguiente década”.

Más información: http://bit.ly/2RRxzqN

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