Me acuerdo de un Andrés Manuel López Obrador que conquistó al electorado con un discurso de grandeza. Que invitó a soñar con una Transformación con mayúsculas. Que planteó, así, de saque, que el primer año de su gobierno la economía crecería al 2%. Y de ahí para arriba, hasta el 4%. Hoy lo que hay es un presidente que festeja como gran logro que el crecimiento es de 0.1%.
Me acuerdo de un Andrés Manuel López Obrador que atemorizaba a los más poderosos cuando anunciaba un mitin de domingo en el Zócalo, una marcha de decenas de miles, un plantón bloqueando el corazón de la capital nacional. Que hizo de la protesta callejera el megáfono internacional de su lucha política. Hoy lo que hay es un presidente que se esconde en sus cómplices políticos —como el morenista gobernador de Tabasco— para prohibir las manifestaciones y blindar así la segunda peor decisión de su gobierno: construir una refinería en Dos Bocas, a la fuerza, y en contra de las recomendaciones hasta de sus aliados.
Me acuerdo de un Andrés Manuel López Obrador que se quejaba desde la oposición de un tal “cerco informativo”. Que decía que todos los medios de comunicación estaban plegados al poder presidencial. Hoy lo que hay es un presidente que exige que la prensa se alinee a sus dictados, tome partido por él y sólo por él, que no sea plural ni crítica.
Me acuerdo de un Andrés Manuel López Obrador que decía que la violencia se resolvería desde el primer día de su gobierno. Hoy lo que hay es un presidente que lleva más de medio año en el gobierno, y los índices de delincuencia están en récord histórico. Me acuerdo de un Andrés Manuel López Obrador que criticaba los operativos que sólo pateaban el avispero. Hoy lo que hay es un presidente cuyo principal operativo antidelincuencia, el ejecutado en Guanajuato contra los huachicoleros, tiene hoy a ese Estado en segundo lugar nacional de ejecuciones.
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