En 1995 Selena Quintanilla era la mayor estrella del pop latina en Estados Unidos. No solo por ser la que más discos vendía, sino por representar el ascenso cultural de la comunidad hispana, su integración en la sociedad y su relevancia comercial. Selena era el símbolo de un futuro próspero para los latinos y por eso su muerte el 31 de marzo, asesinada por la presidenta de su club de fans, conmocionó a esa comunidad en un trauma colectivo que llegó a ser descrito como el equivalente hispano del asesinato de John F. Kennedy. Aquella tragedia, un crimen casi pasional con textura de telenovela y consecuencias de magnicidio, puso además de manifiesto las tensiones de la convivencia entre blancos y latinos en Estados Unidos. Y convirtió a Selena en un mito a pesar de que, precisamente, ella había triunfado gracias a ser una muchacha normal y corriente.
La familia Quintanilla sufrió la crisis del petróleo que asoló Texas en los setenta (una superabundancia que devaluó el valor del combustible) y, tras cerrar su restaurante mexicano un año después de su inauguración, se echaron a la carretera a actuar en bodas, bautizos y quinceañeras a cambio de comida. Entre finales de los ochenta y principios de los noventa Selena se erigió como una estrella del Tejano, una música regional mexicana, a pesar ser un género tradicionalmente masculino y de no hablar castellano. (Selena se aprendía las canciones fonéticamente. En aquella época los mexicanos consideraban a los artistas de Tejano los ídolos de los palurdos “pochos”, término despectivo con el que se referían a los hispanos que no sabían hablar castellano).
En 1992 el guitarrista de Selena, Chris Pérez, se le declaró en un Pizza Hut y se casaron en secreto sin la aprobación del padre de la cantante. Abraham Quintanilla temía que el machismo de Pérez alejase a su hija de una carrera musical en la que cada disco vendía más que el anterior. Selena personificaba una nueva generación de latinas que respetaban y reivindicaban su tradición pero modernizando su imagen. Su estilo vaquero, a menudo con el abdomen al aire, la presentaba como una chica hispana sexy, decente e integrada en la estética estadounidense. Pero su aspecto étnico se desmarcaba del imposible canon de belleza que los mexicanos pretendían proyectar (a través de sus telenovelas) en la cultura norteamericana con actores rubios, de ojos claros y tez pálida. Selena se postulaba, por tanto, como una estrella del pop aceptable para los públicos de todas las razas.
Yolanda Saldívar llamó quince veces a Abraham Quintanilla para que la autorizase a fundar el club de fans oficial de Selena. Saldívar ejerció esta labor con semejante solvencia y dedicación que, para cuando Selena la nombró manager de su línea de ropa Selena, Etc, la consideraba una de sus mejores amigas. La franquicia abrió con dos tiendas y salones de belleza para mujeres latinas, un demográfico marginado por la industria de la moda y de la cosmética que llevó a Selena, Etc a reportar en torno a 4.5 millones de euros en beneficios. En 1994 Selena era la tercera artista latina que más dinero facturaba en Estados Unidos. Amor prohibido, su cuarto álbum, popularizó la música tejana entre los jóvenes latinos de EE.UU. (que pasó de ser folclore marginal a copar un 52% del mercado musical latino), consiguió 36 discos de platino y llevó a Selena a llenar estadios de 80.000 personas. Así que su discográfica le propuso saltar al mercado anglosajón con un disco en inglés. Su club de fans tenía entonces más de 8.000 miembros.
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