El ajolote, una especie de renacuajo gigante que habita el valle de México, es un anfibio que ha fascinado a los biológos por su capacidad de regeneración: lo mismo regenera una parte de su cola o una pata cortada, que una porción dañada del cerebro o del corazón. Es un animal, describió el antropólogo mexicano Roger Bartra, “pasmado y concentrado en la regeneración se sí mismo” que es “incapaz de escapar de su estado larvario”. Hace más de tres décadas, en La jaula de la melancolía, el intelectual, hizo del ajolote una metáfora crítica de la identidad mexicana, un ser atrapado en la esa nostalgia por regresar a una patria mítica perdida. En su nuevo libro, Regreso a la jaula (Debate, 2021), el autor retoma esa metáfora para describir el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. “Hay un intento de regresar al viejo nacionalismo revolucionario, autoritario y extremadamente corrupto″, dice Bartra (Ciudad de México, 78 años) a EL PAÍS por videoconferencia.
Para el antropólogo, el presidente de México pretende volver a una “situación preneoliberal” que ubica en las décadas de los sesenta y setenta en México, bajo el Gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI). “Esta proclamada Cuarta Transformación, que es comparada a la Independecia, la Reforma, o la Revolución, no tiene nada que ver con eso. A pesar del enorme ruido que está haciendo López Obrador, no hay tal gran transformación”, comenta Bartra. El doctor en Sociología por la Sorbona de París e investigador emérito de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), uno de los intelectuales más críticos del actual sexenio y antiguo militante del Partido Comunista de México, escribe: “Habrá que esperar para comprobar si efectivamente se está regenerando el canon del axolote o bien estamos viviendo un tropiezo, terrible pero pasajero”.
¿Cuál es el estilo personal de gobernar de López Obrador?
El populismo no es una ideología política, tampoco es una estrategia política determinada. Es un fenómeno de cultura política. Implica un liderazgo personalista fuerte, carismático, autoritario, un personaje que asume que representa los intereses del pueblo. En eso, el caso de López Obrador es completamente clásico, parece sacado de un manual de teoría política. Es un populista reaccionario. Lo podemos comparar a las corrientes populistas reaccionarias de Europa y del entorno europeo, como Turquía, y desde luego, al gran populista que desgraciadamente tuvimos aquí al lado, que fue [Donald] Trump.
Una de las cosas más ignominiosas que han ocurrido en la política mexicana es que López Obrador fuera a ayudar a Trump a Washington en su campaña por la reelección. Si a eso le agregamos que intentó construir una constitución moral que acabó en una guía ética, podemos entender bien este cuadro: que estamos frente a un populismo de derecha. Otra faceta de este carácter reaccionario es la política económica. Es un intento de regresar a la economía de los años sesenta y setenta de México, una economía fuertemente estatizada, sin embargo, mixta, pero con un ingrediente claramente derechista, que es la política de austeridad y la negación a una reforma fiscal avanzada y progresista. Y si agregamos que está militarizando al país, esa es una razón más para alarmarse.
¿Cree que López Obrador se reconocería en esta descripción?
No, desde luego. Él constantemente se califica a sí mismo como de izquierda. Y si vemos el programa de su partido, Morena, la palabra izquierda aparece una sola vez y de pasada. Él se autocalifica como liberal y todos los demás que no están de acuerdo con él son conservadores.
¿Rescata algo de su gestión?
Claro. Yo no intento hacer una lista de aciertos y errores. Seguramente, mi lista sería más errores que aciertos. Pero, por ejemplo, elevar el salario mínimo me parece un acierto; expandir lo que se paga a las personas de la tercera edad me parece que está bien. En fin…pero mi libro intenta entender qué clase de Gobierno es este, cuál es su verdadera orientación. Y ahí entro en esa discusión sobre si se trata de un Gobierno de izquierda o derecha. Tradicionalmente, buena parte de la prensa internacional, aunque ahora menos, consideraban que el Gobierno de López Obrador era de izquierda. Este es un gobierno de derechas.
En su nuevo libro, escribe que entender por qué ganó López Obrador es un misterio ¿Por qué?
No parecía demasiado prometedor, pero sorpresivamente no sólo ganó sino que arrasó. Sus partidarios han atribuido eso a su carácter carismático, la tremenda fuerza de sus propuestas, etc. Yo creo que ese tsunami electoral, como se ha llamado, se debe en buena medida a que el Gobierno priista de Pela Nieto auspició ese triunfo. Hay tres elementos claros al respecto: primero, el PRI lanzó un candidato, José Antonio Meade, que desde el gobierno se podía ver que era un perdedor nato; en segundo lugar, descalificó con una denuncia penal al contendiente más fuerte de López Obrador, Ricardo Anaya, del PAN, que después ha resultado que no tenía ninguna base; y en tercer lugar, diferentes instancias del PRI canalizaron votación hacia López Obrador a través de diferentes sindicatos y gobernadores.
En el libro dice que la regeneración es imposible, pero que abre la posibilidad a desenlaces peligrosos. ¿A qué se refiere?
El peligro no consiste en que pueda materializarse una restauración. Históricamente, desde la restauración clásica, el modelo francés, eso no ha ocurrido. Las sociedades no regresan a su antigua situación. Lo que sí hay son fuertes movimientos de orientación restauradora, que se plantean restaurar el viejo régimen, y eso es algo que es claro en toda la retórica de López Obrador. Es evidente que él quiere regresar a esa situación preneoliberal, una edad de oro, de crecimiento, de bondad.
En realidad, era un infierno de represión y autoritarismo, de miseria, de enfermedad, de violencia. Uno iba a dar a la cárcel por cualquier motivo. La restauración no es posible y se puede llegar a una situación peligrosa en la que se avecine una crisis que implique un desorden político considerable. Yo temo que las tensiones lleven al presidente y su grupo a tomar decisiones que todavía sean más desastrosas, no porque nos lleven a un régimen al estilo de [el expresidente de Venezuela, Hugo] Chávez, porque no va por ahí la cosa, pero sí a un desorden generalizado.
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