Mariela, una indígena wayuu de 14 años, grita a todo pulmón a las 11:00 de la mañana, frente a uno de los 20 camiones de transporte de carga parqueados en la redoma del Mercado Los Plataneros de Maracaibo, al occidente de Venezuela: "¡Oferta, oferta! ¡Llévatelos a 100 bolívares!".
Su boca luce un labial rojo. Viste un short de jean ajustado y una franela del Real Madrid de imitación con la dorsal del mediocampista alemán Tony Kroos. El voceo no eclipsa su coquetería.
Le pagan 4.000 bolívares diarios por acomodar y vender los frutos amontonados en las plataformas de los vehículos, cuenta con timidez y desconfianza ante la prensa. Gana menos de un dólar por jornada en un país regido por un férreo control cambiario y cuyas divisas "negras" se ubican en 4.538,46 bolívares a inicios de diciembre.
Ella afirma, con su madre atenta a la conversación a dos metros de distancia, que cursa estudios de bachillerato. Cuerpos de seguridad, comerciantes y vendedores ambulantes, sin embargo, dan por sentado que ella y al menos 20 adolescentes más ejercen otro oficio eventual en el casco central de la ciudad: la prostitución.