Liga de la Justicia, el más reciente espectáculo de superhéroes de DC Comics dirigido por Zack Snyder, tiene más soltura, es más rápida y, definitivamente, es más entretenida que el último espectáculo de su tipo. El reto no era tan grande pues ver la última película, Batman vs. Superman: El origen de la justicia, era una labor interminable. La dinámica de superhéroe y villano es casi la misma (los héroes harán cosas de héroes, pues), pero al menos hay caras nuevas y la Mujer Maravilla no está tan relegada como en ese filme. La trama es una mezcolanza confusa de ruidos, embrollos visuales y muchos insectos digitales asesinos aunque, de vez en cuando, se entrevé algo de vida.
La última vez que apareció en una película con su nombre en el título, Superman (Henry Cavill) aparentemente murió, un giro dramático que ni el espectador más ingenuo se iba a creer. Entonces —claro— está de regreso, después de algún tiempo porque primero tiene que unirse la banda. Tras avistar algo siniestro, Batman o Bruce Wayne —interpretado con un gruñido sepulcral y una barba incipiente por Ben Affleck— toma la batuta. Es el gerente insistente y el anfitrión de ceño fruncido; el que tiene el escondite impresionante, los vehículos geniales con pantallas por doquier (una dice “Daños críticos” en un momento de gran sinceridad) y el mayordomo encantador (Jeremy Irons como Alfred); también es aburridísimo.
Un Affleck muy musculoso de nuevo rellena el traje de cabo a rabo, pero el disfraz le queda muy grande con respecto a la personalidad de Batman (o de Bruce). Batman-Bruce claramente tiene una atracción no correspondida hacia la Mujer Maravilla, Diana Prince (Gal Gadot, encantadora), lo que lo hace tartamudear cual puberto. (Ella tiene muchas otras cosas en qué concentrarse). Él tiene dinero y algo de sentido de humor, incluidos chistes sobre su riqueza que desatan una de las pocas risas decentes de la película. Affleck, un actor que por lo general es interesante cuando tiene qué hacer y alguien lo impulsa (como en Perdida), necesita algo de más sustancia —o, por lo menos, más chistes— si es que su Batman alguna vez va a cuajar.
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