El nacimiento del Instituto Nacional Electoral (INE), antes Instituto Federal Electoral (IFE), fue una obra de la ciudadanía mexicana que un día dijo: “basta del control electoral del partido de Estado”. No fue una cosa sencilla enfrentar inercias, cacicazgos y prácticas electorales viciadas.
El INE no es una institución autónoma más, es la institución encargada de regular el voto y asegurar que este sea respetado, sin intervención de los distintos poderes. Por ello, repercute en nuestra vida democrática; esta, la que vivimos a fuerza de tesón y esperanza. La misma batalla que damos para conseguir la ciudadanía plena para las mujeres. Nada de ello ha sido sencillo.
Yo, entre las personas que hemos atestiguado muchos momentos de la historia del México reciente, mirado importantes cambios, el afán por conseguir un país de prácticas y procesos que nos lleven a la democracia, pensamos que la función del INE es fundamental, que la renovación de su consejo no puede convertirse en un ariete político, ni en el viejo instrumento para mantener en el poder a un solo partido político ni a una clase ni a un solo sexo.
La selección de cuatro personas para ocupar los lugares vacantes en el INE, de un total de 11 que forman el Consejo General, tiene trascendencia, y resultó una tarea fascinante. No sólo por su sentido y responsabilidad intrínseca, sino por lo que significan las elecciones de 2021 y el papel de organizarlas: habrá 15 nuevas gubernaturas, elección de quienes integran la Cámara de Diputados y de congresos locales, los ayuntamientos y sus planillas. Serán más de 3 mil puestos en todo México.
Un momento clave para la paridad entre mujeres y hombres y un ascenso de la participación ciudadana. No es poca cosa. Por lo que, para mí, fue un reto participar en la selección de candidaturas y un compromiso con el avance de las mujeres; mi único compromiso político.
Más información: https://bit.ly/39jf9Wv